Las ferrerías de Eibar

Introducción

Un conflicto entre las villas de Mondragón y de Eibar, se produjo en el último tercio del siglo XVI. Los de Arrasate querían obligar a los productores de Eibar, a que todo lo que hiciesen y labrasen en trozo, fuese con acero de Mondragón. Al no poder adquirir ese material en otra parte, les perjudicaba ostensiblemente y no estaban dispuestos a que ellos fuesen sus únicos suministradores. Ante tal tesitura, Victorio Eguiguren, Martín Maturana, Domingo Azaldegui y Pedro Ibarra, necesitaron contratar los servicios de Jerónimo Aitamerren y Francisco Irarzabal, procuradores de la Audiencia de Corregidor para que les defendiesen, ante lo que consideraban un atropello y donde se estaba dilucidando ese pleito en septiembre de 1586.252 [252 AHPG-GPAH, 1-1012, folio 15/09/1586.]

Había quien se dedicaba a la compra de pieles para luego fabricar fuelles que se utilizaban en las ferrerías y herrerías. Mariana de Lasalde, siendo viuda del capitán Luís Elejalde y vecina de Eibar, en el año 1643, facilitó un poder al franciscano del convento de Vidaurreta de Oñate, Francisco Arreguia, con el que poder realizar compras de pieles de bueyes grandes, con el fin de elaborar fuelles para ferrerías. Su adquisición podría realizarse en el mismo Oñate o en aquel lugar que el fraile considerase oportuno y una vez hecho el trato, ella se encargaría de pagar ese material.253 [253 AHPG-GPAH, 1-1023, folio 475.]

En enero de 1652 Mariana Elejalde Mancisidor, viuda del sargento mayor Luís Elejalde Mallea, como propietaria de las ferrerías mayor y menor de Olaechea, situadas en Alzola, extendió un poder para que el vecino de Eibar, Miguel Arizmendi le representase en la junta general que los propietarios de las ferrerías guipuzcoanas iban a celebrar el día 31 de ese mismo mes. Esta reunión se debía al contencioso que los dueños mantenían con la provincia de Bizkaia por el incremento de un cuartillo de plata en cada quintal de vena (mineral de hierro) que les suministrasen. La resolución había llegado desde la Chancillería de Valladolid, siendo emitida por el presidente y los oidores de ese tribunal y que era favorable a los intereses vizcaínos.

Dadas las circunstancias en esa asamblea Mariana deseaba que se continuase en otras instancias con el pleito, aunque la resolución definitiva la tendrían que tomar entre todos, con lo que ella daba carta blanca a Miguel para que tomase las decisiones que considerase más oportunas.254 [254 AHPG-GPAH, 1-1031, folio 92.]

Otros como Gabriel Benito Ibarzabal, se comprometieron a fabricar y entregar, lanzas, vainas de hierro y guarniciones de latón, durante 10 años, para la Real Fábrica de Toledo. Esta operación estaba autorizada por el director general de espadas y sables, y comenzaría su andadura en 1816, para que fueran utilizadas por la caballería de línea y ligera. Los precios ya fueron establecidos para cada una de las piezas y como garantía de que el trabajo sería efectivo, tal y como se pedía, Ibarzabal y su avalista, necesitaron hipotecar muchas de sus propiedades, entre las que hallamos varias fraguas de esta localidad.255 [255 AHPG-GPAH, H- 581 folio 319.]

Dadas las circunstancias, sería bueno estar al corriente de cuanto se pagaba por el material y cuanto se cobraban las piezas fabricadas además de conocer los sueldos de los operarios, para ello hemos escogido a Pascual Madoz por sus datos recogidos sobre Gipuzkoa para su Diccionario Geográfico – Estadístico – Histórico, aporta cuestiones sobre la riqueza industrial y selecciona una época que abarca 1815 a 1832, momento en el que la industria se hallaba en plena decadencia y por lo tanto la fabricación del hierro y su elaboración, habían tocado fondo. Solamente se salvaban las fábricas de armas de Placencia y Eibar que se encontraban vigorosas puesto que podían fabricar unos 2000 fusiles mensuales.

En cuanto a las ferrerías, que ocupaban un preeminente lugar entre los establecimientos fabriles, solamente trabajaban 39 y 11 de ellas se encontraban destruidas o paradas. Todas ellas llegaban a consumir unas 40.000 cargas de carbón y 150.000

quintales de mineral en bruto, para con ello elaborar 70.000 quintales castellanos de hierro. La mitad de esos quintales eran llevados a los martinetes para conseguir moldear como cuadradillos, llantas, clavazón para barcos, edificios y otros usos. Luego correspondían al acero unos 600 quintales. Para fabricar este material se empleaban 180 hombres con un jornal de 8 a 10 reales por quintal de hierro labrado. Preparando el carbón necesario daba empleo a unos 1.100 hombres. En la conducción del carbón y del mineral se utilizaban 350 yuntas y su contratación costaba 3 reales por quintal de hierro transportado. La vena puesta en la ferrería se ofrecía a 9 reales y el carbón entre 11 y 12 reales por carga. Esto le suponía al ferron o fabricante un beneficio de 6 reales por quintal.

Por otro lado se encontraban las fábricas de armas de Eibar, Placencia y la de bayonetas de Tolosa , así como las adyacentes, que podían construir unos 1.500 fusiles completos más mensualmente, de los que tenían asignados, pero con el inconveniente de la prohibición para que no trabajasen las armas de munición. Por ende solo fabricaban 2.000 escopetas al año, algunas espuelas, bocados, eslabones y demás. En esta labor se ocupaban más de 150 personas cuyo jornal era entre 3 y 9 reales.

Madoz nos cuenta como entonces en 1848 la capital guipuzcoana se hallaba en Tolosa y que la provincia la formaban los partidos judiciales de Azpeitia, San Sebastián, Tolosa y Bergara, además de contar con 2 ciudades, 70 villas, 10 lugares, 29 anteiglesias, 1 valle, 5 universidades, 3 concejos y multitud de barrios y caseríos dispersos, distribuidos en 93 Ayuntamientos.

En cuanto a la industria relacionada con la energía hidráulica, cada una de las ferrerías en funcionamiento ocupaban a unas 200 personas, teniendo en cuenta a las que se dedicaban a la elaboración y a la conducción de las primeras materias. Entre ellas eran 51 las ferrerías que se dedicaban a la elaboración del hierro en planchuela y labraban unas 216.000 arrobas y la mayor parte de los artículos de las ferrerías instaladas en los ríos Bidasoa, Oyarzun, Urumea y Oria, se transportaban en la misma forma de planchuela, aunque también en forma de cuadradilla y machetes para la Habana y otros puntos de América, en buques que salían de San Sebastián. Por otra parte los artículos que se encontraban en las ferrerías de los ríos Urola y Deba, se transformaban en clavazón de toda clase, en herraduras, cerraduras y armas de fuego y se exportaban al interior del Reino. A su vez, el comercio del hierro aportaba aproximadamente 4.000.000 de reales anualmente y por ello se consideraba a la ferrería como el principal ramo de la industria.

De las 62 ferrerías existentes en aquellos momentos, 51 de ellas se dedicaban a elaborar planchuela, otras 4 lo hacían con el cuadradillo o chapa, sartenes y otros utensilios, 2 al acero y las 2 últimas a calderas y artículos de cobre. Si nos detenemos en las ferrerías que daba movimiento el río Deba, nos damos cuenta que de las 12 que entonces funcionaban, 10 de ellas lo hacían fabricando planchuela y las otras 2 al cuadradillo y a la chapa, pero Madoz no señala su ubicación, por lo que tendremos que averiguar, cuando se mencione a cada una de las localidades que vamos a investigar como pertenecientes al Bajo Deba, el paradero de las mismas.

Eran frecuentes las reuniones que se llevaban a cabo entre los propietarios de las ferrerías de la cuenca del Bajo Deba, incluso a nivel de la Provincia. Es por tanto que nos hacemos eco de una de estas reuniones celebrada en Azpeitia el 15 de junio de 1658. Para entonces el propietario de la ferrería instalada en Alzola, denominada Olaechea, había fallecido y desde entonces era su hijo José Lucas quien pasaba a ser su propietario. Sin embargo, al ser menor de edad su madre Mariana Lasalde ejercía como tutora y por lo tanto tomaba las decisiones que considerase más oportunas para la buena marcha del negocio. En ese año, le llegó la notificación de que en Azpeitia se celebraría una importante reunión a la que acudirían los propietarios y arrendadores de las ferrerías de Guipúzcoa, para tratar el tema del abastecimiento y del modo repartirse del mineral de hierro. Su decisión fue la de extender un poder para que Francisco Antonio Zabala, vecino de esa misma localidad, se personase y le representase ante los asistentes. De ese modo le dejaba las manos libres para tomar las decisiones, de cómo llegar a acuerdos en esa repartición.256 [256 AHPG-GPAH, 1-1037, folio 146.]

Había ocasiones que entre propietarios se alquilaban material de ferrería por un tiempo determinado. Esta cuestión queda reflejada en el año 1842, cuando el administrador del marques de Santa Cruz, decidió arrendar un mazo de 33 arrobas (unos 380,88 kilos), un yunque de 46 arrobas y 3 libras (530,38 kilos) y una boga (collar que sujeta el mazo) de 16 arrobas y 10 libras (188,60 kilos). Elementos todos ellos destinados a la elaboración del hierro en una ferrería. El plazo estipulado en aquella ocasión, fue de un año o el de una temporada de labranza. Además del precio del contrato, abonaría Carlos Ascoaga, vecino de Mondragón, un tanto por el desgaste de las piezas.257 [257 AHPG-GPAH, 1-1159, folio 182.]

A los ferrones del Bajo Deba llegaron a contratarles de otras comunidades del Estado mediado el siglo XIX. La empresa Vulcano de Toledo, nombró como su representante para contratar trabajadores a Gabriel Ibarzabal y en el año 1843 le autorizó para asalariar a tres ferrones de nuestra zona. Realizadas las gestiones pertinentes pudo acordar con Juan Bautista Loyola, natural de Markina Echevarria, Juan José Zuloaga de Mendaro y Francisco Garate de Eibar. Se reunieron con el representante y delante del escribano formalizaron las condiciones por las que iban a ser contratados:

A no ser que tuvieran un contratiempo en el traslado desde el Bajo Deba a Toledo, ellos tres deberían presentarse a los 15 días de la firma del contrato, tiempo estipulado, en aquellas fechas para transitar por aquellos caminos. A su llegada debían ponerse a disposición de los socios de la empresa. La duración del compromiso se estableció en 8 meses prorrogables.

Los tres trabajarían en la ferrería Vulcano de Toledo labrando hierro, de la manera que les indicase el ingeniero de la empresa. Las labores de tirador las ejercería Loyola, sin embargo Zuloaga y Garate lo harían como fundidores.

Por su parte los socios se comprometieron a pagarles puntualmente el sueldo, 40 reales diarios le correspondían al tirador y 32 a cada uno de los dos fundidores.

En caso de avería o falta de material en la ferrería y en consecuencia no se podría elaborar hierro, se les mandaría a ocuparse de otros trabajos hasta que se pusiese en funcionamiento, estos trabajos no podrían ser realizados sobre el agua o que fuesen perjudiciales para su salud y el sueldo seguiría siendo el mismo.

Les advirtieron, que si alguno de ellos cayese enfermo, la empresa durante los 10 primeros días, abonaría medio sueldo. A partir de esa fecha, se le dejaría de pagar hasta que estuviese en disposición de trabajar. En caso de que al enfermo le conviniese volver a su país de origen, para su total restablecimiento, el viaje sería por su cuenta y la empresa la abonaría lo correspondiente a su liquidación por los días trabajados.

Como garantía de cobro, la empresa ponía en manos de un ciudadano de Toledo, que designase Ibarzabal, lo correspondiente a los 8 meses de sueldos pactados.

Si tanto a la empresa o a los tres ferrones, les conviniese aumentar el contrato, deberían comunicárselo a la otra parte dos meses antes de la conclusión del mismo.

Para realizar el viaje desde el Bajo Deba hasta Toledo, la empresa puso a disposición de los ferrones 400 reales para cada uno de ellos. A la firma del contrato, los tres afirmaron haber recibido los 1200 reales de manos de Ibarzabal.258 [258 AHPG-GPAH, 1-1160, folio 137.]

En un aprendizaje del oficio de ferrón, lo normal era que un aprendiz estuviera durante 4 años ayudando al maestro. Es lo que le sucedió a Simón Alday, que en principio ayudaba a su padre en el oficio de asteria (palos que sujetan las lanzas picas y demás) durante 2 años, para luego pasar a la casa de Juan Berraondo para ayudarle en el mismo oficio fabricando picas (lanza larga con asta de hierro pequeña y puntiaguda en su extremo), lanzas (Arma blanca ofensiva que se compone de un asta que lleva en la punta una cuchilla afilada), horquillas (bastón para apoyo de los mosquetes) y otras piezas de asteria. Cumplido el tiempo estipulado para llegar a ser un oficial competente, Berraondo consideró que ya estaba suficientemente preparado y en 1639 extendió un certificado, para que pudiese cobrar el sueldo que correspondía al resto de oficiales de la Real fábrica de armas.259 [259 AHPG-GPAH, 1-1019, folio 79.]

Ferrerías de Isasi

Estaba situada en el barrio de Otaola y aprovechaba las aguas del río Ego, cerca del caserío Otaolaerdikua.

Habiendo suministrado Domingo Isasi varios quintales de pletina de hierro, al vecino de Elgueta, Juan Lasarte, llegó a un acuerdo para la demora del pago. Esta persona admitió haber recibido 6 quintales de ese material, de diferentes precios y deseaba abonar los 157 reales en el que fueron valorados, para el día de San Juan Bautista de 1589. La entrega se efectuaría en la misma localidad de Eibar y admitió que si no lo hacía para esa fecha, se le pudiese pedir daños y perjuicios, además de los intereses que de ello se derivase.260 [260 AHPG-GPAH, 1-1012, folio 117.]

Foto antigua (1913) en la que divisa la parte superior del convento de Isasi y la Escuela de Armería. Kutxateka. Fondo Indalecio Ojanguren. Autor: Indalecio Ojanguren.

Ante la necesidad de reparaciones en la presa y en el depósito de agua de la ferrería mayor de Isasi, en noviembre de 1639 Juan Bautista Loyola, en representación de Diego Isasi, caballero de la Orden de Calatrava y propietario del vínculo de la casa torre de Isasi, contrató los servicios del también eibarrés Domingo Larraguibel, para que cortase en los montes pertenecientes a la misma casa torre, la madera que se necesitase. Este tendría que cortar árboles de castaño, hasta lograr producir 100 estados de tabla, bien pulida y aserrada y por cada estado preparado percibiría 4,75 reales. El transporte tanto de los troncos como de la tabla, sería por cuenta del propietario. Al mismo tiempo partiría los robles necesarios para transformarlos en tabla y de ese modo preparar la parte inferior del depósito de agua de la misma ferrería. Esta madera también se colocaría con la medida precisa y bien pulida y por cada estado preparado se le pagaría medio ducado. Era necesario que el trabajo se hiciese lo más rápidamente posible, al objeto de que los oficiales que trabajasen en las reparaciones, no estuviesen parados por falta de ese material y según lo fuese entregando se le iría abonando lo pactado. Toda la madera cortada tenía que ser revisada por los oficiales, quienes serían los que darían el visto bueno para instalarla y la rechazada la arreglaría y de no poder hacerlo, no podía ser contar como pagable. Tanto el representante como el oficial estuvieron de acuerdo en acatar lo pactado y firmaron el contrato.261 [261 AHPG-GPAH, 1-1019, folio 381.]

Como testigo de la gran actividad de esta ferrería, nos encontramos con los constantes contratos con los carboneros de la zona. Entre ellos nos topamos con los hermanos de Mallabia, Martín y Gregorio Apoita, que se comprometieron a fabricar para Miguel Arizmendi 300 cargas de carbón. Las primeras 200 las prepararían a base de rama de roble y las otras 100 restantes de cepos. Todo ese material tenía que estar bien cocido y perfectamente elaborado y puestas las primeras 200 cargas en la ferrería mayor de Isasi para el día de Santiago de 1640 y las otras 100 en el mismo lugar y para el día de San Miguel de ese mismo año. Apuntaron que era necesario saber que cada carga de macho, (mulo) sería de la medida acostumbrada y que la de roble iba a costar 4,75 reales y la de cepo a 4,25 reales. No obstante, si Miguel consideraba oportuno descargar ese material en la ferrería menor de Olarreaga, dado que también estaba a su cargo, por ahorrarles trabajo le descontarían 0,15 reales por carga. En este mismo acto recibieron un anticipo de 287,5 reales, y dieron constancia de ello, el resto se les abonaría para el día de Santiago y de no hacerlo, pagaría costas y daños. En esta ocasión fue preciso que Gregorio, por tener 24 años y no alcanzar la mayoría de edad hasta que no cumpliese los 25, necesitó realizar un juramento sobre una cruz para no acogerse a los derechos que le pudiesen favorecer por ser menor de edad.262 [262 AHPG-GPAH, 1-1019, folio 368.] Sin embargo no era solamente ese carbón el que Arizmendi deseaba para ese mismo año, ya que también contrató los servicios de Domingo Vildosola, carbonero de la localidad de Zaldibar, para que en esta misma ferrería le entregase 100 cargas de carbón, transportadas en macho hasta la ferrería, con las medidas establecidas en la villa de Eibar. 80 de esas cargas las cocería con rama de castaño y las 20 restantes de rama de roble seco y la última carga se entregaría para el día de Nuestra Señora de agosto y el precio establecido en esta ocasión fue de 4 reales y 12 maravedís por carga. En el acto de plasmar este contrato, Arizmendi a cuenta, le entregó 20 ducados y el resto se lo abonaría cuando entregase la última carga. De no hacerlo para la fecha indicada, además de pagar los daños “ferreriales”, se le descontaría 1 real por cada carga que se entregase más tarde.263 [263 AHPG-GPAH, 1-1020, folio 50.]

Calentando el material en la fragua para luego darle forma en el yunque. Dibujo: Yulen Zabaleta.

El propietario Diego Isasi, no contento con su ferrería mayor, deseaba que se pudiese desarrollar otro tipo de trabajo en sus instalaciones y por ese motivo en mayo de 1644, decidió crear una ferrería menor junto a la anterior. De ese modo como ya estaba fabricando tochos por pudelaje, que sacaba del mineral de hierro y con la nueva instalación podría adelgazar ese material y conseguir moldear clases finas como cuadradillos, llantas, cabilla, clavazón para barcos, edificios y otros usos. Para ese cometido llamó a su casa torre de Isasi al maestro cantero Cristóbal Izaga, de la localidad de Ermua, además del escribano y a varios testigos.

Entonces les comunicó su intención de construir una nueva instalación donde ubicar una ferrería menor, para lo cual necesitó la colaboración del maestro cantero que allí estaba presente. Fue necesario realizar unos cimientos firmes junto a la otra y sobre su antepara, teniendo que ser sus paredes de la misma altura y con idénticas dimensiones, a base de cal y canto con un grosor de 4 pies y en la parte superior de 2 pies de ancho hasta llegar al tejado con piedra de barra. Además de acoplar 16 “perrotes” distribuidos a una distancia de 6 pies, con una largura de 5 pies y 1 de grueso.

Para que esta obra se llevase a cabo, estuvo dispuesto a suministrar toda la piedra y la cal que se necesitase, transportarla y dejarla a pie de obra. Al cantero le pidió que el resto de elementos, la realización de los cimientos y las paredes, fuese cuestión a resolver por su parte. Para esa construcción le concedió como último plazo el día 15 de agosto de ese mismo año, fecha en la que dos expertos, nombrados por cada una de las partes, la revisarían y darían su parecer. En caso de que entre ellos no se pusiesen de acuerdo, se nombraría a un tercero independiente, con el que las dos partes tenían que estar conformes, con las decisiones que emitiese en relación al costo de lo construido y a su seguridad. De no cumplir con el plazo establecido, pagaría por esa demora el costo de lo que denominaban gastos “ferreríales”. Pero a cambio el maestro no podía estar parado por falta del material que el propietario le tenía que facilitar, ya que sería sancionado.

El siguiente paso fue el de prever lo que podía costar esa construcción y el modo de ir haciendo frente a los pagos. En principio acordaron que por aquellas fechas se solía cobrar 13 reales por cada estado de pared, de la abertura de los cimientos y de su construcción, teniendo en cuenta que luego serían los experimentados los encargados de valorar todo lo realizado. Sin embargo hubo que dar un anticipo de 60 ducados para que de ese modo Cristóbal pudiese iniciar las obras y otros 60 para el día de San Juan Bautista y el resto en el momento que se diese por concluida la obra, después de haber sido examinada por los peritos.

Para que no hubiese dudas de que la obra se iba a realizar bajo los parámetros apuntados, Cristóbal presentó a su avalista, que a su vez era el cirujano de Eibar Pedro Amezaga, quien también estaba presente en el acto que se estaba celebrando.

Cristóbal se comprometió a dar cuenta de cómo se gastaba el dinero que Diego le iría suministrando. La aceptación a lo que habían desarrollado fue firme y se dio por concluida la sesión, con la firma de los asistentes.264 [264 AHPG-GPAH, 1-1024, folio 126.]

Como muestra del trabajo realizado por los maestros, oficiales y aprendices de la ferrería de Isasi, nos hacemos eco de algunos contratos más, realizados por los dirigentes de la ferrería, para hacerse con el carbón necesario y de ese modo poder desarrollar su labor. Uno de ellos esta fechado en el mes de enero de 1649, cuando Francisco Ugarte se interesó por el carbón que fabricaba un vecino de Mallabia de nombre Juan Zubia. Le pedió que para los últimos días del mes de mayo, le entregase 40 cargas de carbón preparado a base de cepos de roble, bien cocido, seco, limpio y con la medida establecida por la villa de Eibar. Estaba reglamentado que cada carga, suponía lo que transportaba un macho. Todas esas cargas se depositarían en la misma ferrería mayor de Isasi para la fecha indicada y de no hacerlo de esa manera, en vez de los 4 reales que pedía por cada una de ellas, su precio disminuiría hasta la mitad y tendría una penalización por los daños “ferreriales”. Ambos estuvieron de acuerdo con todos los puntos desarrollados en este pacto y antes de firmarlo el carbonero recibió un anticipo, como medida de aceptación del producto que él elaboraba. Días más tarde contrató los servicios de otro carbonero de la misma localidad, Domingo Zereinza, a quien había decido pedirle 40 cargas de carbón de rama de roble y otras 40 de cepo de roble, que deberían ser entregadas para el 25 de julio de ese mismo año, para asegurarse la producción de hierro de ese año, finalizando el mes de enero trató con otro carbonero de la misma localidad Francisco Mallaldea, que con las mismas premisas que los anteriores, le facilitaría 60 cargas de carbón en rama de roble, para entregarla en la misma fecha de julio.265 [265 AHPG-GPAH, 1-1028, folios 7, 60 y 62.] Con estos contratos deseaba asegurarse poder contar con el material suficiente para calentar el mineral que iba a ser convertido en tocho de hierro.

Ambas ferrerías ya se encontraban en funcionamiento para el año 1649, fecha en la que el representante de Diego y de su hijo José Joaquín Isasi, como conde de Pie de Concha que era, le pertenecían las dos ferrerías, aunque en aquellos momentos se encontraba en la Corte de Madrid, decidieron preparar un arrendamiento para Francisco Ugarte, aunque ya habían pasado varios meses que se hallaba trabajando en esas instalaciones.

Era un 8 de mayo de 1650 cuando el representante Miguel Arizmendi, se reunía con Ugarte para legitimar lo que ya habían acordado de palabra. Este arrendamiento comenzó a contarse desde el día 8 de septiembre de 1649 y finalizaría otro día igual de 1652. El precio ya estaba pactado y eran 200 ducados por año, dinero que había que entregarlo en la casa torre de Isasi. De ese modo pudo utilizar todos los aparejos y herramientas necesarias para desarrollar su labor que en aquellas instalaciones había, sus acequias, anteparas y aguas corrientes. Elementos que se deberían entregar en las mismas condiciones que las había recibido, exceptuando los barquines que pertenecían al propio Ugarte.

Herrero en pleno trabajo sobre el yunque. Foto: Koldo Lizarralde.

Posteriormente se dedicaron a plasmar minuciosamente, lo que cada parte tenía que abonar y solucionar las averías que pudiesen surgir. El propietario respondería de las consideradas como troncales y se desglosaron: lo que sucediese con el edificio, las anteparas y la piedra que estaba debajo de huso y que llegaba hasta el aparejo del mango del mazo. También se consideraría toda aquella reparación en la que se utilizaría a más de cuatro oficiales carpinteros o canteros y si alguna de las paredes del edificio cayese fortuitamente, por causa de un incendio o por inundaciones, lo mismo que se rompiesen la presa eran circunstancias que debería hacer frente el conde, por medio de su representante.

De las reparaciones consideradas como civiles y que se hiciesen en los cepos, husos, mazos mayores, yunque, ruedas, boga, eran cuestiones a resolver por Ugarte y el encargado de solucionar toda aquella reparación que no se llegasen a emplear cuatro oficiales. Todo aquel tiempo que se emplease en solucionar los problemas y por lo tanto sin poder utilizar las instalaciones, se le descontaría la parte proporcional de la renta, hasta que las ferrerías funcionasen perfectamente. Una de las partes no podía abandonar su puesto, ya que además de seguir pagando la renta hasta completar los 3 años pactados, recibiría una sanción económica. La otra mientras se cumpliese con lo pactado no le podría obligar a dejar esas instalaciones.266 [266 AHPG-GPAH, 1-1025, folio 136.]

En la ferrería mayor de Isasi, sus trabajadores necesitaron carbón vegetal y por ese motivo en marzo de 1650 Francisco Ugarte contrató los servicios del experto Pedro Mallabia Arispe, vecino de Mallabia, se facilitaron 60 cargas de carbón por un precio de 4,5 reales cada carga, material que se depositó en la propia ferrería para el mes de agosto y todo el carbón fue entregado en el lugar acordado y el carbonero cobró lo exigido.267 [267 AHPG-GPAH, 1-1030, folio 239.]

De conformidad con su oficio de carbonero, Juan Apoita, vecino de Mallabia, en 1651 se comprometió a suministrar carbón vegetal a la ferrería mayor de Isasi. Necesitó fabricar 100 cargas de carbón, siendo 40 de ellas elaboradas con rama de roble y las 60 restantes de cepas de robles. La entrega se realizaría para el día de Nuestra Señora de agosto, lo que significaba tres meses de duro trabajo en la montaña, ya que no podía sobrepasar esa fecha, pues la demora le conllevaría su correspondiente penalización. El pedía que Francisco Ugarte le abonase por el carbón de ramas de robles 2,50 reales la carga y por el otro tipo de material 4 reales cada carga. Pero antes de comenzar a realizar su trabajo y cuando se estaba firmando el contrato, Juan recibió un anticipo de 200 reales, lo que sin duda facilitó el inicio de su labor.268 [268 AHPG-GPAH, 1-1029, folio 224.]

En la villa de Azkoitia se iban a reunir en agosto de 1652, los propietarios de las ferrerías guipuzcoanas. El objetivo era el de garantizar la fianza que se les pedió, para continuar con el juicio que les enfrentaba a la Provincia de Bizkaia, pues les estaban cobrando un cuartillo más en cada quintal de vena que pasaba a Guipúzcoa. Esta cuestión obviamente también perjudicaba a las ferrerías que eran propiedad del conde de Pie de Concha, las dos de Isasi, dadas las circunstancias su administrador Miguel Arizmendi, emitió un poder para que el elgoibarres Andrés Arriola Alzate, le representase en esa reunión, de ese modo Arriola podía adoptar la postura que considerase más oportuna para defender los derechos de ambas ferrerías.269 [269 AHPG-GPAH, 1-1031, folio 299.]

Los problemas con el suministro de mineral se acrecentaba en estas ferrería y por ese motivo, su administrador Antonio Arizmendi en el año 1688, pedió que se tuviese en consideración que no se podían arrendar al estar paradas desde el invierno anterior, ya que desde Somorrostro no les querían servir mineral. Esta situación no era únicamente con las ferrerías de Isasi, si no que también afectaba a otras muchas de esta provincia. Ante tal situación, pedió una investigación para que se pudiese comprobar el estado de las instalaciones y de ese modo dejarle libre de cualquier implicación que se pudiese derivar de su administración.

Cuando el alcalde recibió esta misiva, mandó preparar la toma de declaraciones, a una serie de vecinos que pudiesen tener conocimiento de lo que estaba sucediendo con el suministro de mineral y con el estado en el que se encontraban las instalaciones de ambas ferrerías. Los entrevistados, entre los que se encontraban Pedro Aguinaga, Simón Ania Garayoa y Felipe Echavarría, contestaron lo que estaba en boca de muchas personas a las que concernía la situación, que la falta de vena de Somorrostro era el gran problema y que la causa para no trabajar el invierno anterior y este mismo, no había sido por omisión del administrador, ni por falta de otros materiales ya que las carboneras estaban completamente llenas, por ser otro material imprescindible para poder labrar en las ferrerías y que sus instalaciones estaban aptas para iniciar su labor.

Una vez que dio por finalizadas las entrevistas, pudo observar que verdaderamente Arizmendi decía la verdad y le dejó libre de toda responsabilidad por las rentas de esos años y de los que pudiesen pasar hasta que se llegase al acuerdo con los productores de vena de Vizcaya.270 [270 BUA-AMB, C/063-18.]

Una vez resuelto el problema, el nuevo administrador Tomás Eguiguren, en el año 1713 puso en renta la ferrería menor de Isasi, así como toda la herramienta necesaria para hacerla funcionar. El tiempo que deseaba concertar era de 6 años, que comenzaría el día de San Juan Bautista de 1714 y finalizaría, otro igual de 1720. El que quisiese aceptar la oferta solo debía labrar acero y como vivienda se le dejaría durante ese tiempo la casa que se hallaba enfrente a la casa torre de Isasi y la huerta contigua. El precio que consideraba justo, fue de 80 ducados anuales y se le abonarían a él mismo en la casa torre. Eguiguren además de cobrar, sería el encargado de reparar las averías que surgiesen y que fuesen consideradas como importantes y de las menores, los que deseasen hacerse con el arrendamiento. Habiendo examinado esa oferta con detenimiento, fueron Francisco Salinas y Tomás Zenitagoya, los que admitieron estar de acuerdo con ese contrato y le pidieron que si ellos cumplían con lo pactado, no se les podría obligar a dejar la ferrería, aunque se recibiese una mejor oferta. Ambas partes dieron su visto bueno y lo firmaron.271 [271 AHPG-GPAH, 1-1013, folio 68.]

Francisco Salinas en 1718 seguía siendo el arrendador de esta ferrería, llegó a un acuerdo con José Zavala Ibarra, que a su vez lo era de la de Olarreaga. Ambos firmaron un contrato por el que cualquiera de ellos pudiese asistir a las subastas de montes, donde los carboneros sacaban la madera para convertirla en carbón y de ese modo repartirse lo conseguido para sus respectivas ferrerías. El pacto seguiría en pie, mientras durasen sus respectivos arrendamientos y los gastos los pagarían a medias y si por cualquier circunstancia, uno de ellos se quedase con alguna carga de carbón de más, pagaría al otro esa diferencia con dinero.272 [272 AHPG-GPAH, 1-1064, folio 109.]

Pasaron los años y Francisco Salinas seguía siendo el arrendatario y al ser nombrado alcalde en 1727, necesitó de contratar a un maestro en fabricar acero para que trabajase en la ferrería. Esto le llevó a tener que contratar a Andrés Gallaza por un periodo de 3 años, siempre y cuando aceptase una serie de requisitos, entre los que se encontraba el que le obligaba a permanecer en su puesto de trabajo mientras durase el compromiso, lo que suponía una dedicación exclusiva y aquellos días que faltase, los completaría una vez concluido el compromiso. El sueldo que le ofreció, fue de 40 ducados anuales y 2 ducados de plata de gratificación, además de proporcionarle anualmente una serie de ropas que consistía en un par de camisas hechas con lienzo del país; otro par de jubones (pantalones) blancos “de lienzo de mar”, una obrera para su trabajo en la ferrería y 2 pares de zapatos. Andrés una vez que conoció la oferta la aceptó de buen grado.273 [273 AHPG-GPAH, 1-1049, folio 64.]

El mismo Salinas al fallecer su esposa Catalina Zenita, necesitó realizar un inventario de los de los créditos que había facilitado y de las deudas que había acumulado hasta el día 2 de noviembre de 1733, en presencia de su yerno, comenzó por valorar el carbón que tenía almacenado en la ferrería de Isasi, con el que continuaría labrando hierro y acero. Luego le tocó el turno al mineral de hierro que en la misma ferrería había, del mismo modo que estaba almacenada una partida de hierro ya labrado. Facilitó los datos de varias personas que le estaban debiendo dinero y que nosotros daremos los datos de aquellos que estaban relacionados con las actividades de la propia ferrería, entre ellos se encontraba Martín Isasmendi de Placencia, por haberle facilitado hierro en plancha y en sotil para que los oficiales armeros de la fábrica de Placencia trabajasen con ese material. A José Lamot se le habían entregado a crédito varias partidas de hierro. El importe de todo lo que le quedaba por cobrar ascendía a 51.643 reales.

Por otro lado estaban las deudas que Salinas había contraído y que del mismo modo que en la anterior partida, solo utilizaremos los datos concernientes a la ferrería. El carbón que estaba almacenado, no se había pagado. Tampoco había abonado el valor de la vena a sus propietario, ni a los que la transportaron, tanto aleros como carreteros, ni a Andrés Espilla, quien se encargó de pagar el sueldo del tirador de la ferrería, Miguel Goiburu. Otra deuda la había acumulado con Diego Iriondo quien le había suministrado en la misma ferrería carbón durante los años 1731 y 32, al maestro en fabricar acero Andrés Gallaga, al maestro toberero Martín Irumberri, por haber reparado cinco toberas y añadirles dos libras de cobre, así como las rentas de las ferrerías de los años 1732 y 33. En total su deuda ascendió a 32. 732 reales y 8 maravedis. Hasta ese momento era un saldo a su favor de 18.920 reales y 26 maravedis, aunque todavía le quedaba por hacer cuentas con Antonio Orbe, con quien al parecer iba a salir perjudicado.274 [274 AHPG-GPAH, 1-1072, folio 124.]

Ferrería del Pobal en Muskiz (Bizkaia). Foto: Antxon Aguirre.

Continuaba el acuerdo entre los maestros ferrones de las ferrerías de Isasi y Olarreaga para conseguir carbón vegetal y en 1734 se dirigieron al Ayuntamiento de Elgueta, con intención de hacerse con la licencia para conseguir sacar madera de varios montes y de ese modo poderlo transformar en carbón, con el que suministrar a sus respectivas ferrerías. El plazo que les concedieron para realizar esos cortes fue de 10 años, con la premisa de tener que avisar al síndico de Elgueta, para que diera el visto bueno siempre que lo necesitasen. También les advirtieron que solo podían efectuar un solo corte en cada uno de los montes nominados y una vez concluido ese plazo, aunque no hubiesen efectuado los respectivos cortes en cada uno de ellos, se les prohibía hacerlo y tampoco podían cortar aquella madera que se consideraba no apta, como por ejemplo los acebos. Observaron que podían salir unas 868 cargas, de todo el carbón que se fabricase, aunque ofrecieron 200 cargas gratis al Ayuntamiento, por cada una de ellas tuvieron que pagar 3 reales, además de abonar una cantidad para el censo fundado en la ermita de Nuestra Señora de Arrate por Domingo Iraegui. Los ferrones Francisco Salinas y José Zavala consideraron que eran buenas las condiciones que les proponían y las aceptaron con la consiguiente firma.275 [275 AHPG-GPAH, 1-1074, folio 35.]

Para que todo esto se llevase a cabo, fue necesario hacerlo público y de ese modo ponerlo en conocimiento de todo el vecindario. Normalmente el lugar que consideraban más idóneo para este tipo de actos, solían ser las iglesias y fueron las de Nuestra Señora de la Asunción del propio Elgueta y la de San Miguel de Anguiozar, los lugares escogidos para realizar esta proclama. A su vez José Zavala y Francisco Antonio Salinas, necesitaron presentar los avales que asegurasen que todo se llevaría a cabo según lo previsto y por ello necesitaron presentar como fiador a Domingo Egocheaga.276 [276 AHPG-GPAH, 1-1074, folio 38.]

Para esta misma ferrería, Salinas necesitaba carbón para poder desarrollar su labor, por eso en septiembre de 1736, se puso a localizar a la persona que le pudiese suministrar ese material. Uno de ellos era Juan Bautista Albizuri, persona que precisamente se dedicaba a cortar la madera de los montes para luego, por medio de hoyas, convertirla en carbón vegetal, que mayoritariamente se utilizaba en fraguas y ferrerías. Puestos en contacto, comprador y vendedor, firmaron que se entregarían en la misma ferrería 30 carros de carbón para el día de navidad de ese mismo año y otros 20 carros más al año de haberse hecho el trato. El precio que se puso a ese material fue de 16 reales por carro, que se abonarían en las fechas señaladas.277 [277 AHPG-GPAH, 1-1050, folio 164.]

Teniendo arrendadas las ferrerías de Isasi José Guisasola Zumaran, en el mes de febrero de 1741, extendió un poder para que entre tres personas dirigiesen los destinos de estos centros de trabajo. Una de estas personas era su tío Sebastián Zumaran y las otras dos Francisco Azurza y Lucas Garro. Entre los tres podían adoptar las decisiones que considerasen oportunas en cuanto a los arrendamientos, el contratar oficiales que trabajasen en ellas, así como los aprendices. Desde ese momento tenían plenos poderes para poder comprar el carbón, la vena y demás elementos, pagar los sueldos, hacerse cargo de las obras que se necesitasen y cobrar el material que saliese de las ferrerías. Ellos iban a ser desde entonces los encargados de conducir la buena marcha de la empresa que les entregaba el arrendatario.278 [278 AHPG-GPAH, 1-1052, folio 28.]

Debido a ese poder, días más tarde Francisco Azurza se puso de acuerdo con el arrendatario de la ferrería de Olarreaga, para crear una sociedad que realizase las compras de carbón para ambas instalaciones. Dado que para mantener la producción se necesitaban grandes cantidades de ese producto y el hacerse la competencia solo podía conllevar su encarecimiento. Ese fue el motivo de unirse en futuras compras que se produjesen por subasta en los montes de Elorrio, Ermua, Elgeta y en la Anteiglesia de Zaldua. Se pondrían de acuerdo para asistir a las subasta y el que lo hiciere iría en representación de ambas ferrerías, haría las pujas más convenientes para sus intereses y contratarían a los carboneros que les suministrasen la misma cantidad y por el mismo precio. Esta modalidad de compra y repartición de carbón, se mantendría mientras ellos fuesen los arrendatarios de sus respectivas ferrerías.279 [279 AHPG-GPAH, 1-1052, folio 37.]

También hubo una investigación para conocer la desaparición de varios materiales. Todo comenzó en 1742, cuando María Josefa Soarte, vecina de Deba, casada con José Ezenarro, quien por esa fecha se encontraba en “Indias” (América del Sur), al haber obtenido la licencia de su marido para realizar cuantas acciones fuesen las más convenientes a los caudales económicos del matrimonio, puso una demanda ante el Tribunal Económico de la Provincia. Denunciaba que mientras había obtenido el arriendo de las Ferrerías de Isasi, tanto la correspondiente a la villa de Eibar, como a la de Berriz en Bizkaia, le había desaparecido dinero proveniente de la venta de hierro, así como el propio material que estuvo en las ferrerías y en otros parajes. También echaba en falta una aguabenditera de plata, además de otras alhajas de las casas donde ella moraba. Ella misma estuvo realizando pesquisas de cómo podrían haber desaparecido esos materiales, entrevistando a los maestros y oficiales que trabajaban en el arte de fabricar hierro y acero, pero todos sus esfuerzos fueron en vano, motivo por el cual extendió un poder para que el Tribunal fuese el encargado de realizar las investigaciones oportunas para aclarar el tema.280 [280 AHPG-GPAH, 1-1682, folio 322.]

En agosto de 1747 Andrés Gallaga, reclamaba ante la justicia ordinaria, la posesión de un manzanal y terreno junto a la casa “Miraflores” que se los adjudicaron en 1743, cuando se procedía a la partición de los bienes por el fallecimiento de Francisco Salinas y su esposa Catalina Cenita, bienes que le correspondieron por haber estado trabajando en la ferrería de Isasi fabricando acero.281 [281 AHPG-GPAH, H-581, folio 224v.]

Un año después José Zuaznabar conseguió el arrendamiento de ambas ferrerías, bajo un contrato que preparó el escribano de Elorrio, Juan Antonio Amandarro y actuaba como avalista en este protocolo Andrés Agustín de Orbe y Zarauz, marqués de Valdespina. El convenio se realizó en presencia del abogado Domingo Beristain, para acordar que fuesen 9 años de arrendamiento, por un precio estipulado en 200

ducados anuales. Dinero que debería entregarse anualmente, el día de San Miguel, en casa del abogado, pena de ejecución de costas y bajo una serie de condiciones que desglosamos a continuación, pero antes se hizo entrega del recibo por haber pagado el primer plazo, para luego pasar a enumerar los instrumentos instalados en la ferrería mayor, que funcionaba correctamente. En cuanto a la ferrería menor, también se anotaron los instrumentos que le pertenecían.282 [282 AHPG-GPAH, 1-22696, folio 72… con sus correspondientes barquines, las dos toberas de cobre, una de ellas con un peso de 32 libras y la otra de 24, un mazo nuevo con su yunque, además de otro mazo más viejo que se utilizaba para elaborar acero, una barra grande, con la que elevaban el uso mayor y también el menor, otras tres barras de menor tamaño que la anterior, que las usaban en el trabajo de fragua, unas tenazas que también se empleaban en la fragua, otras de forma curvada que se manejaban a la hora de tirar del hierro, dos porras con diferente peso, con las que enderezaban el hierro, un azadón con el que cortaban el tocho en bruto, un garabato de hierro, “unas corrijas que antiguamente se usaban en las ferrerías mayores,” una balanza de hierro con sus dos tablas, una pesa de piedra de un quintal (unos 73,80 kgs.) con su sortija, que servía para pesar la vena, otra balanza con sus correspondientes tablas guarnecidas de hierro, un quintal de hierro en bruto que se usaba en el peso y una boga (collar para sujetar el mango donde se colocaba el mazo) de hierro para el mango. También se le entregó un mazo viejo que anteriormente estuvo instalado en Arriola, que fue trasladado a esta ferrería y desde entonces se utilizaba en la fragua de la ferrería mayor En cuanto a la menor comenzaron por sus dos barquines, así como el mazo que estaban en buenas condiciones, un yunque, dos toberas de cobre, una de ellas pesaba 25 libras y la otra 8 libras; dos tenazas grandes y cinco medianas; una barra pequeña; un martinete y un cortador de hierro que se utilizaba en el corte del acero.]

Todos los instrumentos inventariados se los entregaron en perfectas condiciones de uso y por lo tanto, una vez finalizado el contrato al que estaba ligado, debería dejarlos como los recibía. De lo contrario podría ser sancionado por las leyes que regían este tipo de arrendamientos.

Posteriormente se detalló en modo de proceder en cuanto a las normas de uso de las instalaciones, acordando que siempre que la avería no superase los cien reales de coste, sería Zuaznabar quien se hiciese cargo de las mismas, sin poder pedir descuento alguno por este tipo de reparaciones. Sin embargo, cuando las obras a ejecutar superasen esa cantidad y se necesitase una pronta intervención para que ambas ferrerías funcionasen correctamente, era preceptivo poner el hecho en conocimiento del Conde de Salvatierra, antes de tomar una decisión sobre la manera de solucionarlo y entonces el propietario tendría que dar su beneplácito para que las obras comenzasen. En tal caso, Zuaznabar podía retener durante ese año, 40 ducados de la renta para hacer frente a los pagos, de superarse esa cantidad o sobrase dinero, el deudor abonaría el resto.

Todo el costo de las obras que se realizasen en las instalaciones, deberían estar debidamente compulsados con respecto a todos los que interviniesen, así como el listado y precio de los materiales utilizados para la ocasión. En cuanto a los carbones que se consiguiesen en los terrenos pertenecientes al mayorazgo de Isasi en Eibar, Elgueta y Ermua, tendrían obligatoriamente que ser destinados a ambas ferrerías, pagando el arrendatario 3 reales por cada carga de carbón. Todo ese material de combustión, contaría con la declaración jurada del carbonero que lo entregase. Estando todas las partes de acuerdo con lo plasmado en este documento, lo firmaron y de ese modo se sujetaron a las normas establecidas en el.283 [283 AHPG-GPAH, 1-22696, folio 72.]

Después de haber conseguido José Zuaznabar el contrato de arrendamiento de ambas ferrerías en 1748, se trasladó a Placencia para entablar conversaciones con los fabricantes de armas, sobre el modo de suministrarles el material que necesitasen para construir sus armas. Zuaznabar les propuso que el precio fuera el que marcase el mercado en cada momento, sin embargo los fabricantes deseaban un precio fijo desde el momento que se cerrase el trato, algo a lo que él no estaba dispuesto a ceder, dado que las oscilaciones en los precios de las materias primas podían perjudicarle y no quería correr ese riesgo y debido a que no se pusieron de acuerdo, renunció a ser su suministrador.

Habiendo transcurrido a penas 2 años se enteró que en agosto de 1750, los fabricantes habían enviado solicitudes al Rey y al marques de Valdespina, suponiendo que el marques era el verdadero arrendatario de las ferrerías, quejándose de que Zuaznabar no les había querido suministrar el quintal de plancha a menos de 31 maravedís y el de sutil a 74. Indignado por escuchar, lo que el consideraba que eran falsedades, ya que no se había negado a proveer ese material, ni haber pretendido cobrar más dinero que los precios que estaban en el mercado en cada momento, extendió un poder para que le representasen ante el Consejo Real, con el fin de aclarar lo que había acaecido.284 [284 AHPG-GPAH, 1-3869, folio 54.]

Estando Azurza enfermo en la cama en 1751 mandó redactar sus últimas voluntades, en las que después de indicar el lugar donde quería ser enterrado y dejar a su mujer y a sus dos hijos, José Ignacio de 9 años y María Teresa de 7años como sus herederos universales, hizo un exhaustivo recorrido de todo lo acontecido desde que José Guisasola Zuaznabar le contrató para llevar sus propiedades.285 [285 AHPG-GPAH, 1-1691, 273v.] Nosotros nos dedicaremos únicamente reseñar a lo relacionado con los ingenios hidráulicos y en particular en lo acontecido con las ferrerías de Isasi. Se encargó de los arrendamientos de ambas ferrerías desde la partida de Guisasola a Cádiz para comerciar con las mercancías que desde América llegaban a esa ciudad, hasta septiembre de 1749, momento en el que cesó en su actividad, tras haberle dado el administrador Domingo Beristain, vecino de Segura ese cargo a José Zuaznabar, vecino de Ermua y familiar del marques de Valdespina. Entonces llegó a un acuerdo con el mismo Zuaznabar para que le dejase llevar los negocios de la ferrería menor en la que se labraba acero.

Recordaremos que Guisasola también había extendido un poder para Lucas Garro, para que éste se encargase de desarrollar la labor que hasta entonces había ocupado el propio Guisasola, el administrar que se labrase correctamente y cuidase del material que se fabricase en ambas ferrerías. Sin embargo Azurza se tuvo que dedicar a llevar las cuentas y el peso de todo lo que se fabricase semanalmente en la ferrería mayor y de surtir a las dos de los materiales necesarios para desarrollar su labor.

Rueda del uso mayor que da movimiento al mazo en la ferrería de Agorrei en Aia (Gipuzkoa). Foto: Antxon Aguirre.

Lucas con independencia de Azurza se enfrascaría en el acero que se produjese en la ferrería menor y daría cuenta a Azurza de las remesas que se entregasen en Bilbao y en otras partes.

También declaró que en partidas de hierro y en las mejoras de las ferrerías de Isasi, había entregado a Zuaznabar, contando con el abono del marques de Valdespina, 17.489 reales y 12 maravedis, como constaba en el cuaderno dedicado a la venta de hierro. A ese dinero había que descontarle lo devengado a los dos oficiales de la ferrería mayor que trabajaban en la menor, por el acuerdo al que se llegó en el momento del cambio. Pero se debía dinero a Tomás Olaguibel, vecino de Plencia, por haberles suministrado mineral de hierro para ambas ferrerías. También apuntó la penuria sufrida durante la guerra con Inglaterra, ya que en aquellos momentos el precio del hierro estuvo por los suelos. Encargó a sus herederos que una vez que falleciese, anotasen lo que se produjo una vez que sustituyó a Lucas Garro, en la ferrería menor y se lo entregasen a José Guisasola.286 [286 AHPG-GPAH, 1-1094, folio 438.]

Estas ferrerías son citadas en el trabajo de Tellechea Idigoras en el que se menciona que en el año 1752 su dueño era el Conde de Salvatierra y su administrador Francisco Antonio de Azurza, y que entonces se labraban 1000 arrobas de acero.

Para dirigir los destinos de las ferrerías de Isasi (mayor y menor) en 1755 se creó la compañía San Miguel. Sus socios fundadores fueron: Nicolás Altuna, natural de Azpeitia y por entonces vecino de Eibar, Andrés Espilla y Pedro Olave, ambos nacidos en Eibar. En aquella fecha Nicolás era el arrendador de ambas ferrerías, contrato que había firmado por 9 años, con Luís Altuna como administrador de la condesa de Salvatierra y Pie de Concha. Pero éste necesitaba a personas expertas en el manejo de ferrerías y por ese motivo hizo socios a Pedro y Andrés y entre los tres crearon la compañía San Miguel, bajo una serie de condiciones a las que los socios estaban sujetos.

“1ª.- Durante esos 9 años de contrato, todas las ganancias procedente de la labra de hierro, acero o cualquier otro género que saliesen de ambas ferrerías, serían en común y se repartirían en tres partes iguales, si por “casualidad” hubiera pérdidas, las afrontarían de la misma manera.

2ª.- Todo el dinero que se necesitase para la compra de carbones y mineral, el pago de la renta, la contratación de oficiales, la compra de mangos, los trabajadores de fragua y demás instrumentos, lo debía facilitar Altuna, sin cobrar por ello interés alguno y solo se quedaría con la tercera parte de las ganancias, si las hubiere.

3ª.- Tanto Pedro Olave, como Andrés Espilla, deberían emplear ese dinero que Altuna les facilitase, en hacer compras y en pagar lo que correspondiese, no pudiendo utilizar ese dinero para otros fines. Además de notificarle de todas las compras y ventas que se hiciesen puntualmente, en cada una de las ferrerías.

4ª.- En caso de que en el transcurso de los 9 años alguno de los socios falleciese, finalizaría el contrato con él y con sus herederos, quienes recibirían la parte correspondiente a ese año hasta el día de San Miguel, pero si el fallecido fuese Altuna y encima hubiese pérdidas, sus herederos abonarían esa cantidad.

5ª.- Al darse el caso anterior, los dos socios que quedasen seguirían con la compañía hasta la finalización del contrato y se repartirían a medias, tanto las pérdidas como las ganancias.

6ª.- Si tanto Pedro como Andrés se fuesen a vivir a otra villa, por poca o mucha distancia que hubiese, dejaría de pertenecer a la compañía el día de San Miguel inmediato, seguirían los otros dos con la compañía, pero el que se quedase en la villa de Eibar, tendría que llevar las cuentas de las compras y las ventas para ambos.

7ª.- Anualmente se cerrarían las cuentas para comprobar la situación de la compañía y de ese modo repartirse las ganancias, si las hubiese.

8ª.- Una vez cumplido el tiempo establecido en el contrato, los 9 años, se daría por finalizada la sociedad que habían creado, la primera cuestión a resolver sería la de pagarle Nicolás el dinero que hubiese adelantado y de lo que sobrase, tanto en dinero como en género, se lo repartirían en tres partes iguales.

De continuar con la misma compañía, adquirirían los créditos o efectos que quedasen. Por su parte Olave y Espilla, se encargarían de llevar las cuentas de lo que se comprase y vendiese, así como de las piezas y reparaciones que se necesitasen, sin depender de Nicolás para llevar ese trabajo. Tampoco podrían cargar nada a la compañía por desarrollar esa labor y cada uno de ellos, solo contarían con el cobro de la tercera parte de las ganancias.

9ª.- Para finalizar con los artículos de la creación de esta nueva sociedad, declararon que para costear los materiales y los trabajos que se necesitasen para poner en marcha ambas ferrerías, Nicolás adelantó en ese momento 65.000 reales, dinero que ya lo iban a emplear en el mineral, carbón y herramientas que ya habían comprado para trabajar ese mismo invierno”.287 [287 AHPG-GPAH, 1-1082, folio 494.]

Con el acuerdo de los tres y la firma del contrato, la compañía formada comenzó a desarrollar su labor en noviembre de 1755, a la que seguiremos investigando para conocer su destino.

La necesidad de reparaciones en ambas ferrerías fueron inmediatas y como de las obras más importantes debía ocuparse su propietaria, la condesa de Salvatierra, tuvo que delegar en su administrador, Luís Altuna para que ordenase realizar ese trabajo.

Una vez finalizadas las obras, necesitó la valoración de un experto que diese el visto bueno y en marzo de 1756 se reunió en la casa torre de Isasi con José Zuaznabar, al que pidió que desarrollase esa labor. Este a su vez se dirigió hasta ambas ferrerías para verificar las obras que se habían realizado en las anteparas, la construcción de un uso nuevo para la ferrería menor, las dos ruedas nuevas para los barquines y otras obras más.

En su visita certificó que las obras se habían realizado con la solidez y resistencia precisa. Luego dio cuenta del costo que supuso hacer el nuevo uso, los materiales que se utilizaron, el sueldo de los oficiales carpinteros y los 23 quintales de hierro que se emplearon en reforzarlo. Lo siguiente en analizar fue el costo de las anteparas, de la rueda del uso mayor de los barquines y de los conductos de agua para las cuatro ruedas. Para ese trabajo se tuvieron que comprar 44 árboles en “Gaztañola” del término de Bergara y fue preciso contratar a carreteros para su traslado.288 [288 AHPG-GPAH, 1-1083, folio 129.]

Una Real Orden decretada en 1759, indicaba la necesidad de elaborar un buen acero en las ferrerías de la provincia para abastecer las necesidades de la fábrica de armas de Placencia, para ello consideraron oportuno hacer las pruebas necesarias en una de ellas y que los resultados se pasasen al resto y de ese modo lograr un buen material. La persona elegida para realizar esta operación fue el teniente coronel Luís Urbina, quien acompañado de un oficial de artillería, tendría que visitar personalmente las instalaciones y escoger la más conveniente para hacer esas pruebas. Días después Luís pidió al Ayuntamiento de Eibar que le facilitara la entrada a la ferrería donde pudiesen hacer las pruebas. La villa le asignó la ferrería de Isasi y a sus arrendadores les comunicó que estaban asegurados los gastos que surgiesen por el trabajo de hacer esas pruebas.289 [289 AHPG-GPAH, 1-1087, folio 409.]

Realizadas las obras de mejora que necesitaba la ferrería de Isasi, su propietario, el Marqués de Santa Cruz, envió a su administrador Luís Altuna para que reconociese las reparaciones que en el año 1767 había realizado Juan Agote con sus operarios.

Después de acudir a la ferrería pudo contemplar como las mejoras de los calces, anteparas, conductos de uso mayor y otros adherentes, fueron necesarios y precisas para su buen funcionamiento y nunca por capricho, por lo que las valoró en 2.020 reales.290 [290 AHPG-GPAH, 1-1094, folio 344.]

Mazo con el que se convertía el mineral, después de calentarlo, en tocho de hierro. Ferrería el Pobal de Muskiz (Bizkaia). Foto: Antxon Aguirre.

Pero todavía coleaban flecos de cuando José Guisasola era el arrendatario de estas ferrerías y contrató los servicios de Francisco Azurza, su viuda Tomasa Acha que desde el fallecimiento de su marido había estado librado pleitos con el mismo Guisasola, debido a los atrasos insertados en el testamento y que pertenecían a su hija, pero necesitaba una licencia. Ese año de 1767 cuando Guisasola se hallaba en la ciudad de Lima, envió un poder para que Juan Antonio Soroeta le representase y llegase a un acuerdo con la viuda para dar por zanjada esa situación de la mejor manera posible. Ese certificado que Tomasa necesitaba, se lo tenía que conceder el alcalde de esta villa, quien después de haberse entrevistado con varios testigos, decidió concedérselo y de esa manera acabar los litigios con la viuda de una vez por todas.291 [291 AHPG-GPAH, 1-1094, folio 424.]

Los roces entre trabajadores han sido y seguirán siendo habituales, lo que no es tan normal son las agresiones. Por eso deseo exponeros lo que contaba un tirador de la ferrería mayor de Isasi al escribano en el momento de proceder a interponer una denuncia a uno de sus compañeros de trabajo.

Eran las 10 de la noche de un 9 de abril de 1769 cuando Gregorio San Martín se hallaba desarrollando su labor de tirador y José Aguinaga la de fundidor. Sin aparente motivo José “maliciosamente con intento depravado,” estando Gregorio arrimado a la fragua de la ferrería, le golpeo en el lado derecho de la cabeza con la pala grande de hierro que utilizaban los fundidores, Gregorio cayó al suelo perdiendo el conocimiento y los compañeros le tuvieron que llevar a su casa donde fue asistido por un médico.

José al verle tendido en el suelo, creyó que estaba muerto y salió corriendo de la ferrería y habiendo pasado un mes del incidente y cuando Gregorio estaba preparando la denuncia, todavía no habían dado con él a pesar de haberle buscado incesantemente.292 [292 AHPG-GPAH, 1-1096, folio 161.]

Siendo el administrador del marques de Santa Cruz, José Antonio Zabala, en julio de 1798 preparó un contrato de arrendamiento para ambas ferrerías, con el listado de máquinas y herramientas que allí se encontraban, con las que poder desarrollar la fabricación de hierro. Aseguró que tanto el mazo de la ferrería mayor, con su yunque y las bogas de las dos ferrerías, se encontraban en perfecto estado y sin defectos las dos toberas de cobre que tenían un peso de 35 libras una de ellas y la otra de 15. Había instalados dos pares de barquines, dos fraguas y la de la mayor con planchas de hierro. Advertió que se tuviese en consideración, que el mazo y yunque de la ferrería menor, eran propiedad de los herederos del difunto Pedro Olabe, vecino que fue de esta villa y último arrendatario de ambas ferrerías. Al mismo tiempo indicó, que arrimado a la fragua de la ferrería mayor se hallaba un viejo mazo que ya no se utilizaba.

Todo el listado lo había preparado para que Fernando Olabe continuase con la labor que hasta entonces había estado compartiendo con su padre, en las mismas instalaciones de Isasi. Se le ofreció como incicio del contrato el día de San Miguel de 1798 y finalizase otro día igual de 1807. Por ello le iban a cobrar 4.400 reales anuales en dos plazos, el primero de estos cobros se realizaría el 29 de marzo y el segundo el 29 de septiembre. Como condición para aceptarlo, le impusieron que una vez que hubiese finalizado el periodo establecido, entregaría en perfecto estado de conservación el mazo y yunque de la ferrería mayor y las bogas de ambas, siendo por su cuenta las reparaciones que se necesitasen y también los arreglos de las herramientas que del mismo modo las debería entregar en perfectas condiciones de trabajo. De no hacerlo de esa manera, se le encargaría a un experto su examen, para que determinase el valor de los defectos hallados. Pero si se encontrase una mejora en los barquines o se diese un aumento de herramientas, entonces se le abonaría lo correspondiente.

Las obras que se necesitasen realizar y estuviesen relacionadas con los edificios, con los cuatro usos y los cepos, serían abordadas por el marques y su administrador. Sin embargo las de menor entidad y que entonces eran denominadas como civiles, tendría que encargarse Fernando. El administrador por el poder que le había sido otorgado, le aseguró que mientras actuase correctamente, no iba ser inquietado por persona alguna y bajo ningún pretexto durante el tiempo concertado, de no ser así, le facilitaría dos farrerías de las mismas características, bajo las mismas condiciones y durante el mismo tiempo, además de abonarle los daños y perjuicios que de ello se determinase. Por su parte Fernando declaró estar dispuesto a seguir las reglas impuestas y pagar la renta establecida del modo indicado. Que cumplido el periodo de arrendamiento, abandonaría las instalaciones y dejaría libres para nuevos contratos y de no cumplirlo de esa manera, pagaría daños y perjuicios.293 [293 AHPG-GPAH, 1-1130, folio 160. Como herramientas contaban con:

4- Palancas que pesaban 160 libras.

3- Tenazas grandes y 2- pequeñas de 94 libras

2- Azadas para cortar el hierro.

2- Martillos grandes.

2- Martillos medianos.

1- Martillo pequeño para achicar la vena.

2- Hierros con vuelta en las puntas, que servían para manejar el hierro en bruto debajo del mazo.

1- Plancha grande de hierro para enderezar sobre ella el hierro labrado.

2- Palas.

2- Cruces con sus balanzas de madera para pesar la vena y el hierro.

7- Pesas de hierro de150-19-10-5-3-2-1 libras.]

Observando el contrato anterior, podemos deducir que los edificios y las instalaciones de ambas ferrerías se hallaban bastante deterioradas, puesto que al comprometerle a dejar en buen estado el mazo y yunque de la ferrería mayor, no se menciona como se hallaba estos instrumentos en la menor. Durante el periodo de arrendamiento de Fernando Olabe, se produjo un cambio de administrador, desde 1802 se le daba esa responsabilidad al vitoriano Esteban Arrazola, quien en 1808 recibió ordenes directas para trasladarse a Eibar, comprobar in situ el estado del edificio, la maquinaria y la herramienta. También se le pidió que encontrase una buena oferta para continuar con los arrendamientos, lo que le llevó a realizar un traslado hasta la vecina localidad de Elgoibar y entablar conversaciones con José Ignacio Arriola, persona de quien obtuvo la mejor disposición para quedarse con ambas ferrerías, quien quiso que se realizase una valoración de todo lo que allí se hallaba, incuyendo los terrenos colindantes que pertenecían a las ferrerías, estuvo dispuesto a pagar lo que se estipulase en renta enfiteutica, lo que significaba la cesión por una renta que pagaría al propietario, para conservar el dominio directo, de 150 ducados anuales, lo que significaban 16.500 reales. El administrador informó al Marqués de los pasos dados y que era la mejor oferta que había podido conseguir, teniendo en cuenta el estado en el que se hallaban las dos ferrerías, puesto que si deseaba continuar con su actividad tendría que desembolsar entre 18.000 a 20.000 reales en reparaciones y que de lo contrario no podría contar con renta alguna. Para que todo fuera legal y cierto, estuvo dispuesto a programar entrevistas con personas conocedoras de su estado y a contratar los servicios de expertos que preparasen un informe técnico, con la valoración de todo lo que allí se encontraba. Si su decisión era realizar la venta, necesitaría un poder especial, como el extendido para las casas de Tolosa, advirtiéndole que la persona interesada, deseaba una rápida respuesta para comenzar cuanto antes a trabajar en las ferrerías, ya quede otro modo podía echarse atras.294 [294 AHPG-GPAH, 1-1125, folio 125.]

Este administrador el 9 de mayo, comunicó al alcalde su deseo de preparar una serie de entrevistas, con personas directamente relacionadas con ambas ferrerías y que fuese el propio alcalde el encargado de dirigir la investigación. Le puso en aviso que dada la antiguedad de las fábricas, su estado era lamentable, por lo que necesitaba muchas y costosas reparaciones que por el momento estaban paradas y por ese motivo también necesitaba que expertos preparasen un informe, en el que se detallase su estado y realizasen una valoración. De ese modo el Marqués recibiría una indagación correcta, de las ventajas que le supondría a él y a sus sucesores esta venta.295 [295 AHPG-GPAH, 1-1125, folio 126.]

La presentación de testigos ante el alcalde comenzó el 19 de mayo, de quienes recibió el juramento en nombre de Dios, sobre la señal de la cruz de su vara de mando y todos prometieron decir la verdad. Los encuestados respondieron a las mismas preguntas y por ese motivo nosotros resumiremos lo que cada uno de ellos contaba, ya que practicamente no hubo diferencias entre unas y otras declaraciones.

El primero en acudir fue Juan Andrés Unzueta, vecino de Eibar, escogido por haber trabajado durante muchos años, en la ferrería de Isasi, labrando hierro ya que su profesión era la de fundidor, junto con Pedro y Fernando Olabe, arrendadores que fueron de ella, motivo por el cual sabía que estaba dividida en dos, denominadas mayor y menor, estando sus tejados muy viciados y a punto de caerse. El murallón de la antepara y uno de sus ojos estaba caido que era el que afianzaba el uso mayor, por lo que necesitaba una inmediata reparación. Era de vital importancia atajar los males que les acechaban, que en definitiva era el motivo por el que en aquella temporada no se pudieron poner en marcha. Otro tanto ocurría con máquinas y herramientas, que por falta de manejo se estaban estropeando, por lo que consideraba que haría bien en ceder esas ferrerías a censo reservativo y también el terreno que se hallaba junto a ellas.

El siguiente en mostrar su parecer era Juan Antonio Ibarra, oficial cantero y carpintero, persona que debido a su actividad, había acudido varias veces a realizar obras de mejora en aquellas instalaciones y se mostraba de acuerdo con lo precisado por el anterior, pero haciendo hincapie en la peligrosisdad de los tejados, con inminente riesgo de caída y si antes no se le daba una solución, podría ocurrir alguna desgracia.

Otro de los testigos fue Hipólito Andicoechea, persona que durante años había trabajado de jornalero, para Pedro y Fernando Olabe, en varias obras para las ferrerías de Isasi, conocía el mal estado en el que se hallaban y que era palpable en sus tejados y en el murallón de la antepara.

Luego se acercó Javier Uranga, que también trabajó en estas instalaciones, tanto para Pedro como para Fernando Olabe, desarrollando su labor de cantero y carpintero. En su declaración afirmó haber comprobado la considerable avería en el murallón que sostenía la antepara, que era de tal calibre, que si no se reparaba, sería imposible utilizarlas y que había sido la causa por la cual no se trabajaba en ellas. De no hacerles frente en breve plazo, su deterioro aumentaria considerablemente, así como el de los fuelles, máquinas y herramientas.

Más tarde compareció Miguel Urberuaga para comunicar que era de dominio público que pertenecían al Marqués de Santa Cruz y conde Pie de Concha. Que ambas se alimentaban de una misma presa, calce y antepara, habiendo podido comprobar él mismo, el deterioro de los tejados, viciados y a punto de derrumbarse.

El último en declarar fue José Joaquín Suinaga, persona que vivía cerca de esas instalaciones, respondiendo que desde su habitación se podía observar el deterioro que presentaban.

Ese mismo día y después de haber obtenido las respuestas de los informantes, el administrador pidió al alcalde que nombrase al experto que se encargase de hacer una valoración de los edificios, instrumentos y terrenos. Sin más dilación presentó a Juan Andrés Lascurain, sin embargo fue preciso comunicar a José Ignacio Arriola del nombramiento que habían acordado, si lo aceptaba o deseaba nombrar a su propio perito y se le concedió 3 días de plazo para que tomase una decisión.

No fue necesario agotar el plazo ya que para el día 21 Arriola presentó al vecino de Elgoibar, Ignacio Bartolomé de Muguruza, como su representante. Una vez que estuvieron preparados los nombramientos, se comprobó si contaban con las licencias necesarias para realizar esa labor y hallándolas correctas, les pedió su implicación por medio de una firma en el escrito de petición y así lo hicieron.

Pasaron 2 días y el informe ya estaba preparado y se había presentado al alcalde, con el cuidado y la escrupolosidad que requería el tema, reconociendo los edificios, la presa, el calce y la antepara, elementos todos ellos comunes, las máquinas, herramientas y terrenos. Como resultado de las investigaciones, aseguraron que el tejado de la ferrería menor, estaba a punto de caerse. Los estribos que sujetaban la antepara se hallaron muy deteriorados, con eminente riesgo de caida en breve plazo si no se remediaba, motivo por el cual no habían funcionado las ferrerías y por consiguiente no se había obtenido renta alguna. En relación a las máquinas y herramientas que registraron, estaban muy estropeadas por falta de uso y si entonces sería muy costoso realizar las obras necesarias para poner las instalaciones en marcha, mucho más lo sería si se demorasen, pudiendose producir una ruina total.

Solo les quedó realizar el balance económico de los edificios, instalaciones, maquinaria, herramientas y terrenos. Comenzaron su recorrido por el maderamen y la cantería del edificio de la ferrería mayor y luego pasaron a la menor.

Después de dedicarse a enumerar los terrenos ligados a ambas ferrerías y situadas en medio de las posesiones de la casa torre de Isasi, presentaron la totalidad de la valoración que ascendió a 113.312,50 reales.296 [296 AHPG-GPAH, 1-1125, folio 134. y sus carboneras que ocupaban un solar, sin contar con la antepara, de 135,75 estados cuadrados (unos 516,393 m.2). Lo mismo hicieron con la menor que tenía 66,5 estados cuadrados (unos 252,966 m.2). Luego se encargaron de valorar la presa, antepara, calces, sangraderos, incluyendo el que se hallaba después del caserío Otaolaerdikua y hacía la ferrería, para contar con las aguas que descendían del charco del mismo caserío, hasta desaguar en el río Ego, que se contabilizaban 546,5 estados cuadrados, (unos 2.078,886 m.2) teniendo en cuenta que ese desagüe, desde la acequia al río era de 7 pies de ancho (1,96 m) y todo el calce, desde el tajamar de la presa hasta la sangradera de la antepara era de 14 pies (3,92m). La antepara construida con piedra de sillería, la componían 66 estados de embocinados, de 2 pies de grueso, cuyas paredes tenían una avería muy considerable. El pavimento y costados de la antepara estaban construidos con losas de las canteras de Eibar. Los calces y sangraderos, realizados con paredes a base de cal y canto. La presa, su tajamar y compuerta de piedra de sillería, en la pared de los mazos y en la losadura, más una zapa de madera que tenía en la escarpa y en la compuerta.

Más tarde se dedicaron a evaluar la maquinaria y las herramientas; el uso de la ferrería mayor con su rueda y dormideras de hierro en los pujones, barras, cellos y guimelas; la «guesurrasca y ondasca» de piedra de sillería; el yunque mayor, su mazo y boga que estaban como para funcionar; el mango con sus cellos, guimela y dendal; los 4 cepos con sus adherentes que se hallaban muy deteriorados y el cepotillo donde se encajaba el yunque, en buenas condiciones; la rueda barquinera con sus pujones, cellos, más el «ondoasca» y «guesurrasca» de madera; uso, volante, escamelas, mesa de los barquines y nardaca con todos sus hierros; el chimbo con sus hierros; dos barquines grandes de cuero; la fragua con sus hierros, menos un mazo viejo que se encontraba tirado en el suelo y que pertenecía a Fernando Olabe; las dos toberas de cobre. En cuanto a las herramientas localizaron:

4- Palancas.

3- Tenazas Grandes.

2- Tenazas medianas.

2- Azadas o tajaderas para cortar hierro.

2- Martillos grandes.

2- Barras de hierro con sus vueltas que se utilizaban para manejar el hierro en bruto.

1- Martillo mediano.

1- Martillo pequeño para romper la vena.

2- Palas.

1- Plancha para enderezar el hierro.

2- Balanzas.

7- Pesas 1 de un quintal, y las otras de 19 libras, 10,5,3,2 y 1.

Pasaron a la ferrería menor donde se toparon con un uso mayor con su correspondiente rueda, las dormideras, ondasca y guesurrasca de madera, cellos, barras, jimelas y pujones. El mango muy estropeado, con su cello y dendal. El yunque, mazo y boga. Cuatro cepos con sus piezas unidas, el cepotillo, el yunque, la rueda barquinera con pujones, cellos, «ondasca» y «guesurraca». El uso volante con sus hierros, escameles, corchetes de hierro. La fragua con una arroba de hierro, los barquines con su mesa muy estropeada y casi descalabrada. Además de los dos chimbos.

La documentación aportada al marques estaba clara, habría que tomar una rápida decisión y por ese motivo, José Gabriel Siloa Bazan, que entre otros títulos ostentaba el de Marqués de Santa Cruz y conde de Pie de Concha, se trasladó a Votoria. El motivo no era otro que el de extender un poder especial para que su administrador, le pudiese representar en las negociaciones que se iban a llevar a cabo con José Ignacio Arriola. Los datos evidenciaban la profunda decadencia de sus instalaciones, lo que imposilitaba su arrendamiento sin antes hacer frente a las reparaciones y como consecuencia, no le aportaba ganancias, por lo que dedidió vender el negocio de la mejor manera posible.297 [297 AHPG-GPAH, 1-1125, folio 144.]

Al acto de negociación estuvieron convocados el administrador y el comprador, llevándose a cabo el 20 de septiembre de 1808, momento preciso para ultimar los detalles que quedaban por aclarar. Mientras Arriola no pagase la totalidad de lo decretado por los expertos, los 113.312 reales, abonaría una renta anual de 150 ducados.

En esa misma fecha entregó la primera cuota y en adelante quedaron enajenadas las propiedades descritas y pasaban a manos de Arriola, sus hijos, herederos y sucesores.

Pero quedaba un último detalle, referente a la obtención de materia prima para fabricar carbón y todos los montes que pertenecían a la casa torre de Isasi, en la jurisdicción de Eibar, eran los propicios para cortar leña, acordaron que siempre que se hiciese un trasmocho o se arrancase, sería para Arriola o sus sucesores, pagando por ello el precio reglamentario de aquel momento, exceptuando la cantidad de leña, troncos o maderamen que la casa torre y los demás inquilinos de esta villa adscritos a Isasi, lo necesitasen para el consumo propio.298 [298 AHPG-GPAH, 1-1125, folio 146.]

Durante varios años estuvo suministrando vena para esta ferrería, Manuel Oleaga, que era vecino del concejo de Sestao y el 27 de julio de 1815, había llegado el momento de asegurar el pago de ese material y por ese motivo fue necesario hipotecar la ferrería mayor, con sus calces, presa, anteparas, herramientas y materiales.299 [299 AHPG-GPAH, H-581, folio 317.]

El nuevo propietario en julio de 1817, se comprometió a devolver el dinero prestado por el vecino de Bergara, Melchor Ignacio Irazabal, para febrero del año siguiente. El préstamo lo reintegraría en moneda de oro o plata y no se le admitiría ninguna otra clase de especie. Como garantía de que el pago se realizaría en el plazo estipulado, presentó como garantía la ferrería de Isasi.300 [300 AHPG-GPAH, H-581, folio 325v.]

En mayo de 1819 José Ignacio Arriola, contrajo una deuda con un vecino de Portugalete, de nombre José Aguede, por ser la persona que le había estado enviando hasta el puerto de Deba, diversas cantidades de vena para su ferrería de Isasi. Material que confesaba haberlo recibido de buena calidad y del que estaba satisfecho, pero las circunstancias no eran las más idóneas para pagarle. Fue el momento de ajustar las cuentas y decidieron que para el 24 de diciembre de ese mismo año, abonaría ese dinero y de no hacerlo, esa cantidad se vería incrementada en un 6% anual. Pero Arriola estaba convencido que para la fecha acordada, podría abonar los 18.059 reales de la deuda.301 [301 AHPG-GPAH, 1-1147, folio 375.]

Después de haber mantenido durante 11 años el arrendamiento enfitéutico José Ignacio Arriola consideraba que lo mejor era acabar con este modelo y aludía a que los gastos que había realizado en las instalaciones de la ferrería y del martinete, habían propasado sus expectativas. Ese fue el motivo para quedar con el administrador del marques de Santa Cruz y redactar un compromiso de renuncia. Ambas partes se pusieron de acuerdo y decidieron nombrar a quien les valorase el conjunto de instalaciones, con los instrumentos y las obras de mejora efectuadas. Por parte del propietario se le llamó a Juan Antonio Iturriaga como maestro perito que era y la otra presentó a un vecino de Mendaro llamado José Ignacio Aguirre, con el mismo título.

Estos expertos se encargaron de realizar una tasación de la ferrería, el martinete, los instrumentos de ambas instalaciones, las mejoras realizadas y la renta del martinete producida durante esos años. El administrador consideró que el horno fabricado para producir acero, no debía entrar en esa valoración, por no ser útil para la ferrería. Sin embargo Arriola, le contestó que esa obra se había efectuado para dar más utilidad a la propia ferrería y de no incluirlo, el edificio se lo quedaría, con el fin de arrendarlo o hacer lo que considerase más oportuno. De ese modo pagaría una renta enfitéutica solo por el terreno que ocupaba.

Ferrería de Agorrei en Aia (Gipuzkoa). Foto: Antxon Aguirre.

Los dos expertos contratados, estuvieron de acuerdo en realizar la tasación que les pidieron y una vez firmado ese compromiso, se dirigieron hacia la ferrería para proceder con su cometido. Una vez situados en ese lugar, acordaron retrasar su ejecución para el mes de junio del siguiente año y razonaron esta decisión. Coincidieron en declarar que en ese momento estaba trabajando y que se tendría que parar la producción, lo que supondría un gasto añadido. Pero pasado el día de San Juan el trabajo bajaba considerablemente y entonces sería el momento propicio para realizarla.

Los interesados estuvieron de acuerdo con esas apreciaciones y la pospusieron para la fecha que les indicaron.302 [302 AHPG-GPAH, 1-1143, folio 30/09/1819.]

El pasivo con José Aguede el suministrador del mineral de hierro que en esta ferrería se consumía, para el año 1821 había ascendido hasta los 20.000 reales. Esto supuso la celebración de otra reunión con el causante de la deuda Ignacio Arriola. En la misma acordaron la condonación de la deuda en un espacio de cuatro años y el modo de realizar los pagos. Quedaron en que fuese el dinero que Arriola percibía del colono de la ferrería de Carquizano de Elgoibar ya que ascendía a 4.000 reales esa renta. Los pagos se realizarían anualmente en dos plazos: uno el 24 de junio y el otro el 24 de diciembre. Pero para mayor seguridad de cobro, Aguede percibiría el dinero directamente de Vicente Irizar, arrendador de Carquizano en aquellos momentos.303 [303 AHPG-GPAH, 1-1144, folio 250.]

Desconocemos la causa, pero el año 1825 todavía persistía la deuda, aunque había disminuido ya que entonces eran 12.260 los reales. En junio de ese año, se produjo una nueva reunión para determinar los plazos y la manera de hacer frente al compromiso. En este caso aseguró que para el día 1 de agosto podría pagar la mitad y la otra mitad el 24 de diciembre de ese mismo año. Le aseguraron que no podía obtener más plazos y le advirtieron que de no hacer frente a este nuevo convenio, tendría que hipotecar elementos de la ferrería menor, como eran: un mazo y un yunque, la herramienta manual de la ferrería mayor, de la menor que se encontraba junto a la mayor, un martinete, mazo y yunque, la boga, una barra de pujón, cuatro pares de tenazas grandes, dos pequeñas y tres martillos. Materiales que Arriola aseguraba eran suyos, estando todos ellos libres de cualquier tributo. Le recordaron que estaba obligado a no desprenderse de ellos mientras que ese problema existiese.304 [304 AHPG-GPAH, 1-1149, folio 300.]

Otra deuda se contrajo con el vecino de Sestao, Ramón Lezama y ese mismo año se comprometió a devolverlo en dos plazos, el primero para el 24 de junio y el otro para el 24 de diciembre. Esto le supuso tener que hipotecar varias herramientas que en la ferrería mayor había, como eran 353 hachas, entre grandes y pequeñas, un mazo y un yunque, un martinete, otro mazo, otro yunque y la boga, una barra de pujón, cuatro pares de tenazas grandes y dos pequeñas más tres martillos.305 [305 AHPG-GPAH, H-581, folio 358v.]

Al haber pasado de nuevo a manos del marques de Santa Cruz la ferrería de Isasi, en 1846 extendió un poder para Juan Bautista Albizuri, para que le pudiese representar en el arrendamiento que estaba dispuesto a ceder durante 2 años a Gabriel Ibarzabal. El contrato comenzaría el día 1 de enero de 1847 y concluiría en otro igual de 1849. Se le pedió que pagase una renta anual de 1.000 reales y se le propusieron una serie de condiciones:

En el acto que se estaba celebrando ante el escribano y testigos, Ibarzabal debería entregar la totalidad del dinero correspondiente a los 2 años. Cuestión que hizo en aquel mismo momento en presencia de los asistentes.

Al llegar la fecha señalada por el inicio del contrato, Albizuri ejerciendo como representante, le debía entregar la ferrería con los tejados, cauce y camarote, en funcionamiento y sin averías. Por presentar esta ferrería un deplorable estado, se consideró que solo eran útiles los tejados y el cauce.

Con el fin de cada una de las partes tomase las determinaciones más convenientes para sus intereses, 6 meses antes de concluir el contrato, tanto el arrendador como el arrendatario, tendrían que manifestar sus intenciones y de ese modo se podría prolongar este contrato un año más.

En el transcurso del arrendamiento si Gabriel Ibarzabal necesitase establecer alguna manufactura en la ferrería, debía antes entenderse con el Marqués o con su representante y manifestarle sus deseos, para que el apoderado pudiese verificar lo que deseaba realizar y de ese modo, extender una nueva escritura de arriendo. Teniendo muy presente que sin esa autorización no podría realizar obra alguna. En definitiva estas fueron las condiciones de un nuevo arrendamiento para esta ferrería de Isasi.306 [306 AHPG-GPAH, 1-1162, folio 41.] Cumpliendo con las condiciones acordadas, se aseguraba el arrendamiento y que no podrían retirarle de la misma, bajo ningún pretexto que le quisiesen plantear. En su defecto el propietario estaba obligado a subsanarle los daños y perjuicios que se le ocasionasen.307 [307 AHPG-GPAH, 1-1162, folio 44.]

Estos han sido los documentos que hemos hallado sobre las ferrerías de Isasi. Pasaron las ferrerías, forjas y fundiciones, pero un nuevo impulso resurgió el 28 de octubre de 1920 cuando un reducido grupo de trabajadores con ganas de producir y con el gusto por el trabajo bien hecho, precisamente en terrenos de Torrekua, fundaron la sociedad Alfa, que luego se especializó en las máquinas de coser.

Martinete de Ulsaga

Diaz de Salazar en su libro sobre las Ferrerías Guipuzcoanas, escribía que fue claramente martinete debido a un concierto realizado en 1569 por la entrega de cargas para la herrería sotil de Ultsaga.308 [308 DIEZ DE SALAZAR FERNANDEZ Luís Miguel “Ferrerías Guipuzcoanas”, página 436.]

El conde de Oñate en el año 1650 permitió, por medio de un contrato otorgado en Madrid, que Ignacio Antía fuese el arrendatario de sus bienes en Eibar. Asimismo esta persona que por entonces vivía en Madrid, extendió un poder el 20 de abril de 1655, para que el beneficiado de Eibar, Diego Abad de Ibarra, pudiese arrendar la ferrería y los manzanales de Ultsaga. Con este dominio tenía la posibilidad de concertar con la persona o personas que considerase más oportuno, por el precio, tiempo y condiciones más convenientes para los intereses de su valedor y del propio conde.309 [309 AHPG-GPAH, 1-3189, folio 97.]

El citado beneficiado de la parroquia San Andrés de Eibar, preparó el arrendamiento de esta ferrería que pertenecía al conde de Oñate. Era el año 1656 cuando se firmó el contrato con Francisco Careaga, a quien además de la ferrería, le dejó dos manzanales con los que poder disfrutar de sus frutos y que se encontraban, uno de ellos junto a la propia ferrería y el otro entre dos acequias y junto al palacio. En tiempo establecido fue de 8 años y que ya había comenzado a contarse desde el día de Todos los Santos de 1655 y que finalizaría en otro día igual de 1663. El precio anual impuesto fue de 6 ducados y al finalizar el trato, tanto la ferrería como los manzanales se debían entregar en buenas condiciones, que en definitiva era como las había recibido. Durante ese tiempo si necesitaba realizar alguna reparación, debería anunciárselo al propietario o a su representante, dado que esa omisión le impediría cobrar los gastos que le hubiesen ocasionado. Tampoco podría abandonar su puesto, lo significaría tener que seguir pagando la renta, como si estuviese trabajando en ella.310 [310 AHPG-GPAH, 1-1036, folio 104.]

El administrador del conde de Oñate en 1664, ofreció a Juan Asurca y a su esposa Francisca Ascargorta la ferrería menor del palacio de Orbea, situada en el barrio de Ultsaga, además de un manzanal que poseía y que se encontraba junto al martinete y una heredad “pan sembrar” (donde se sembraba trigo) contigua al mismo edificio.

El tiempo establecido para este arrendamiento fue de 4 años y por una renta anual de 10 ducados. El matrimonio acepto la oferta y se comprometió a cuidar convenientemente todo lo que se le entregaba. Esto supuso que a partir de ese momento y mientras los pagos se realizasen puntualmente, no podían despedirle, aunque viniese otra persona que ofreciese más dinero por la renta y de hacerlo, le tendrían que poner otro martinete de las mismas características y con los mismos terrenos.311 [311 AHPG-GPAH, 1-1038, folio 41.]

Los barrenos de Eibar

Localización de los Ingenios de barrenado.

Barrenado

Los cañones de forjado tradicional salían con un orificio central, que debido a su proceso de fabricación, su interior se prestaba a grandes variaciones, puesto que no era uniforme, ni recto. Debido a esta circunstancia, era preciso perforarlo convenientemente y con ello conseguir la medida necesaria. Toda esta operación se realizaba con una herramienta a la que denominaban “barreno”. Se trataba de una barra de hierro larga con un extremo retorcido en espiral, del diámetro que se necesitaba conseguir y con su correspondiente afilado.

En nuestra zona el accionamiento era hidráulico y la operación se realizaba manualmente. Por medio de un mecanismo, se movía un eje que disponía de varias ruedas con dientes que hacían la función de engranajes, que a su vez daban movimiento a la barrena. Sujeta a la mesa había unas guías de forma que pudiesen deslizar sobre ellas el cañón. El trabajador empujaba manualmente el cañón hacia adelante y para ello utilizaban unas barras a modo de palancas.

Está constatado que los hermanos Churruca ya en el año 1544, barrenaban cañones de arcabuz y mosquete en la regata de Sagarraga de Placencia. El sistema utilizado era hidráulico y aprovechaban el salto de “Arzubiaga”. Debido a esta circunstancia, algunos de los molinos de nuestra zona fueron transformados para instalar, lo que denominaban “ingenio de barrenar cañones”. Hay que tener muy en cuenta también que, en ocasiones esas transformaciones se llegaron a realizar por mandato real. Frecuentemente los propietarios de estas instalaciones, las arrendaban a los especialistas en esa tarea, considerando además que no todas las piedras de moler se transformaban, llegando en ocasiones a realizarse en el mismo lugar las dos funciones de barrenado y molienda.

Por lo general tardaban tres días en la transformación puesto que debían de instalar la barrena, sacar los cimientos correspondientes, reparar todo el armazón e incluso en ocasiones el marco de la puerta. La obra la ejecutaban entre seis peones y tres oficiales.

Siempre que era necesario una gran cantidad de armamento, por lo general algunos de los molinos de nuestra Comarca del Bajo Deba, fueron obligados a realizar esta transformación por un determinado tiempo. Toda la innovación requería un gran esfuerzo complementario y es por ello que en ocasiones los propios dueños no estaban dispuestos a realizarlas. Uno de los molinos a los que el mandato real obligó a la transformación es el de “Goikoerrota” de Elgoibar, dado que un 16 de diciembre de 1718, el Superintendente General de las Reales Fábricas de armas ofensivas y defensivas de Cantabria, mandó al alguacil de las Reales Fábricas de Placencia, Francisco de Igarategui, con la orden de obligar a los dueños del molino de ejecutar la transformación de sus cuatro piedras de moler en “ingenios de barrenar cañones”.

Otra de las premisas era que en las instalaciones debía trabajar el maestro barrenero Pascual Salaberria, por ello pagó a los propietarios semanalmente 70 libras de harina de trigo. No obstante, al año tuvo que dejarlo de idéntica manera que estaba al tiempo de la transformación y pagar todos los gastos ocasionados por tal motivo.

Significar que la fábrica de fusiles “Euskalduna”, de Placencia, disponía de siete máquinas para barrenar, así como de un taller barrenero en la regata de Sagarraga.

Será a partir de los primeros años del siglo XX, cuando se comenzaron a fabricar cañones macizos, ello obligó a efectuar una primera operación de taladrado y abrir un agujero central.

Esta operación se realizaba con una máquina especial, la cual tenía una bancada sobre la que se apoyaban los cañones. En cada uno de sus extremos le colocaban sendos barrenos que eran accionados por correas que daba movimiento una transmisión general del taller y que giraba sujeta a varios soportes.

Los dos barrenos avanzaban simultáneamente y se introducían en el cañón macizo, cuando se hacia girar manualmente un gran volante que contenía un piñón y que este a su vez daba movimiento a una cremallera para avanzar los barrenos.

El trabajador que manipulaba el volante, con gran cuidado y habilidad hacía que las barrenas perforasen el cañón. Con frecuencia era preciso girar en sentido contrario para sacar la barrena y con ello permitir la salida de virutas, de difícil evacuación.

Normalmente una máquina de este tipo trabajaba tres cañones a la vez y utilizaban seis barrenos. Los propios barrenadores habitualmente hasta finales de los años sesenta, eran quienes construían sus propias herramientas y por ende los barrenos partiendo de una varilla, cuya punta calentaban en una fragua, para posteriormente, aplastarla a martillo sobre el yunque. El siguiente paso era el de sujetarlo en un tornillo de mesa y retorcerlo sobre sí mismo, lo que hacía que su extremo fuese similar a una broca.

Sobre el año 1930, el fabricante Víctor Sarasqueta manifestó que el barrenado era un trabajo “de mucha delicadeza, que requiere gran pericia, adquirida tras larga práctica”. Si el trabajador era muy hábil y experto, conseguía que el error de coincidencia de los dos orificios en el punto de unión fuera de entre 0,5 y 1 mm. aunque la diferencia más frecuente era entre 1 y 2 . Posteriormente corregían en la misma máquina la diferencia a base de introducir escariadores de un lado a otro del orificio y esta operación la repetían entre cuatro y cinco veces.

Había ocasiones en las que el maestro cañonista se comprometía a fabricar unos cañones concretos y los tenía que entregar ya barrenados. Eso le suponía tener que contratar a un oficial que se encargase de realizar ese trabajo, con los consiguientes gastos. A finales del siglo XVI, Pedro Loyola, proponía a Juan Sumendiaga un trato, para que le labrase una porción importante de cañones que él mismo se los pagaría al precio que acordasen. La condición fue que esos cañones se debían entregar ya barrenados y limados y que el material que se utilizase en su fabricación lo tenía que poner el propio Juan. Deberían estar debidamente confeccionados ya que tenían que pasar por el visto bueno de veedor de la fábrica de Placencia. En principio Juan estuvo de acuerdo, aunque le pidió que le adelantase parte del dinero acordado y que el resto se lo proporcionase una vez que estuviesen depositados todos los cañones.

Antes de cerrar el trato, Loyola le hizo presentar un avalista que se responsabilizase de que se le hiciese el trabajo de la manera acordada y Juan presentó a su suegro Pedro López Azaldegui.312 [312 AHPG-GPAH, 1-1011, folio 44.]

Un año más tarde el mismo maestro forjador de cañones, Agustín Bustindui, que precisamente trabajaba para la Real Fábrica de Placencia, necesitó el apoyo de Francisco Zuloaga, como maestro barrenador que era. Se trataba de llegar a un acuerdo para que todos los cañones que Agustín lograse fabricar en su fragua, tendrían que ser barrenados por Francisco. Le estaba terminantemente prohibido contactar con otro maestro barrenador que le hiciese ese trabajo, ya que el compromiso adquirido, le obligaba a tener que pagarle una fuerte suma por daños y perjuicios, si así lo hiciese.313 [313 AHPG-GPAH, 1-1051, folio 102.]

En 1739, Gregorio Apellaniz, representando a Juan Francisco Romero Echave, pidió al alcalde de Eibar, que tomase declaración a Juan Zubiaurre, sobre los años que había trabajado en la barrena de barrenar cañones, lo que pagaba de renta y cuantos años había estado sin pagarla. Bajo juramento “sobre la señal de la cruz que tiene en su real vara” Zubiaurre prometió decir la verdad. Declaró que había desarrollado su labor en la barrena durante 2 años, pero que no se acordaba concretamente que años fueron. Que durante esos 2 años su renta se la había abonado a Martín Zabala, que ya había fallecido. Una vez finalizado el contrato, le entregó la barrena y su herramienta correspondiente. Recordaba que Martín sacó a subasta su arrendamiento y que el mejor postor resultó ser Bautista Areitio y que lo hizo por un plazo de 8 años.314 [314 AHPG-GPAH, 1-1075, folio 16.]

El antiguo Banco Oficial de Pruebas de Armas de Eibar autorizado por real orden de 6-12-1919. Foto: Colección particular.

El marqués de La Ensenada, el 9 de junio de 1747, recomendó a los directores de la fábrica de armas de Placencia, que hicieran provisión de instrumentos para los gastadores del ejército. Fueron varios los especialistas eibarreses que se asociaron para presentar un informe y a la vez adquirir el compromiso de realizar ese trabajo durante 10 años. Estos fueron: Pedro y Francisco Olave, Andrés Lezeta y Andrés Vergara, los cuatro vecinos de Eibar. Después de desarrollar el método de trabajo, los pesos y medidas que debían tener cada uno de los instrumentos que estaban dispuestos a fabricar, indicaron que el hierro y acero que ellos utilizaban eran de la mejor calidad y que cada uno de ellos sería probado por los examinadores de la propia fábrica.

Además del compromiso adquirido, pidieron una serie de favores a las autoridades competentes, que se resumen en tres apartados: cuando necesitasen utilizar ruedas de los molinos para perfeccionar esos instrumentos, se les facilitase la entrada y al mismo tiempo pagasen a sus propietarios lo que se determinase en cada caso, que con el fin de amolar convenientemente los instrumentos que se reflejaban, pudiesen aprovechar los ingenios de agua de la jurisdicción de Eibar, con capacidad para una o más piedras, exigiendo que no se les pusiesen dificultades para realizar esa labor, aunque estaban de acuerdo, que era necesario pagar a los especialistas el precio estipulado en cada momento y el daño que pudiesen ocasionar en aquellas instalaciones.315 [315 AHPG-GPAH, 1-1055, folio 126.]

Cuando en 1803 Fernando Olave, se comprometió con la fábrica de armas de Placencia, a preparar una cantidad importante de “cureñas” de artillería, (armazón sobre ruedas en el cual se monta el cañón de artillería) utilizando para ello unos 3.000

quintales de hierro, (unos 221.400 kilos) necesitó avalar su trabajo con las propiedades que poseía: la casa donde habitaba, otras dos que estaban junto a ella y la huerta en la parte trasera, otra casa contigua con su fragua, la casa denominada Iturribide, las dos de “Montiola”, otra casa en la plaza nueva, un barreno nuevo, el caserío “Acarteguieta” y otros posesiones más en la zona de Bizkaia. Este documento nos cita un barreno para cañones de armas ligeras, propiedad de Fernando Olave.316 [316 AHPG-GPAH, 1-1132, folio 06/02/1803.]

Barreno de Olarreaga

Desconocemos su emplazamiento, pero posiblemente estuviese construido cerca de la ferrería Olarreaga, en el límite de provincias. Por la documentación que se aporta se instalaron dos ruedas para otros tantos ingenios.

Para su casamiento en 1731 Josefa Antonia Isasi, puso como dote, entre otros bienes, la mitad de las instalaciones de un barreno y su herramienta correspondiente, para barrenar todo tipo de cañones.317 [317 AHPG-GPAH, 1-1072, folio 186.]

El apoderado de la hacienda de Isasi en 1753, Luís Altuna, administraba el ingenio de barrenar cañones perteneciente a la condesa de Pie de Concha. Este fue denominado Olarreaga y contaba con dos ruedas para realizar el trabajo de barrenado.

Una de ellas, la que se denominaba como la segunda, era la más alejada de la puerta de entrada, se la arrendaron a José Juaristi, pero sin herramienta especifica para desarrollar esa labor y por un importe anual de 12 ducados, aunque no lo usase y por una duración de 7 años. El trato que se hizo en aquella ocasión, hizo referencia a que mientras los pagos se realizasen sin demora al final de cada año, no se le podía despedir. De hacerlo, había que encontrarle un ingenio de las mismas características, en las mismas condiciones, en un paraje y accesibilidad parecido del que le querían echar. El a su vez, tuvo que presentar un avalista como garantía de que los pagos se realizasen sin demora.318 [318 AHPG-GPAH, 1-1080, folio 160.]

Ese mismo día se hizo el contrato con la otra rueda, la denominada como primera por estar situada la más cercana a la puerta de entrada. El otro barrenador fue Domingo Olave, al que se le hizo entrega de la herramienta. Motivo por el cual la renta le supuso 1 ducado más al año y su duración fueron los mismos 7 años. El resto de condiciones fueron las mismas que las que se hicieron con el otro inquilino.319 [319 AHPG-GPAH, 1-1080, folio 163.]

Caserío Otaolaerdikoa de Eibar. Foto: Koldo Lizarralde.

Casa Barrena de Otaola

Se encontraba en el barrio de Otaola y contaba con dos ruedas para barrenar cañones de armas ligeras. No obstante por medio de un contrato de 1804, se indica que se encontraba en el camino real, lindando por el Norte con el río Ego, por el Este con una huerta de Fernando Olave y por el Oeste con terrenos del caserío Otaolabazterra. Posiblemente su ubicación original fuese cerca de la que hoy ocupa la empresa Firestone en Otaola.

Este ingenio que en 1632 pertenecía al que entonces ejercía como escribano del Ayuntamiento de Eibar, Cristóbal Sugadi, con sus dos ruedas de barrenar cañones, se la arrendó a Domingo Pagoaga, que comenzó a desarrollar su labor el 1 de mayo de 1632 y durante 1 año. Aunque desconocemos la renta que le impusieron, si sabemos que se le permitió subarrendarlo al vecino de Zenarruza, Simón Sangoriz. Se lo cedió por el mismo periodo y en las mismas fechas, con tal que le abonase 15 ducados. La primera cuota la entregó en Navidad y la otra mitad una vez concluido el plazo, puntualmente y sin pleito. Para acceder a ese puesto le impuso una serie de condiciones, que comenzaban por tener que dejar de trabajar para otras personas, siempre que Pagoaga necesitase barrenar sus cañones de arcabuz y de mosquetón, le pagaba 1 real por cada uno de esos cañones. En caso de no entregar ese dinero según los iba trabajando, tenía la libertad de poder desarrollar su labor para otros clientes.

En cuanto a la herramienta que necesitaba para barrenar, se la facilitaron pero tenía que devolverla a la conclusión del trato. En caso que tanto la guía como la barrena necesitasen ser reparadas, sería responsabilidad de Pagoaga y a cambio Sangoriz estaba obligado a tener limpias las acequias. En caso de estar parado debido a las reparaciones que se pudiesen producir, implicaría una rebaja en la renta, que estaría en consonancia con el tiempo perdido. El cumplimiento de lo formalizado, impediría su despido, ya que ambos estuvieron de acuerdo en cumplir lo pactado.320 [320 AHPG-GPAH, 1-1014, folio 154.]

El mismo Sugadi en 1635, en su ejercicio de escribano y propietario a la vez, presentó un contrato de arrendamiento por la mitad del ingenio que él mismo llamaba “barrena y molino de Otaola”. El que aceptó la propuesta fue otro vecino de Eibar de nombre Asensio Arzamendi, dispuesto a trabajar durante un año en esas instalaciones. La renta que se le pedió fue de 16 ducados y para cuando se hallaban redactando el acta, entregó 9 de ellos y el resto le prometió que se los iba a abonar para el día de Nuestra Señora de agosto. Acordaron que las averías que pudiesen surgir, siempre que fuesen troncales, de su reparación se encargaría Sugadi y de las ordinarias se ocuparía Asensio, quien además era el encargado de mantener limpias las acequias. Debido a las responsabilidades que ambos adquirieron, no se le podía despedir, pero él tampoco se podía marchar sin antes abonar los 7 ducados que le quedaban por pagar. Este ingenio se entregó en perfectas condiciones y de la misma manera lo debería dejar después de cumplir el año pactado.321 [321 AHPG-GPAH, 1-1017, folio 204.]

Una vez más Cristóbal Sugadi, en agosto de 1638, otorgó otro nuevo arrendamiento de la mitad de este ingenio. El interesado en esta ocasión fue Martín Anun-cibay, también vecino de Eibar, quien estuvo dispuesto a desarrollar su labor de barrenador, en este ingenio por espacio de 1 año. El pago se efectuaría en dos plazos: los 8 primeros ducados al finalizar el mes de octubre y los otros 8 restantes pasados 6 meses. De no hacer frente a los pagos, de la manera que estaba estipulada, sería denunciado y tendría que abonar las costas del juicio, la renta y los daños derivados del impago. Pero si el propietario lo recibía en las fechas señaladas, no podría impedir que siguiese trabajando en el ingenio de Otaola. Además el dueño se ocuparía de reparar las averías más importantes que pudiesen surgir. En otro de los apartados del contrato, se especificaba que Martín debería resolver las pequeñas averías, mantener limpias las acequias y entregar la maquinaria como la iba a recibir, en buenas condiciones.322 [322 AHPG-GPAH, 1-1018, folio 201.]

En el mismo contrato matrimonial ya descrito en el apartado de molinos (Arkaxpe), realizado en 1644 para el casamiento de Damián Mancisidor, natural de Guetaria y la eibarresa María Feliciana Sugadi, se nos anuncia que su padre, Cristóbal Sugadi, cedió entre otros bienes, la mitad del ingenio de barrenar que pertenecía al mayorazgo de la casa de Isasi-Barrenengoa y la otra mitad del mismo aparato que era del mayorazgo de Otaola, siendo Cristóbal el mayorazgo en ambos casos.

En aquel mismo instante de la firma, pasó a manos de la nueva pareja, aunque todo estaba supeditado al cumplimiento de una serie de normas que se dictaron.323 [323 AHPG-GPAH, 1-1024, folio 23.]

Este ingenio contaba con dos ruedas que a su vez daban movimiento a otras tantas barrenas en el interior del edificio, una de ellas estaba cerca de la puerta de entrada y enfrente a la casa solar de Otaola, y la otra al fondo del edificio “miraba hacia Vizcaya”. Ambas compartían 2 barquines y una alcoba pero la herramienta que se utilizaba pertenecía a dos casas, la de Isasi-Barrenengoa y a la casa solar de Otaola. Una vez registrado el instrumental con que contaba el ingenio hidráulico en 1703,324 [324 AHPG-GPAH, 1-1048, folio 96. Ambas compartían 2 barquines y una alcoba pero la herramienta que se utilizaba pertenecía a dos casas, la de Isasi-Barrenengoa, a la que le correspondía 96 libras de peso en herramientas, 4 barrenos para rectificar el interior de los cañones de mosquetón, 1 tenedor, 1 martillo, 1 limpiador y más de 71 barrenas diferentes. De casa solar de Otaola eran 84 libras en 27 piezas de barrenar los cañones de mosquetón, 71libras en 48 piezas para cañones de arcabuces y en esas libras estaban incluidos 1 secador y 1 cincel.] el propietario de la casa solar Isasi-Barrenengoa, Damián Mancisidor por medio de su albacea Francisco Isasi, ofreció un arrendamiento a los maestros barrenadores Juan Garay y Bautista Olave. Entre ellos se pusieron de acuerdo para prolongarlo durante 6 años, pagando cada uno 32 reales. Correspondió a los propietarios hacerse cargo de las averías más importantes que pudiesen surgir y de las corrientes los barrenadores. Como solía suceder en este tipo de arrendamientos, de realizar los pagos en su debido tiempo y de manera acordada, no se les podría rescindir el contrato por mucho que lo intentasen los propietarios y si ellos abandonasen su trabajo en el ingenio, tenían que cumplir con su compromiso de pagar la renta, ya que al no hacerlo podían ser llevados a juicio.325 [325 AHPG-GPAH, 1-1048, folio 96.]

En otro de los casos fue el eibarrés Juan Zubiaurre, el que consiguió en 1730 el arrendamiento de la barrena de Otaola, en 1730, y quiso compartirla con el placentino Asensio Eguren. Le ofreció trabajar juntos durante 4 años y repartirse tanto las ganancias como las pérdidas que pudiesen surgir, le sugirió el aportar la herramienta necesaria y pagarla a medias. Asensio accedió a compartir tanto el trabajo como los gastos y de ese modo comenzaron a trabajar en el ingenio de Otaola.326 [326 AHPG-GPAH, 1-1049, folio 35.]

La mitad de este ingenio de barrenar cañones situado en Otaola, fue subarrendado por Andrés Olave en 1762, para 2 años a José Muniozguren. Teniendo en cuenta que el ingenio también pertenecía al vecino de Getaria, Juan Lorenzo Romero Echave. En este acto que se estaba celebrando, se le hizo entrega de la rueda y de una serie de herramientas para utilizarlas correctamente: Fueron 45 piezas que denomi-naron como“trastas”, 1 “arrancante”, 2 martillos y 1 argolla. El peso aproximado de estas piezas, que pesaban 94 libras, para trabajar para la fábrica de Placencia y la renta le supuso un desembolso anual de 18 ducados. Una vez finalizado el contrato, todo el material inventariado lo tenía que dejar en buenas condiciones y con el mismo peso. De abonar correctamente el dinero que se le pedió, no se le podría obligar a abandonar el ingenio, puesto que de hacerlo, tendrían que ofrecerle otro de las mismas características y por el mismo importe.327 [327 AHPG-GPAH, 1-1089, folio 230.]

La mitad de este ingenio, en el año 1784 seguía perteneciendo a la familia del vecino de Getaria, pero esta vez estaba en manos de su hijo José Fernando Romero y como representante para negociar con sus propiedades, nombró a Juan Andrés Lascurain, para tratar con esa parte del barreno que le correspondía. Hay que tener en cuenta que en aquellos momentos, la otra mitad pertenecía a Nicolás Landazuri. Su representante Lascurain entabló negociaciones con el barrenador Damián Zuloaga y entre ambos acordaron que durante 6 años, utilizaría esa rueda y su herramienta que constaba de 46 “trastas” (piezas para barrenar), 2 martillos y 1 argolla con su cuna.

El peso total de toda esta herramienta fue de 86 libras. El arrendamiento comenzaría el día de Todos los Santos, por un importe anual de 24 ducados. Una vez que hubiese transcurrido 1 año, Zuloaga se comprometió a colocar, a su cuenta, un nuevo rodezno, también a que una vez finalizado el convenio, entregaría toda esa herramienta, con el mismo peso que la recibía en aquel momento. De cumplir con lo pactado, no podía ser expulsado y dejarle sin el barreno, a no ser que le entregasen otro de las mismas características, durante el tiempo estipulado.328 [328 AHPG-GPAH, 1-1109, folio 357.]

Este ingenio en 1804 seguía perteneciendo una mitad a la familia de Guetaria, entonces en poder de José Fernando Echave y la otra mitad a Nicolás Landazuri, vecino de Durango. El día 1 de junio de ese mismo año Landazuri decidió vender su parte a Juan Andrés Gabiola, quien se comprometió a pagar los réditos de un censo hasta cancelarlo. Se indica su emplazamiento en el contrato de venta, “se hallaba limitado por el sur con el camino real de coches, por el norte con el río Ego que descendía de Ermua, por el este con la huerta de Fernando Olave y por el oeste con terrenos del caserío Otaolabasterra”.329 [329 AHPG-GPAH, H-581, folio 291.]

Transcurrieron los años y para el año 1828 ya fueron tres los propietarios, una de ellas fue Ignacia Barrutia que heredó una cuarta parte de su madre Josefa Basauri, la otra cuarta parte perteneció a su hermanastra Francisca Lorenza Gabiola y el resto a los herederos de Nicolás Landazuri. El ingenio en esa época necesitaba arreglos para su buena conservación, en la presa y en el canal por donde discurría el agua para llegar al depósito. Al no poder hacerse cargo Ignacia de la parte que le correspondía de las obras, no le quedó más remedio que vender su parte a Pedro Ignacio Arana.330 [330 AHPG-GPAH, 1-1152, folio 486.]

Estos tres propietarios continuaron dirigiendo el ingenio hasta que en 1852 Francisca Lorenza Gabiola, por entonces viuda, el 1 de octubre, decidió vender su parte a José Lorenzo Telleria, a quien aseguró no haberla vendido anteriormente, ni haber estado empeñada y que se hallaba libre de todo tributo. Sin embargo le anunció que estaba hipotecada la mitad del ingenio, debido a una escritura firmada, a favor del vecino de Getaria, José Fernández Echave en 1804, cuestión a la que ella iba a responder para dejar libre su parte. El valor asignado al aparato fue de 3.800 reales, que deberían ser abonados en 8 días, que se contarían desde la fecha del contrato. Telleria aceptó las condiciones y presentó como su avalista a Domingo Tomás Guisasola.331 [331 AHPG-GPAH, 1-4655, folio 324.]

Pasado el tiempo permitido, Telleria entregó el dinero dispuesto para la compra y a cambio recibió una certificación de haber efectuado el pago y el documento acre-ditaba que era el propietario de la cuarta parte de la casa barrena, de su presa y cauce.

También quedó especificado que Francisca, ya no podía reclamarlo, ni intervenir en cuestiones relacionadas con la venta de esa propiedad.332 [332 AHPG-GPAH, 1-4655, folio 338.]

Apenas habían pasado 18 días, cuando Telleria recibió el préstamo que le brindó Tomás Bustinduy, que suponían 2.200 reales en monedas de plata. Como resultado de la deuda adquirida, fue necesario nombrar a Pedro Zengotita por avalista y ambos se comprometieron a devolver ese dinero y a pagar un 4% de interés anual, en el plazo de 4 años, o cuando el prestamista lo desease, solo tendría que anunciarlo con 15 días de antelación para poder recibirlo. Para mayor seguridad de pago, entre otras propiedades se hipotecó la cuarta parte del ingenio de Otaola.333 [333 AHPG-GPAH, 1-4655, folio 377.]

Convento de Isasi, Markeskua y Torrekua. Foto: Valentín Hervias.

La última noticia que he logrado reunir sobre este ingenio, data del 14 de noviembre de 1842, cuando Ana María Eguiluz, por entonces viuda de Ignacio Arana, le vendía su cuarta parte de la casa barrena de Otaola, por 3.000 reales, a Domingo Zamacola, sobre ese dinero comunicó al escribano que ya lo había recibido.334 [334 AHPG-GPAH, H-582, folio 77v.]

Barreno nuevo de Otaola

Ingenio localizado entre el viejo barreno de Otaola y el caserío Otaolaerdikoa.

En 1759, Pedro Olabe, comunicaba a los mandatarios eibarreses, que el teniente coronel Luís Urbina, persona nombrada por el Rey para revisar todas sus reales fábricas, tenía intenciones de acudir a esta villa con la determinación de reconocer el lugar más idóneo para edificar una casa donde instalar un ingenio con el que abrir cañones para la fábrica de Placencia. Dado el interés que tenía para las autoridades locales, para que se construyese en su jurisdicción, nombraron la representación que debería acompañarle, el alcalde y sus regidores.

El día que llegó Luís Urbina, estaban preparados el alcalde y los regidores para llevarle al lugar que consideraron como más propicio para ese servicio. Se trataba de un terreno que pertenecía al cabildo que se encontraba entre las heredades de la casa Otaolaerdikoa y el viejo barreno de Otaola, en el camino real que desde Eibar se dirigía a Ermua. Hasta ese lugar también se personaron los maestros de obras José Zuaznabar y Juan Andrés Lascurain. Estos comunicaron a los presentes, que la mejor manera de llevar a cabo la obra, era arrimarse un poco al camino real al objeto de abrir los calces del edificio que se pretendía construir.335 [335 AHPG-GPAH, 1-1087, folio 409.]

El nuevo ingenio que en su momento pidió el teniente coronel Luís Urbina, para 1763 ya estaba construido y fue el momento en el que Pedro Olave recordó a los ediles, de que modo se le concedió la licencia para abrir unos calces junto al río que bajaba de Ermua, y edificar una casa donde montar el ingenio que trabajaría para la fábrica de Placencia, en el terreno que pertenecía al cabildo, ubicado en el término de Otaola. Que una vez realizada la obra y estar el ingenio en marcha quedaba una última petición, llevar a cabo la posesión judicial para que de ese modo nadie le pudiese molestar. La corporación municipal estuvo de acuerdo con esa demanda y el alcalde Francisco Areta, anunció que la iba a llevarla a cabo de inmediato y el que le inquie-tase una vez concluido el acto, se le impondría una multa de 50.000 maravedís.

Ese mismo día el alcalde se acercó hasta el nuevo edificio para proceder al acto de posesión. En ese momento tomó de la mano a Pedro y lo introdujo en el edificio, luego él salió y es cuando Olave comenzó a pasearse por el interior, abrió y cerró las puertas y ventanas para luego salir del edificio, se acercó hasta el pedazo de terreno que le correspondía, arrancó unas cuantas hierbas, se hizo con unos terrones de tierra y los echó a los calces, todo ello como muestra de posesión. Desde ese momento nadie podía perturbar su estancia en ese lugar.336 [336 AHPG-GPAH, 1-1090, folio 131.]

De los fondos de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, dependiente de la fábrica de Placencia, en 1779 contrataron los servicios de Pedro Olave, para que dis-tribuyese el latón entre los maestros oficiales del gremio de aparejeros. Trimestralmente tenía la obligación de dar cuenta de lo distribuido y lo que quedaba en el almacén. Por ese motivo le pidieron al matrimonio Pedro Olave y María Antonia Bergara, que presentase propiedades como garantía de que su actuación sería correctamente llevada y de ese modo varias de sus casas, las 4 fraguas de Elgetakale y el barreno de nueva construcción de Otaola, dependieron de su buen hacer.337 [337 AHPG-GPAH, H-581, folio 36v.]

En septiembre de este mismo año, el matrimonio anteriormente citado, fundó un censo a favor del vecino de Eibar Juan Bautista Mendizábal y para seguridad de que los pagos se realizarían de la manera acordada, hipotecaron varias propiedades: la casa donde habitaban con su correspondiente huerta, situada en Elgetakale y las fraguas que en ese lugar poseían, otra casa denominada Iturbide, contigua a la fuente del portal, el caserío “Acarteguieta” y sus propiedades del barrio de Gorosta y el nuevo barreno de Otaola con sus máquinas y repuestos.338 [338 AHPG-GPAH, H-581, folio 256v.]

Cuando Pedro Olabe, ya llevaba unos cuantos años con su propiedad, necesitó la ayuda de un comerciante de Bilbao, a quien en 1779 le debía 31.000 reales. Entonces le prometió que en 6 meses le aportaría la mitad de esa cantidad y pasados otros 6, el resto. Como garantía de que la promesa sería cierta, hipotecaba varias propiedades y entre ellas se encontraba este ingenio denominado de Otaola. Existe una nota al margen con la que certifica que para el 21 de junio de 1780, ya estaba redimida.339 [339 AHPG-GPAH, H-581, folio 05/10/1779.]

Pero los problemas económicos acuciaron al matrimonio y en 1781, la esposa María Antonia Bergara, ante la imperiosa necesidad de conseguir el dinero suficiente para continuar con su modo de vivir y atender a las urgencias que les surgieron, le extendió un poder. Con este documento el marido pudo acudir a cuantas comunidades religiosas, obras pías o particulares fueron necesarias para conseguir la ayuda que ambos precisaban, así como pactar el modo de devolver los plazos y también los intereses. Ella sabía a lo que se exponía y estaba convencida que era el mejor modo de atajar las dificultades que les habían sobrevenido y que era el modo de dar más seguridad a las obligaciones a las que iban a ser sometidos, no les quedó más remedio que hipotecar los bienes que pertenecían a cada uno de ellos y al matrimonio. En vez de hacer un listado de todos esos bienes, nos quedaremos con el nuevo ingenio construido en el término de Otaola, que estaba libre de vínculo y de mayorazgo, por haber sido adquirido por Antonia y por Pedro. A la firma del documento se le avisó de que con su postura, renunciaba a las leyes que le amparaban y que prohibían a toda mujer ser fiadora de persona alguna y de las demás que le pudiesen favorecer, ella declaró que lo hacía sin haber sido obligada y que estaba satisfecha de su modo de proceder.340 [340 AHPG-GPAH, 1-1105, folio 237.]

Ingenio de barrenar cañones de armas portátiles. Dibujos del libro Fábricas hidráulicas españolas de Ignacio González Tascón, páginas, 136-137. Edición: Madrid, MOPT, Centro de publicaciones, 1992.

Debido al beneplácito obtenido de su mujer, Pedro recibió una cantidad de dinero de manos de Josefa Olabaria, viuda de Domingo Olalde, dinero que prometió devolverlo en plazo de un año. Una cosa es prometer y otra es poder, que es lo que le ocurrió, sin embargo consiguió una prórroga de un año más, renovando la hipoteca realizada en la anterior ocasión donde estaba incluido este ingenio. Tampoco en esta ocasión pudo cumplir su promesa, ni tan siquiera una parte, por el fallecimiento de su esposa y se le concedió el mismo plazo que en anteriores ocasiones, con las mismas características. Un nuevo incumplimiento fue el detonante para concederle una última oportunidad que debería cumplir para el 22 de mayo de 1785, de no hacerlo efectivo, se actuaría en consecuencia.341 [341 AHPG-GPAH, H-581, folio 64.]

En diciembre de 1786 Pedro Olave consiguió un contrato para preparar varios herrajes labrados, con el Comisionado del Banco Nacional de San Carlos, Tomás Goicoechea. El destino de este material sería el departamento del Ferrol, pero tenía que depositarlo para el mes de junio de 1787, en los almacenes que Goicoechea po-seía en San Sebastián. Como garantía de que el trabajo se realizaría de la manera acordada, necesitó exponer este ingenio, además de otras propiedades y las de sus avalistas, así como una fianza de 12.000 pesos en carbón y mineral de hierro que almacenaba en las ferrerías de Isasi de Eibar y Olarreaga de Ermua. Bajo una serie de condiciones especificadas en el contrato Pedro tenía que tener en cuenta, que el peso del material tenía que ser el de este País y no el Castellano, por un precio de 49,5 maravedís por libra, eso le supondría recibir 300.000 reales, después de depositar todo el material en los almacenes.342 [342 AHPG-GPAH, H-581, folio 75.]

La viuda de Olalde y su hijo en noviembre de 1788 extendieron un certificado de haber cobrado los 20.511,8 reales que Pedro les debía y por ese motivo quedaron libres las propiedades que habían estado bajo la amenaza de una hipoteca, entre ellas las 4 fraguas y este mismo ingenio.343 [343 AHPG-GPAH, H-581, folio 111v.]

Pero los problemas se le acumularon a Pedro Olabe, ya que el 29 de octubre de 1791, no le quedó más remedio que hacer frente a la deuda que había contraído con el comerciante de Bilbao, José Antonio Olalde, que ascendió a 47.950 reales. En esa fecha se comprometió a hacerla efectiva en un solo pago, para el día 25 de abril del siguiente año. Si por cualquier circunstancia no podría satisfacer esa cantidad, se le impondría un interés anual del 3% hasta que fuese cancelada. Como seguridad de que se llevaría a cabo de la manera acordada, aportó varios de sus bienes, entre ellos el nuevo ingenio de barrenar cañones instalado en el término de Otaola, sus 4 fraguas situadas junto a su casa de Aranguren y las fraguas de Iturbide.344 [344 AHPG-GPAH, H-581, folio 143v.]

Esa deuda en abril de 1793, todavía no se había hecho efectiva y de nuevo a Pedro Olave no le quedó más remedio que admitir la nueva propuesta realizada por José Antonio Olalde, que consistió en poner como garantía sus propiedades, entre las que se hallaba este ingenio, pero con la novedad de que en esta ocasión, si Olalde no recibía el dinero en el plazo acordado, pudiese subastar las haciendas para conseguirlo.345 [345 AHPG-GPAH, H-581, folio 251.]

Al no poder completar el pago al que se había comprometido, no se llevó a cabo la subasta pero necesitó hacer una nueva escritura por el resto de la deuda, que fueron 24.084 reales y de nuevo se obligó a tener que abonarla para abril de 1794, por lo que fue necesario de nuevo hipotecar sus posesiones anteriores el ingenio y las fraguas, además de otras propiedades.346 [346 AHPG-GPAH, H-581, folio 152v.]

Edificio donde se barrenaban cañones de armas portátiles. Dibujo del libro Fábricas hidráulicas españolas de Ignacio González Tascón, página 137. Edición: Madrid, MOPT, Centro de publicaciones, 1992.

El día 1 de noviembre de 1797, fallecía Pedro Olave y por ese motivo se pidió el correspondiente inventario de los bienes que le pertenecían. Una vez realizado, Fernando Olave Bergara proponía a sus hermanos y hermanastros, la compra de varias propiedades, como eran: la casa principal situada en Elgetakale, más sus dos inmediatas a cada lado, que componían un cuerpo con dos solares, la huerta y las fraguas que se estaban reparando en la parte superior de esa misma casa, la casa barrena de Otaola que se estaba reedificando, con su huerta y un pedazo de terreno que existía en la acequia del propio barreno, además de otras propiedades. Esta casa barrena, con sus máquinas, presa, huerta y pedazo de terreno, fue valorada en 21.423 reales, que la familia una vez presentadas las cuentas, estuvo de acuerdo en vender todas esas propiedades que su hermano Fernando, solicitó.347 [347 AHPG-GPAH, H-581, folio 275.]

Estos son los últimos datos que se han podido recopilar sobre este ingenio.

Barreno de Ulsaga

Ingenio situado en las inmediaciones de la plaza de Ultsaga.

Al conde de Oñate le pertenecía una fragua que estaba situada en la plaza Ultsaga y en marzo de 1861, su administrador le trasmitió la petición practicada por Isidro Odriozola y Blas Treviño, sobre la instalación de la maquinaria específica para el torneado de cañones, en el terreno contiguo a esa fragua. El propio conde aceptó la propuesta y le indicó que preparase las condiciones por las que se iba a regir ese arrendamiento durante los 9 años que los interesados permaneciesen en las nuevas instalaciones, a partir del 1 de noviembre, puesto que hasta esa fecha la fragua estaba comprometida, por una renta anual de 500 reales. El conde se mostró dispuesto a invertir un dinero en la nueva construcción, pero al mismo tiempo les pidió que ellos interviniesen en las obras y que una vez puesta en marcha la instalación, preparasen el coste total, ya que anualmente les pensaba cobrar, además de la renta, un 5% de ese importe. También se les emplazó a presentar a las personas que ejerciesen como avalistas. Durante ese periodo, si los pagos se realizaban como estaba estipulado, no po-dría forzar la salida de su propiedad, pues al hacerlo, les tendría que conseguir otra instalación de las mismas características y en su defecto les devolvería el importe de lo pagado por el arrendamiento, el interés que hasta esa fecha hubiesen abonado así como los daños y perjuicios que de ello se derivasen. Al admitir con todas y cada una de las exigencias presentadas firmaron el contrato.348 [348 AHPG-GPAH, 1-4461, folio 157.]

Sin embargo surgió un problema, una vez que se hubo formalizado el contrato de arrendamiento, puesto que uno de los que actuaron como avalistas José Joaquín Ibarra, falleció antes de comenzar a desarrollar su labor y el administrador Ambrosio Gardoa, les pedió que nombrasen a un sustituto. Puestos en contacto con Manuel Garate, se mostró dispuesto a suplir al fallecido y así lo hizo.349 [349 AHPG-GPAH, 1-4461, folio 315.]

Para el mes de julio de ese mismo año, las reformas habían finalizado en la casa donde se habían instalado las máquinas destinadas al torneado de cañones y estaban listas para comenzar a trabajar. Toda la reforma le costó al conde 36.469 reales, ya solo faltaba marcar las pautas para la utilización del agua que iba a dar movimiento a la rueda, para que de ese modo se trasmitiese esa energía a las máquinas y el modo de hacer frente a los gastos y lo que cada uno de ellos debería aportar. Se pusieron de acuerdo en que aquel que utilizase la energía de la rueda durante una semana por la mañana, al otro le quedaba la de la tarde de esa misma semana y viceversa en la semana siguiente. A Odriozola le tocó pagar anualmente al conde, 1.651,40 reales y a Treviño le correspondió abonar 1.036,14 reales. Esas cantidades correspondieron a la suma total de lo convenido en el contrato de arrendamiento y que era el resultado de haber ejecutado las obras, el importe por la renta de la fragua y de la tejabana allí construida. Una vez que iniciasen su trabajo en esas instalaciones y hasta que finalizase su contrato, necesitaron hacerse cargo de las averías que surgieron, pagando a partes iguales, lo mismo que el aceite y los demás materiales que necesitaron para el buen funcionamiento de la rueda hidráulica, ya que de no hacerlo suponía indemni-zar al compañero por los gastos originados y por el perjuicio que se derivase del impago. Dejando bien claro el compromiso adquirido, aquel que les obligó a tener que alternarse semanalmente la utilización del agua.350 [350 AHPG-GPAH, 1-4461, folio 317.]

Otro nuevo arrendamiento se presentó en noviembre de 1884, la encargada de presentarlo, fue la administradora de la condesa de Oñate, María Josefa Perea, que a sus 58 años era viuda y residía en Oñate. Los que necesitaron de esas instalaciones para desarrollar su labor como fabricantes de armas fueron: Blas Treviño de 66 años de edad y su hijo José de 32 años. En aquellos momentos el edificio en concreto carecía de nombre y tampoco tenía un número designado, pero se hallaba en la Plaza Unzaga y contaba con una fragua y un terreno contiguo en la regata, cuyo cauce estaba cubierto junto a la misma fábrica.

Este contrato estuvo preparado para que durase 4 años y por lo tanto debería finalizar para 1888, aunque podía prorrogarse por 2 años más, si los arrendatarios lo estimasen oportuno. Los 861,70 pesetas de la renta se abonaron en dos plazos iguales, el primero se realizó en el mes de febrero y el segundo en agosto. La maquinaría allí instalada constaba de una rueda hidráulica, con sus dos piñones, tambor, tres ruedas volanderas, una palanca y una rueda de combinación. Además de la garantía de tener a su disposición las entradas y salidas, los usos y costumbre que le correspondían al ingenio, desde entonces contarían con el agua suficiente para poder trabajar.

Al firmarlo, se comprometieron a cuidar el edificio de la mejor manera posible, así como llevar a cabo las obras que la presa y el cauce necesitasen. Con respecto a la maquinaria, una vez finalizado el plazo convenido estuvieron de acuerdo en entregarla en las mismas condiciones que las recibieron.

Se les advirtió que durante ese periodo, no podrían variar la distribución del local donde se encontraban las ruedas hidráulicas, ni tampoco la del taller, sin antes haber contado con el beneplácito de la propietaria. Tampoco tuvieron derecho a reclamar el abono de dinero por los arreglos que se necesitaron. En el caso que los pagos no se realizasen en las fechas estipuladas, podía ser reclamado judicialmente. La falta de puntualidad en los abonos de la renta, o la alteración de cualquiera de las condiciones aceptadas, se daría por concluido el contrato, siempre que la propietaria lo considerase oportuno, con miras a sus intereses.351 [351 AHPG-GPAH, 1-4800, folio 756.]

Barreno de Ibarra

Este ingenio se construyó en la parte trasera del molino del mismo nombre y contaba con dos ingenios de barrenar.

A la casa de Ibarra de abajo le pertenecía una fragua con su edificio correspondiente y en enero de 1602, era Domingo Espilla quien se la arrendaba a Matías Ze-laya por un tiempo estipulado de 4 años. Este contrato comenzó a llevarse a cabo a partir de ese mismo año. La cantidad estipulada fue de 4 ducados anuales y habiendo adelantado el primer plazo, Matías se aseguró su utilización, ya que al haber abonado esa cantidad le daba derecho y no podían dejarle en la estacada, pues al hacerlo, Espilla estaba obligado a facilitarle otra de las mismas características.352 [352 AHPG-GPAH, 1-1011, folio 64.]

Sin embargo en uno de los arrendamiento que se realizó en 1704 con la casa solar de Ibarra de arriba, siendo sus propietarios el entonces alcalde Martín López de Ibarra y su hijo Salvador, anunciaron que ni la barrena, ni el molino contaban para ese contrato.353 [353 AHPG-GPAH, 1-1058, folio 136.] Eso nos indica que en este lugar ya existía un ingenio hidráulico con el que se rectificaba el interior de los cañones y más teniendo en cuenta que 2 años antes se había producido la misma oferta. Cuestión que queda reflejada en el apartado del molino perteneciente a esta casa.

José Luzar estaba empeñado en fabricar un edificio donde instalar un ingenio para barrenar cañones, junto al molino de Ibarra. Su primera actuación, fue el 15 de Abril de 1736, momento en el que presentó una petición al Ayuntamiento pidiendo licencia de construcción y notificando donde y cuales eran sus planes. Los ediles no pusieron pegas, pero le advirtieron que necesitaba el permiso de los propietarios para poder realizar sus planes. También le notificaron que reconocerían el terreno para cerciorarse de que no se incumplieran las normas establecidas. Al mismo tiempo le indicaron, que mientras tanto, no podía comenzar a cimentar el terreno para su objetivo.354 [354 AHPG-GPAH, 1-1050, folio 106.]

Pasaron unos días y el siguiente paso de Luzar, fue el de reunirse con Teodoro Zuaznabar, como Gobernador de la fábrica de armas de Placencia que era, para mos-trarle su propósito de montar en 3 meses, un ingenio de barrenar cañones con dos ruedas, en la jurisdicción de la villa de Eibar. El motivo de la entrevista era presentarle su proyecto y al mismo tiempo pedirle un anticipo para poder llevarlo a cabo.

Zuaznabar aceptó de buen grado entregarle un anticipo, a condición de que cada vez que entregase cañones ya probados, dejase para la fábrica el valor de 15 pesos en cañones hasta completar la deuda.355 [355 AHPG-GPAH, 1-1050, folio 108.]

Todo le estaba saliendo según lo previsto y entonces solo le quedaba obtener el permiso de los dueños del terreno y del molino. José Joaquín Ibarra y Catalina Espilla, ya estaban enterados de la petición a los ediles y de la promesa de Luzar de dar al Ayuntamiento por la licencia, la plantación de 50 robles en dos hojas en la jurisdicción de la villa. Puesto en contacto con los propietarios, les indicó que deseaba construirlo en la parte trasera del propio molino y cuando las aguas ya habían pasado por el mismo. Se comprometió a que jamás les causaría perjuicio alguno, por lo que obtuvo su permiso y ya pudo comenzar su labor.356 [356 AHPG-GPAH, 1-1050, folio 112.]

Sin embargo las cuestiones de propiedad, le dieron bastantes quebraderos de cabeza. Apenas habían transcurrido 15 días de la fecha en la que pidió licencia al Ayuntamiento para posteriormente obtener el permiso de los propietarios, cuando el 30 de abril de ese mismo año, uno de los propietarios, José Joaquín Ibarra, le propuso hacerse socio y compartir los gastos y beneficios a medias. Luzar aceptó ese ofreci-miento y de ese modo se tuvieron que dictar una serie de normas para llevar adelante ese nuevo proyecto.

Acordaron que ninguno de los dos pudiese obtener preferencia sobre el otro y para legalizar esa sociedad, se formularon una serie de condiciones a las que ambos deberían atenerse, a José Luzar le correspondió la contratación de maestros y peones que hiciesen la obra, Joaquín se ocupó de poner todos los materiales que fueran necesarios para la construcción del edificio donde alojar el ingenio, menos aquellos que Luzar le indicó. Una vez finalizada la edificación, ambos se reunirían para evaluar lo que cada uno había aportado, de haber proporcionado uno más que el otro, ese iría cobrando de las rentas que se produjesen del arrendamiento del ingenio, hasta ajustar la cuenta. Después cobrarían a partes iguales y todo sería a medias, tanto en propiedad como en usufructo, sin preferencia alguna para sus hijos y herederos.357 [357 AHPG-GPAH, 1-1050, folio 114.]

Pero cuando se estaba construyendo el edificio, Catalina Espilla, recelosa de lo que se pretendía montar, actuó por su cuenta y manifestó que al ser la propietaria de la mitad del molino de Ibarra, con su presa, calces y acequia, estaba en su derecho de denunciar el hecho ante las autoridades municipales, ya que no estaba convencida que José Luzar estuviese actuando debidamente al fabricar su ingenio y pidió que se parase la obra y que se nombrase a expertos que dictaminasen la validez de esa labor.

En el momento de recibirse esa acusación en el Ayuntamiento, los representantes municipales actuaron en consecuencia y obligaron a los obreros a parar su faena y no reiniciarla hasta que todo se aclarase, bajo la advertencia de que, al no cumplir con el mandato se les impondría importantes multas.

De momento se detuvieron las obras y cada una de las partes implicadas en este asunto, nombraron a sus respectivos peritos: Catalina contrató los servicios de un vecino de Elorrio de nombre Juan Uria Zubia y Luzar los del elgoibarrés Domingo Azpitarte.

Ambos técnicos se reunieron y visitaron las obras un 14 de julio de 1736 y Azpitarte admitió, que la pared construida era de medio pie más alto de lo que sería deseable, pues cabía la posibilidad de hacer represa en el molino cuando sus tres rodetes estuviesen funcionando. La solución sería bajar ese medio pie en las paredes de la antepara y el problema quedaría zanjado. En cuanto a las aguas que recogía para el funcionamiento del ingenio, no cabía duda que también pertenecían a Catalina, sin embargo consideraba que el lugar escogido para su edificación, era de uso común.

Estas fueron en resumen las valoraciones realizadas por Azpitarte.

Por su parte la persona competente para salvaguardar los intereses de Catalina, no estaba muy de acuerdo con la valoración realizada por su compañero y expuso su propio parecer, indicando que cuando llegaron al lugar, pudieron observar como la parte inferior del molino, estaba con mucho agua y llegaba hasta una altura considerable. Teniendo en cuenta las fechas en la que realizó la inspección, cuando llegase el invierno, las consecuencias serían mucho más graves y dañarían considerablemente los intereses de los propietarios del molino de Ibarra. Con la particularidad de que los muros se encontraban en terrenos de la casa torre de Ibarra y el agua que se utilizaba también.

Al no haber un acuerdo total sobre los perjuicios que el nuevo barreno podría producir en el molino de Ibarra, ni tampoco en la ubicación del mismo, José Luzar pedió que se buscase un tercero, para realizar esa labor, pero que fuese ajeno a los intereses de los litigantes. En principio se pensó en Sebastián Zumaran, escribano de la villa, pero Luzar lo recusó, bajo la sospecha de ser proclive a los intereses de Catalina y en contra de los suyos.

El recurso surtió su efecto y el nuevo perito Ignacio Aristizabal, vecino de Bergara, fue contratado para emitir el resultado de sus propios análisis, que resultaron de-terminantes. Una vez comprobada la situación del barreno y del molino, estimó que era necesario bajar la altura del muro en medio pie, pues de no hacerlo perjudicaría el normal funcionamiento de las ruedas del molino. Por otra parte, pudo comprobar que el suelo donde se hallaba el nuevo ingenio, siguiendo las lineas de las paredes, pertenecía al mayorazgo del molino.

El alcalde envió a los interesados el resultado de las investigaciones realizadas por el experto nombrado por las discrepancias, para que de ese modo pudiesen alegar lo que considerasen más oportuno.358 [358 BUA-AMB, C/078-04.]

Debido a esas controversias, el día 2 de agosto de 1736 fue necesario realizar una reunión a tres bandas. A ella acudieron José Joaquín Ibarra y Juan Antonio Larrañaga como heredero de Catalina Espilla, ambos propietarios de la mitad del molino de Ibarra y el tercero en discordia José Luzar. Reflexionaron sobre un aspecto a tener muy en cuenta, de seguir adelante con el pleito en instancias mayores, les ocasionaría enormes gastos para las tres partes, por lo que decidieron ponerse de acuerdo y plantear una serie de condiciones para crear una sociedad a tres bandas.

En ese mismo instante comenzaron las negociaciones, acordando que Luzar continuase por su cuenta con la obra y que para ello Ibarra y Larrañaga, le dieran 20 pesos cada uno, en el plazo de un mes, dinero que se descontaría del total que cada uno tuviese que aportar, una vez concluidas las obras y hechas las cuentas.

Esmerilando piezas a base de utilizar energía hidráulica. Dibujo: Yulen Zabaleta.

Finalizado el trabajo de construcción y montaje, se nombraría a dos expertos, uno por parte de los propietarios del molino y el otro por parte de Luzar. Ellos valorarían el costo y de no ponerse de acuerdo, el escribano nombraría a un tercero.

Una vez de haber descontado el dinero aportado por Ibarra y Larrañaga, el resto de lo pagado por Luzar, se lo cobraría de las rentas que produjese el ingenio. Cuando finalizase la totalidad del reintegro, las rentas se las repartirían a partes iguales, una para cada socio.

Luzar estuvo durante 50 días acerando y componiendo las herramientas que se necesitaron para trabajar con ambos barrenos y decidieron que por ese trabajo se le abonase lo que considerasen dos peritos, nombrados de la misma manera que en el anterior caso.

A Larrañaga le tocó hacerse cargo de las costas procesales del litigio iniciado por Catalina, pero sin incluir los gastos de los peritos que reconocieron la obra.

Las averías que surgiesen en el nuevo ingenio, sus gastos se repartirían entre los socios a partes iguales. Pero Luzar y sus herederos, también tenían que participar en los gastos que ocasionase la presa principal del molino, que estaba situada en el arrabal de la villa.

De producirse algún perjuicio en el molino, causado por el ingenio, había que pre-servar el mantenimiento del molino, en contra del barreno. Al originarse una avería en las instalaciones del molino, mientras durasen las reparaciones y hasta que no funcionase correctamente, las dos ruedas del barreno permanecerían paradas. Ninguno de los socios podía poner impedimento a que las obras se realizasen. Una vez que el pago de las obras de construcción del ingenio, ya estuviesen zanjadas, Luzar podía acceder a arrendarlo y sería el preferido ante otros barrenadores, siempre y cuando igualase la renta de los interesados. De no ser así, no podría hacerse cargo de las dos ruedas.

Tanto Ibarra como Larrañaga y sus respectivos herederos, podían dejar esa tercera parte a los sucesores de Luzar. Cualquiera de los dos propietarios del molino, podían comprar la tercera parte de Luzar, pagando por ello el precio que estuviese estipulado en aquellos momentos y esa parte incorporarla a su propiedad. Estas fueron las condiciones previstas para la nueva sociedad y con las que los tres nuevos socios estuvieron completamente de acuerdo.359 [359 AHPG-GPAH, 1-1050, folio 156.]

A pesar de los contratiempos la nueva sociedad ya estaba preparada para comenzar a desarrollar la labor para la que había sido fundada. Por ese motivo, en noviembre de 1736, acordaron que sería necesario preparar un arrendamiento, que les aportase 200 reales anuales y repartirlo a partes iguales. Puesto el precio, solo les quedó contratar a los maestros que lo quisiesen manejar. Mostraron su interés el eibarrés Francisco Zuloaga y el elgoibarrés Pedro Alberdi, quienes en principio, aceptaron trabajar cada uno en una de las dos ruedas y hacerse cargo de la renta a medias durante 1 año.

Aceptaron iniciar el trabajo a partir del 1 de diciembre de ese mismo año.360 [360 AHPG-GPAH, 1-1050, folio 196.]

Pasaron los años y el ingenio instalado en las propiedades de Ibarra, estaba dando sus frutos, sin embargo, entre los socios surgió la discordia. En enero de 1746 José Joaquín Ibarra y Juan Andrés Larrañaga, se plantearon denunciar a José Luzar por que durante los 10 años transcurridos, Luzar había estado cobrando las rentas que producía el ingenio y todavía no les había presentado las cuentas. Durante esos años, constantemente le habían reclamado y pedido explicaciones por su actitud, mientras él solo aportaba excusas para no mostrarlas. Sin bien era cierto que Luzar se había encargado de pagar la obra, no era menos cierto que, ellos habían puesto un dinero como adelanto y por lo tanto había llegado la hora de saber lo que correspondía a cada socio. Su actitud había colmado la paciencia de los otros dos accionistas, por lo que decidieron facilitar un poder a Pedro Santos Amiano, para que les representase ante el Corregidor de la provincia, y con sus directrices llegar a liquidar las cuentas.361 [361 AHPG-GPAH, 1-1054, folio 7.]

Documento de Martín Luzar en el que se relacionan los instrumentos que se utilizaban en un ingenio de barrenado. Diputación Foral de Gipuzkoa-Gipuzkoako Foru Aldundia AHPG-GPAH 1/1102, folio 125.

José Joaquín Ibarra y su mujer María Ventura Butron viuda de Salvador López de Ibarra, necesitaron del dinero que les ofreció el cabildo parroquial y como garantía dejaron hipotecadas unas serie de propiedades; las casas que poseían en el barrio de Ardanza y otras con las que contaban con una fragua de herrero, situada junto a la muralla de la casa concejil y donde se hallaba el matadero donde se sacrificaban vacas y carneros, en la calle que antiguamente denominaban Iparkale. Pero a su vez ellos concedieron ese dinero a Josefa Elarzaga y a su hija María Isabel Ibarra, para proceder al pago de la tercera parte de las obras efectuadas en este barreno, que se hallaba detrás del molino de Ibarra.362 [362 AHPG-GPAH, H-264, folio 203.]

En 1756 José Luzar como propietario del barreno de hacer cañones para la fábrica de Placencia, que se encontraba junto al molino de Ibarra, pidió a Bautista Alberdi que no construyese presa ni antepara tan próximo al barreno, dado que la represa podía impedir el movimiento de las ruedas de su barreno. El había montado su ingenio con las correspondientes licencias y al ser público el uso común del agua del río, le pedía que la presa para el molino que estaba construyendo, la hiciese a más distancia y en caso contrario protestaría a quien fuera necesario, por los perjuicios que le pudiese ocasionar. El escribano notificó a Juan Bautista Alberdi Egurza lo que Luzar le pedía y éste a su vez le contestó, que no iba a perjudicar de modo alguno a la barrena.363 [363 AHPG-GPAH, 1-1083, folio 334.]

Pero José dejó Eibar para irse a vivir a Izkue en Nabarra y en el año 1765 su hijo Agustín Luzar mozo soltero, deseaba contraer matrimonio con María Josefa Guisasola, “doncella en cabello” y por ser parientes en cuarto grado de consanguinidad, necesitó el permiso papal, trámites que preparaba su hermano Martín, que para entonces era vicario en el mismo Izkue. Antes de contraer matrimonio estaba comprometido a mejorar la herencia de ese hermano y ante el escribano redactó los bienes que disfrutaba, y que había recibido de sus padres: Una casa en Arragoeta con su fragua para forjar cañones que se entregaban en la fábrica de Placencia, la tercera parte del ingenio de barrenar cañones ubicado junto al molino de Ibarra y que compartía con Joaquín Ibarra y Juan Andrés Larrañaga, toda la herramienta necesaria para que en la fragua se forjasen los cañones, como eran los barquines, tobera, yunque, terra-jas y martillos. También presentó la herramienta del barreno que se reducía a un yunque y a otros instrumentos con los que “abrir” los cañones.364 [364 AHPG-GPAH, 1-1092, folio 239.]

En relación a la herramienta que utilizaba Agustín Luzar, tras su fallecimiento se anotó, ya que su hermano y albacea en 1766, mandó realizar un listado de los instrumentos que utilizaba para su trabajo.365 [365 AHPG-GPAH, 1-1094, folio 70.]

Siendo el propietario de la tercera parte de este ingenio en 1778 Martín Luzar, sacerdote en la iglesia parroquial de San Andrés de esta localidad, hijo de José Luzar y de María Guisasola, ya difuntos, estuvo dispuesto a vender, pero antes deseaba mostrar de que manera lo había conseguido. Contaba que habiendo surgido diferencias entre los socios, el 11 de agosto de 1756 se planteo un juicio ante la justicia ordinaria de esta villa. Por una parte estaban de acuerdo Juan Andrés Larrañaga y José Joaquín Ibarra, que no admitían que su padre poseyera la tercera parte de la barrena instalada junto al molino de Ibarra, que utilizaba las aguas del río Ego. El pleito siguió sus trámites legales y el 7 de noviembre de 1757, se emitió el veredicto favorable a las tesis de José Luzar. Pero José Joaquín Ibarra, no estuvo de acuerdo con la resolución del caso y apeló la sentencia ante la Chancillería de Valladolid y los días 17 de febrero y 16 de junio de 1761, se confirmó lo dispuesto por la justicia ordinaria de Eibar. A petición del socio Larrañaga, se envió desde ese tribunal, una carta ejecutoria de la sentencia.

Lo aportado no creaba dudas que Martín como heredero que era, le pertenecía esa tercera parte y el 29 de mayo se reunió con Antonio Larrañaga y su esposa María Catalina Salinas, que a su vez eran los herederos de otra tercera parte, para venderles su participación. Les pedió 80 ducados que suponían 880 reales, para abonarlos de una manera determinada, 300 de esos reales los tenían entregar en aquel mismo momento y el resto, en iguales cantidades durante los 2 siguientes años y la fecha de abonarlos sería el 24 de junio. El matrimonio aceptó esas condiciones, le entregó lo acordado y se comprometieron a pagar el resto como estaba pactado. La mujer necesitó renunciar a los derechos que pudiesen favorecerle por las leyes en este caso, para que la venta se pudiese llevar a cabo de la manera concebida. Además admitieron que era preceptivo inscribir esta venta en el libro de hipotecas de la localidad.366 [366 AHPG-GPAH, 1-1102, folio 125.]

Llegado el año 1833, este ingenio cambió de manos, hasta entonces por diversas causas, había pertenecido a dos personas, uno Juan José Goicolea, al que le correspondía una tercera parte y las otras dos restantes a José Joaquín Larrañaga, que le ha-bían sido legadas por sus antepasados. Pero éste estaba deseoso de vender la parte que le correspondía y se la ofreció a Gabriel Ibarzabal, quien pagó en mano el dinero que le pedía. Desde ese momento Larrañaga dejó de ser propietario y Ibarzabal pasó a ser el que podía utilizar esas dos terceras partes del edificio con su maquinaria y de todos los usos y costumbres que de esa venta se derivaron.367 [367 AHPG-GPAH, 1-1156, folio 356.]

Sin embargo no quedó así el asunto, puesto que ese mismo año se produjeron dos compraventas más y este ingenio pasó a manos de un único propietario. Justo habían pasado 6 meses de haberse producido la compra de las dos terceras partes, por parte de Ibarzabal, cuando consiguió quedarse con la parte que le faltaba y que pertenecía a Goicolea. En ese momento toda la propiedad pertenecía a una sola persona, pero por poco tiempo, ya que ese mismo año se la ofreció a José María Alberdi, que también entregó el dinero que le pedió en mano y fue considerado como un justo precio. Si en marzo de ese mismo año el ingenio estaba compartido entre dos personas, en septiembre se lo quedó un tercero, que legalmente se hizo con el edificio, la maquinaria con todos los derechos y obligaciones de los usos y costumbres para su dis-frute y el de sus herederos.368 [368 AHPG-GPAH, 1-1156, folio 493.]