Introducción

Mi deseo es dar a conocer una energía que tuvo en épocas pasadas su gran esplendor a todos los niveles, los centros donde se trabajaba con ella y el modo de desarrollar esa labor los trabajadores con ella implicados, el agua.

De su importancia en relación a la gama industrial, al orden económico y al social, de su declive con la llegada de nuevas energías que han ido cambiando los métodos de producción.

Estudiar el modo de producir y la manera de trabajar de aquellas personas, en su mayoría humildes, pero con un alto grado de responsabilidad para desarrollar los diferentes métodos de trabajo. Eran trabajadores que en la inmensa mayoría de los casos comenzaban presentándose al centro de trabajo, normalmente desde los 14 años, para conseguir un contrato de aprendizaje. En ese caso debían ir acompañados del padre o del tutor, que era quien llegaba a un acuerdo con el propietario o maestro en cuestión, sobre el tiempo y el modo de llevarlo a cabo. La importancia de estos contratos residía en la adaptación al medio del aprendiz, cuestión a la que se le daba un máximo valor. Incuestionablemente había que cumplir todos y cada uno de los días de ese periodo, por lo que el aprendiz no podía abandonar su puesto de trabajo.

Si lo hacía, su padre o su tutor, estaba obligado a reintegrarle de nuevo. No podían quedar dudas en ese aspecto y así se reflejaba: los días que hubiese faltado por su abandono, los cumpliría después de haber transcurrido el periodo concertado. Incluso había reglas en caso de que el aprendiz enfermase o se accidentase. Era tal su importancia, que los propietarios les acogían en sus propias viviendas para encargarse de su manutención y suministrarles la vestimenta que tenía que utilizar en su puesto de trabajo y la de los días de asueto, además de recibir un sueldo anualmente.

Era el método que se empleaba para crear oficiales que sustentasen la producción desde su puesto de trabajo. De ese modo conocían el medio en el que iban a desarrollar su labor y adquirían los conocimientos necesarios para evolucionar desde ese mismo puesto y avanzar en las distintas fases del mismo. Al dar solución a los problemas que surgían en el día a día, sus conocimientos eran mayores para plantear soluciones en cada caso.

Con el grado de madurez y los conocimientos necesarios, algunos se independizaban y comenzaban a desarrollar esa labor buscando lugares que ya estuviesen montados y se hacían con ellos a base de arrendamientos. En otros casos, existieron oficiales que consiguieron un préstamo para montar su propio ingenio hidráulico y con dedicación y esfuerzo, consiguieron salir adelante.

Por otro lado están los comportamientos sociales que se reflejan en casos de adquisición de ingenios hidráulicos o con modelos de arrendamientos. En ellos se insertan los métodos tradicionales que había para que estos se efectuaran y que han perdurado durante siglos y que nosotros hemos podido llegar a contemplar. Cuando se efectuaba una venta, eran los denominados como expertos, los que determinaban el precio que se debía abonar y para ser propietario de hecho y de derecho había que cumplir una serie de requisitos. En principio era necesario reclamar esa propiedad, para lo cual era imprescindible ponerlo en conocimiento de la autoridad municipal y el secretario municipal recogía en acta de la toma de posesión. El nuevo propietario entraba en el edificio de la mano de la autoridad competente, que una vez en el interior, salía y dejaba solo al nuevo titular, éste abría y cerraba las puertas y ventanas como signo de pertenencia. Desde ese mismo instante, judicialmente, ya era el propietario y nadie podría molestarle por serlo.

Las obras que se realizaban en distintas instalaciones hidráulicas, han supuesto una fuente importante de este trabajo. Eran los maestros en construcción, los que se nombraban para que hiciesen la valoración de las obras que se iban a realizar. En ocasiones, tanto la parte contratante, como el contratado, se ponían de acuerdo y nombraban a un mismo maestro. En otras, cada uno nombraba a su propio experto y entre los dos daban el importe del coste de esa obra. De no ponerse de acuerdo, se nombraba a un tercero y lo que él decidiese, era definitivo. Luego se acudía a la subasta para conseguir el maestro que quisiese llevar a cabo ese trabajo. Estas licitaciones se anunciaban desde el pulpito de la iglesia y durante la misa mayor de los domingos, de ese modo un mayor número de personas se enteraban de ese hecho.

Como hemos indicado, estos anuncios se solían realizar cuando había obras que realizar, pero también con motivo de arrendamientos o ventas. El lugar escogido para llevarlas a cabo, era los soportales del Ayuntamiento, donde la autoridad municipal cumplía con los requisitos establecidos encendiendo una serie de velas.

Durante los siglos transcurridos han venido sucediéndose las donaciones, legados, cambios de propiedad, nuevas instalaciones y demás, que en algunos casos con testamentos recopilados han descubierto la propiedad. Toda esta actividad ha creado desavenencias entre familias. Cuando ocurría un hecho de esta índole, en principio se buscaba la solución más cercana y se acudía a la autoridad municipal y era el alcalde, como juez ordinario que ostentaba el cargo, quien emitía su veredicto. Se apelaba al tribunal provincial y quedaba la posibilidad de acudir a los tribunales estatales.

En definitiva son datos que nos recuerdan que todos los hombres y mujeres que han participado en cualquiera de las facetas que se descubren en la comarca del Bajo Deba, son los verdaderos creadores de su historia y que sólo hemos podido reflejar una ínfima parte de lo producido, pero se necesitaba dar conocimiento de los hechos, en agradecimiento a lo aportado con sus vidas.

Metodología

El lector puede apreciar que en este libro existe un desequilibrio entre la documentación destinada a los molinos -incluso entre molinos- y el resto de ingenios hidráulicos. Indudablemente esto se debe a que existe mucha más documentación sobre molinos. Del resto de ingenios poco se ha escrito, por lo que la documentación a la que se puede acceder es escasa, pero he considerado que, en vez de igualarla, es preferible dar a conocer de manera exhaustiva las peripecias que han tenido que solventar nuestros antepasados, con respecto a los molinos y al resto de ingenios.

También el lector ha de tener en cuenta que los escribanos de cada época han descrito los topónimos de la localidad de muy diferentes maneras, por lo que se ha decidido seguir las directrices marcadas por Euskaltzandia, en su toponímia de Eibar.

Sin embargo, los nombres y apellidos de las personas que aparecen en este libro figuran como los escribanos los han escrito en los diversos documentos.

Para hacer este libro ha sido necesario acudir a diferentes archivos locales, provinciales y nacionales, además de hacer uso de las nuevas tecnologías, así como visitar los lugares donde han estado instalados estos ingenios y pedir información a los vecinos de la zona.

En las últimas páginas del libro se ha preparado un glosario para poder consultar los nombres de las diferentes piezas de los ingenios, así como las equivalencias de los pesos y medidas.

Eibar, el río y la industria molinera

Localización de los molinos de Eibar (Euskera-2004, 2-págs.: 721-799).

El Ego

Afluente del Deba que ha venido prestando su energía a los ingenios hidráulicos de Eibar, nace en las faldas del monte Oiz, a una altura de 400 m.s.n.m. del territorio vizcaíno de Mallabia, al pasa por Ermua alimenta su caudal recogiendo las aguas del regato que baja del monte Urko. Se adentra en Gipuzkoa por Eibar, la atraviesa todo el casco urbano, (estando la mayoría de este recorrido por la villa armera cubierto), para desembocar en el río Deba a su paso por Malzaga, donde tiene una anchura de 25 metros. En su recorrido de 15 kilómetros se le unen por la orilla izquierda los arroyo de; Berano, Arrajola -que procede del monte Urko-, Abontza, Matxaria, Asua, Txarakoa y Azitain. Por la derecha; Zabaleta, Aixola -que proviene de Elgueta y Zaldibar-, Unbe, Txonta y Kiñarra.

En Eibar tenían la costumbre de repartirse el importe de lo que suponían los sueldos del médico, boticario y cirujano, de ese modo, los que abonaban cierta cantidad, estaban cubiertos para las asistencias de estos profesionales cuando lo necesitasen y sus nombres aparecen inscritos en el libro de actas del Ayuntamiento. Es por ese motivo por lo que sabemos que el molinero del molino de Apalategi, por él y por los molineros que pudiesen ejercer esta labor en este molino, Francisco Zuloeta, aportaba 4 reales; el molinero del molino de Azitain, Juan Arana, 1 real; Pedro Zuloeta, molinero en el molino de Urkizu, 1 real y Martín, como molinero en el molino de Ibarra, 1 real. Por este mismo concepto pero cinco años más tarde, aparece inscrito el molinero del molino del Portal, Juan Olaldea y su familia, que aportaron 2 reales; María Pérez de Iturrita, que ejercía como molinera en el molino de Arkaxpe, pagó 1 real. Con la contribución de 1 real también estaban suscritos: Juan Arana molinero en el molino de Urkizu; Pedro Zubiaurre molinero en el molino de Ibarra, así como los molineros del molino de Azitain y los del de Apalategi. Sin embargo, observamos que en el año 1626, entre el listado de nombres inscritos para esta asistencia, como molinero solo se anota al del molino de Apalategi, Francisco Zuloeta.1 [1 Archivo Municipal de Eibar, I libro de actas.]

El Ayuntamiento eibarrés, en 1652, ordenaba la visita a todos los molinos de su jurisdicción al objeto de controlar que los pesos y medidas que se estaban utilizando, estuviesen acordes con los que ellos tenían como muestra. Cuando había diferencias, se establecía la pronta adecuación de los fallos y para verificarlo, deberían presentarse en el propio Ayuntamiento. Ese trabajo se lo encomendaron al escribano, al que pagaron 1 ducado por su labor.2 [2 EUA-AME, II Libro de actas, folio 428.]

El alcalde, Francisco Ignacio Eguiguren tenía noticias del descontento de sus vecinos con los molineros de la villa. Se decía que no eran bien tratados cuando llevaban a moler tanto el trigo, como el maíz y que tenían preferencias a la hora de atenderles cuando iban a molturar el grano. No estaba dispuesto a consentirlo, pero nadie se había dirigido a él para denunciarlo, lo que imposibilitaba su actuación en el asunto, pero como juez ordinario que era, deseaba recibir esas quejas y poder actuar. La medida adoptada fue la de anunciarlo desde el púlpito de la parroquia, un domingo en la misa mayor.

Así se hizo el día 22 de febrero de 1733, y fue el cura, en el momento del ofertorio, como era costumbre, quien se lo hizo saber a los allí congregados, “en lengua vulgar vascongada” para que de esa manera pudiera enterarse la mayor parte de los eibarreses.3 [3 Archivo Histórico Protocolos Gipuzkoanos de Oñate, 1-1072, folio 42.]

Los pesos y medidas de los establecimientos de la localidad se solían cotejar con los que había en el Ayuntamiento. Con anterioridad, las llevaban a Tolosa donde se encontraban las de la provincia y las afinaban si era preciso para luego servir de muestra a las que iban a llegar de los molinos. Las ordenanzas de la villa así lo exigían y por ese motivo, el alcalde y los concejales elegidos el día San Miguel de 1757, procedieron a revisar y cotejar las pesas y medidas de la villa, encontrándose entre ellas las de los molinos. No estaban todas, puesto que faltaban las correspondientes al molino construido en el arroyo Saturixo. Encontraron algunas “faltillas” en las medidas de tres y media libra, correspondientes al molino de Aguinaga, que se regularon para que entrase más producto.4 [4 AHPG-GPAH, 1-1084, folio 307.]

Según Pascual Madoz en 1848 en los ríos de la Provincia de Guipúzcoa funcionaban cerca de 200 molinos y que en Eibar molían 10 de estos ingenios hidráulicos.5 [5 MADOZ, Pascual. DICCIONARIO GEOGRÁFICO-ESTADÍSTICO-HISTÓRICO. (Faksimil edizioa) 1845-1850. JUNTAS GENERALES DE GIPUZKOA-1970, página 48.]

Azaldegi-Barrenekoerrota

Considerando que en ambos molinos aparecen los mismos propietarios, en las mismas fechas y en la misma zona, pueda que se trate de un mismo molino, motivo por el cual se han unificado ambas acepciones. Era un molino que utilizaba las aguas del río Ego para mover dos pares de piedras con las que moler trigo y maíz. Mediado el siglo XIX, se nos indica que este molino se hallaba en el barrio de Otaola, a orillas del río Ego, en el camino que desde Eibar se dirigía a Ermua.

Se encontraba en Otaola donde posteriormente se construyó el taller de Firestone.

La primera cita de este molino la hemos localizado en 1857 6 [6 SAN MARTIN, Juan. CUADERNOS DE ETNOLOGIA Y ETNOGRAFIA. Relación de caseríos del término municipal de Eibar. DIPUTACION FORAL DE NAVARRA. Pamplona.1977, página 139.]. No obstante la propiedad del molino harinero Barreneko errota, estaba en manos de Fernando Olabe, pero tras su fallecimiento sin haber testado, en septiembre de 1859, sus hijos, Fernando y Josefa Olabe Orbe, como herederos de sus bienes, se decantaron por venderlo en vez de utilizarlo. Se lo ofrecieron a su convecino Martín Guisasola Tellería, labrador de profesión y con 44 años de edad, a quien indicaron que el molino todavía guardaba todos sus instrumentos, antepuertas, acequia y cauce, además de un terreno, un trozo de huerta y 6 nogales allí plantados. Era un terreno que superficialmente contaba con 395 estados cuadrados y que había sido valorado por Juan Bautista Ansola, en julio de ese mismo año, vecino de Elgoibar y experto perito, en 24.000 reales. Ese era el dinero que le pidieron y que el propio Guisasola, en ese mismo acto, lo entregó a los dos hermanos, advirtiéndole que estaba obligado a realizar su inscripción en el registro de Bergara.7 [7 AHPG-GPAH, 1-4459, folio 307.]

Esquema de un molino con el nombre de cada una de las piezas en euskera eibarrés. Dibujo: Yulen Zabaleta.

Este a su vez en 1863, decidió nuevamente venderlo. En esta ocasión se apuntaron las propiedades que rodeaban al propio molino; por el este confinaba con una heredad del marques de Santa Cruz; por el sur con el camino principal que se dirigía a Ermua; por el oeste con la barrena (donde se barrenaban cañones de escopeta) que pertenecía a José Francisco Zamacola, a Lorenzo Telleria y a la familia del finado Juan Ramón Arana y por el norte con el río Ego que bajaba de Ermua. El interesado en su compra era el molinero Pedro Cengotita Unamunzaga, entonces viudo de 59 años, quien le ofreció 25.300 reales y como seguridad de su compromiso, en ese acto le entregó 5.300 reales y el resto del dinero estaba dispuesto a entregarle en cantidades parciales, superiores a 4.000 reales, siempre que se lo dijese con 2 meses de antelación. Mientras no se efectuase el abono de la totalidad del dinero, el molino estaría sujeto a una hipoteca. El vendedor declaró que el molino estaba libre de toda carga y que no se debía tener en cuenta el pago de la contribución territorial ya que Guipúzcoa estaba exenta de esa satisfacción, pero que estaba inscrito en la Sociedad de Seguros de la villa de Eibar, aunque desconocía cómo se encontraban las dos últimas anualidades y los dividendos. A pesar de este detalle, acordaron que la venta se realizase y así lo hicieron.8 [ 8 AHPG-GPAH, 1-4463, folio 153.]

Revisando el censo oficial de 1890 aparece José María Aspiri Iraegui como domiciliado en este molino y 5 años más tarde trabajaba como molinero Benito Aguirre.

Posteriormente Juan Ignacio Aramburu Urizar como propietario de este molino en 1906 presentó en el Ayuntamiento una petición de reforma, donde explicó que tenía verdaderos problemas en todas aquellas ocasiones que el río Ego aumentaba considerablemente su caudal, puesto que se le inundaban las aceñas y el salto de agua se le quedaba inutilizado, como consecuencia del amontonamiento del escombro, procedente de la cantera situada sobre el mismo margen pero aguas arriba. En prevención de que estas situaciones no se volviesen a producir, le recomendaron que reformase el muro existente aumentando considerablemente todas sus dimensiones.

En el Boletín Oficial de Guipúzcoa de 1929 se ha comprobado que José Aguirreazaldegui solicitó la utilización de 300 litros del río Ego con la finalidad de crear energía en el molino En 1933 se da de alta en industria como molino a nombre de José Aguirreazaldegui Iraegui. Posteriormente se abonó en 1944 la cuota correspondiente a la actividad panadera y 10 años más tarde la referente a la obtención de energía eléctrica. Todavía lo hallamos como activo en 1958. Nosotros visitamos el lugar en 1980 y los vecinos nos indicaron que José Aguirreazaldegui fue su último molinero y que dejó de funcionar sobre el año 1960.9 [9 AGUIRRE SORONDO, Antxon. Tratado de Molinología. FUNDACION JOSE MIGUEL DE BARANDIARAN, 1988, página 464.]

Isasi-Zamakola

Este molino, según un documento de arrendamiento se encontraba en el barrio eibarrés de Isasi y denominado “Isasiazpi”, situado aproximadamente debajo de la casa torre de Isasi, donde también se encontraban la ferrerías de Isasi y utilizaba las aguas del río Ego.

Torrekua, importante casa torre de Eibar vinculada a la familia propietaria del molino y las ferrerías de Isasi. Dibujo: Yulen Zabaleta.

En el año 1580 Martín López de Isasi escrituraba la fundación del vínculo de mayorazgo de sus bienes con la licencia obtenida del Rey Felipe II. Entre esos bienes se localiza la casa torre de Isasi donde había 12 coseletes (coraza ligera) con sus morriones (casco antiguo) escarcelas (especie de bolsa que se llevaba en la cintura) y otras piezas; 30 arcabuces con sus respectivos aparejos; 12 picas y 12 partesanas (arma a modo de alabarda). Armas que estaban dispuestas en la casa torre para que los criados, escuderos y allegados de la casa, pudieran utilizarlas en servicio del Rey. También fusionaba la mitad de la ferrería menor de Olarreaga con su presa, calces, antepara y pertenecidos, puesto que la otra mitad pertenecía a Domingo Isasi Aulestia; además de la mitad del molino y mazo de Otaola. Esto nos indica que este molino contaba con su batán, seguramente para machacar el lino.10 [10 AHPG-GPAH, H-581, folio 100.]

En octubre del año 1619, el Ayuntamiento de Eibar ordena la revisión de los pesos y pesas que en los molinos de su jurisdicción había y por ese motivo fueron pasando por cada uno de ellos. Al primero al que acudieron fue a este molino de Isasi donde trabajaba como molinera Marina Guevara. Comenzaron por examinar el peso de cruz, que lo hallaron en buen estado. Sin embargo, las tablas donde se apoyaban el producto y las pesas una era mayor que la otra, calculando que se trataba de una diferencia de un cuarterón de libra, lo que supuso tener que igualarlas. Acto seguido comenzaron a comprobar la pesas menores de 5, 4, 3, 2 y 1,5 libras que estaban en su verdadero peso, pero la que pesaba el cuarterón no tenía el peso adecuado y le ordenaron a Marina que para las 2 de la tarde de ese mismo día la llevase con su peso adecuado al Ayuntamiento para su verificación, así como las mayores para comprobar su verdadero peso con las que la propia villa contaba. Le advirtieron que, de no acudir a la hora prevista, sería sancionada con 400 maravedís.

Cuando se personó con sus pesas de 64, 23 y 10 libras, observaron que se hallaban ajustadas con de las que el concejo tenía para su comprobación. Al hallar que la de cuarterón tenía un menor peso, le añadieron la diferencia para dejarla a un nivel exacto a la de muestra.11 [11 BUA-AMB, signatura 05 C/026-02.]

Fue Damián Mancisidor quien realizaba el contrato en 1667 para ofrecérselo a Andrés Arano y a su esposa María Pozueta, que eran vecinos de Ermua. El trato era que comenzarían a utilizar el molino el día de Todos los Santos de ese mismo año por espacio de 2 años. La renta semanal que les pedía consistía en 46 libras de harina y 1 fanega de maíz en grano y luego, una vez al año, 2 capones. A las obras más importantes que pudiesen surgir, harían frente Damián y su esposa María Feliciana.

En cambio, de las consideradas como menores, se harían cargo los inquilinos. Se les advirtió que si pagaban correctamente, no tendrían problemas de desalojo, aunque el propietario recibiese ofertas más ventajosas, y que si ellos abandonaban el molino, tendrían que seguir pagando la renta que les presentaban. Se pusieron de acuerdo y ambos matrimonios firmaron el compromiso de arrendamiento.12 [12 AHPG-GPAH, 1-1039, folio 258.]

Habiendo fallecido para 1730 Pedro Francisco Isasi Arriola y su esposa María Josefa Icuza Ibarra, su hija Josefa Antonia, un año más tarde, deseaba contraer matrimonio con Francisco Antonio Rezabal Araoz, que aunque era vecino de Vitoria estaba residiendo en Cádiz en aquellos momentos. Ante tal acontecimiento, era preciso que Josefa Antonia Isasi pusiese en conocimiento de su futuro esposo los bienes que ella aportaría como dote al matrimonio. De entre ellos destacamos la casa solar de Isasi; una casa junto al portal de la calle Elgueta, un caserío en el valle de Urkidi, una casa en el barrio Urasandi de Elgoibar, un molino para moler trigo junto al manzanal de la casa solar de Isasi, la propiedad de la mitad de un barreno para barrenar cañones de todo tipo, la casa solar de Isasi Barrena y la casa Isasi Aulestia que se hallaba entre las dos casas solares de Isasi, además de terrenos y dinero en rentas localizadas en Eibar y Sevilla.13 [13 AHPG-GPAH, 1-1072, folio 186.]

En el año 1757 hubo una rectificación por parte del Ayuntamiento de Eibar, relativo a un mojón que había sido cambiado de su lugar original y que perjudicaba a la casa Mallea y a su propietario Miguel Mallea Aldazabal. Tras la presentación de la documentación oportuna, los ediles nombraron a sus representantes para que investigaran la veracidad de la queja. Se trasladaron al lugar que denominaban Argatxa y que era precisamente donde se dividían los terrenos de la casa y los del Ayuntamiento; contactaron con personas mayores que les indicaron el lugar exacto donde se encontraba primitivamente ese mojón que fue cambiado en 1751. Ante la precisión de los datos, lo sacaron y colocaron en el lugar indicado, no sin antes instalar unos testigos compuestos de trozos de teja a una “vara” (0,835 m.) de distancia de la esquina de la calzada que bajaba de Isasi a “Ulsaga” (Unzaga). El segundo mojón quedó fijado en línea recta al río caudal que bajaba desde el molino de Argatxa a la presa comúnmente conocida como de Ubilla y su molino. Además estaban decididos a plantar unos cinco robles, para delimitar ese terreno que era como un triángulo irregular, desde los nuevos mojones hasta dar con el molino de Isasi.14 [14 AHPG-GPAH, 1-1084, folio 166.]

El administrador de la marquesa de Isasi, José María Irigoyen, en septiembre de 1905 pedió al notario de Bergara que le acompañase para levantar un acta, en la presentación de un nuevo contrato de arrendamiento para el molinero José Tellería, que vivía en el molino de Isasi. Supervisor y escribano se presentaban a las 10 de la mañana del día 21 de septiembre de 1905, en la puerta principal del molino, con el cometido de informar a Telleria de la nueva situación. Comenzaron por facilitarle la fecha de inicio y finalización del nuevo acuerdo al que tenían que llegar, el día de comienzo sería el 1 de noviembre y concluiría el 31 de octubre de 1906, pagando por ello la cantidad de 1.750 pesetas, además de obligarle a abonar la cuota de la póliza del seguro de la finca, correspondiente a ese año. Le advirtieron que de no estar de acuerdo con la cantidad fijada, se darían por rotas las negociaciones y tendría que abandonar el molino y sus posesiones para el 31 de octubre. Al mismo tiempo tenía que manifestar por escrito su decisión y firmarla para que de ese modo quedase constancia del acto, su silencio significaría que no lo aceptaba. Sin embargo no fue necesario silenciarlo, porque se dirigió a ellos y les comunicó y firmó, que no estaba conforme con la renta que trataban de imponerle y que por ese motivo, abandonaría el molino en la fecha señalada.15 [15 AHPG-GPAH, 1-5160, folio 1303.] Los vecinos nos indicaron que este molino dejó de funcionar sobre el año 1945.

Arkaxpe

Este molino contaba con 3 pares de piedras molares y estuvo situado muy cerca de donde hoy en día se encuentra el hotel Arrate.

El Ayuntamiento de Eibar el 7 de octubre de 1619, programó una visita por los molinos de su jurisdicción, enviando para ello a sus procuradores. Fueron a este molino donde se presentaron ante su molinera María Pérez de Iturrita, quien les mostró su “peso de cruz” que lo hallaron en perfectas condiciones, así como sus tablas.

Luego pasaron a comprobar el correcto peso de cada una de las pesas menores con las que contaba, que eran de 5, 4, 3, 1, media libra y la de cuarterón, todas estaban en su perfecto peso. Sin embargo era preciso que las pesas mayores las llevara para las 2 de la tarde al Ayuntamiento para pasar su verificación. De no hacerlo le aplicarían una multa de 400 maravedís. Cuando se personó con sus pesas mayores de 40, 27, 18 y 10 libras a la hora indicada, pudieron comprobar que todas estaban perfectamente igualadas con las del concejo.16 [16 BUA-AMB, signatura 05 C/026-02.]

Mientras Margarita Isasi estuvo indispuesta, su cuñado, el escribano Cristóbal Sugadi, se hizo cargo de los gastos que se ocasionaron por efecto de su enfermedad, así como de las reparaciones de este molino y de su casa de Isasi Barrena, ya que ambas propiedades pertenecían a Margarita. Por ese motivo, el escribano municipal, presentó una obligación de pago por 18 ducados y 1 real, desglosado de esta manera: 1) “En 1638 se necesitó reparar el molino de Arkaxpe y también se retejó la casa Isasi Barrena, teniendo que desembolsar el citado Cristóbal 88 reales.

2) En 1639 desembolsaba otros 89 reales, ya que hubo que arreglar los manzanales de esa casa y de ello se ocuparon 14 obreros, quedándose Margarita con la fruta.

3) Además se sacaron dos bulas, una para ella misma y la otra para su criada. Del mismo modo, se ocupó de abonar el importe de lo que pagaba de impuesto al Ayuntamiento de Eibar y al médico que la visitaba durante su enfermedad. También a Pedro Amezaga, persona encargada de realizarle las sangrías, además de visitarla, esta cantidad se comprometió a entregarle, cuando hubiesen pasado 6 meses de la firma de la obligación, esto es, para junio de 1642”.17 [17 AHPG-GPAH, 1-1021, folio 553.]

Precisamente fue en la casa Isasi barrena, cuando un 22 de enero de 1644, se preparó el contrato matrimonial a celebrar entre Damián Mancisidor Assu y Feliciana Sugadi Otaola. En ese acto estuvieron presentes el propio novio así como su madre, viuda de Juan Mancisidor, María Juana Assu. A la novia le representaba su padre Cristóbal Sugadi, asimismo viudo de Juana Otaola. Ambas partes notificaron lo que aportaban al futuro matrimonio y dada la cantidad y calidad de los bienes, el futuro se les presentaba muy esperanzador, pero nosotros solo mostraremos los datos referentes a los ingenios hidráulicos: el molino de Arkaxpe, que por entonces producía una renta semanal de 46 libras de harina de trigo y la mitad del molino-barrena del término de Otaola, por el que se cobraba una renta anual de 200 reales.18 [18 AHPG-GPAH,1-1024, folio 23.]

Presa “presia” de molino construida en piedra de sillería para elevar el nivel de agua del río y desviarla hasta el depósito del molino “aldaparoa”. Foto: Koldo Lizarralde.

En 1650, sus propietarios Damián Mancisidor y su esposa María Feliciana Sugadi, realizaban una descripción de su molino de Arkaxpe, al proceder a su arrendamiento. 

Según el documento contaba con tres piedras molares, varias pesas y los instrumentos propios de la molienda. Con el molino ofrecían un terreno que se encontraba a su lado, sito entre la acequia y el río principal. El matrimonio en esa fecha decidía llevar a cabo negociaciones con Juan Olazaga y Magdalena Echebarria, proponiéndoles 2 años de utilización, con tal que les pagasen semanalmente 40 libras de harina del trigo que llegase al molino, que serían entregadas cada fin de semana. Luego, cada año y por la navidad, les enviarían dos buenos capones. El molinero sería el encargado de afilar las piedras dos veces al año y de limpiar la acequia una vez al año, labores que serían costeadas por los propietarios. También aclararon que los pagos se efectuarían puntualmente siempre y cuando el molino funcionase correctamente, puesto que de ocurrir una avenida de agua que rompiese la presa o lo dejase inutilizado para el trabajo, no se abonaría esa renta hasta que se volviese a poner en marcha.

Era una costumbre muy arraigada en esta localidad que los gastos de las obras consideradas importantes, así como del retejado, se encargasen de abonarlas los propietarios. Pero aquellas pequeñas reparaciones que una sola persona la pudiese solventar en un solo día, eran los colonos los que pagaban su coste. Una vez concluido el plazo del contrato de los 2 años, abandonarían las instalaciones, dejándolas en buenas condiciones. Durante ese tiempo los propietarios no les podrían obligar a dejarlo, a no ser que les ofrecieran otro de las mismas características, en la misma jurisdicción y siempre que estuviesen de acuerdo. Al mismo tiempo advertir a los inquilinos que tampoco podrían abandonarlo, puesto que la renta la seguirían pagando como si lo estuvieran utilizando.19 [19 AHPG-GPAH, 1-1029, folio 517.]

Cumplido el plazo, los inquilinos lo dejaron en condiciones para que otros lo utilizasen y Francisca Zenarruza, siendo viuda, se hizo cargo de este molino de Arkaxpe en el año 1652, junto con el trozo de terreno que se hallaba junto al edificio. Todo esto sucedía porque Damián Mancisidor le había propuesto un arrendamiento por 4 años, teniendo en cuenta el anterior contrato. Entre ambos acordaron, que si por cualquier circunstancia surgiesen roturas en la presa, las acequias, rodetes o piedras molares, que impidiesen el normal funcionamiento del molino, no se le cobraría la renta hasta que se hallase en perfectas condiciones para poder moler. Hubo conformidad a la hora de concretar el modo de tratarlo bien y de ocuparse de su cuidado.

Dadas las características del contrato, el propietario se comprometió a pagar las obras consideradas como mayores que pudiesen surgir, además de abonar el coste de picar las piedras molares, cuando fuese necesario, del arreglo de los hierros del propio molino y de la limpieza de las acequias. Tanto el uno como la otra no podían hacer dejación de las obligaciones que ellos mismos se habían impuesto. En consecuencia el dueño no podía obligar a Francisca a que abandonase el molino, si cumplía con los pagos y, ella por su parte aunque lo abandonase por propia voluntad, seguiría pagando la renta como si lo estuviese utilizando. Pasado el tiempo estipulado en el contrato, la entrega se debería producir con el molino en perfectas condiciones de funcionamiento y procuraría dejarlo de la misma manera que lo recibía.20 [20 AHPG-GPAH,1-1031, folio 263.]

Según avanzaban los años, los propietarios de los molinos procedían a dejarlos en arrendamiento, en vez de utilizarlos ellos mismos. En una de estas ocasiones era Juan Ibarra, como mercader que era, con la ayuda de su esposa, se dirigía a Domingo Mancisidor para que le arrendase este molino de Arkaxpe por espacio de 3 años y un terreno que se hallaba junto al mismo molino. Como fecha para comenzar el contrato que le presentaba, como en la mayoría de las ocasiones que se realizaban este tipo de operaciones, era la del día de Todos los Santos del año 1656. En cuanto a las condiciones económicas, eran las mismas que en el anterior contrato. El molinero se comprometió a realizar las labores de limpieza de los calces, picar las piedras, arreglar las pequeñas averías que pudiesen surgir y no abandonar el molino durante el tiempo estipulado en el contrato. De hacerlo pagaría la renta como si lo estuviera utilizando.

A cambio le pedía al propietario que se hiciese cargo de aquellas averías que se consideraban como mayores y que le asegurase el arrendamiento aunque recibiese una mejor oferta. Una vez hubo leído la propuesta hecha por el propietario, estuvo de acuerdo con todos los puntos y la firmó.21 [21 AHPG-GPAH, 1-1036, folio 183.]

Portalekoa

En el Boletín Oficial de Gipuzkoa de 1865, se cita como molino del Portal. Estaba ubicado donde hoy se encuentra los locales de un gran centro comercial, muy cerca y a la altura del lugar denominado “Birjiñapea”.

Estando residiendo en América Francisco López de Ibarra, mantenía una serie de propiedades en esta villa, entre las que se encontraban sus participaciones en varios molinos harineros. Uno de ellos era este molino del Portal, del que le correspondía una parte. Su representante en Eibar era Martín López de Isasi, quien en 1587 realizaba una serie de contratos de arrendamiento. El patrimonio que en esta ocasión deseaba arrendar, era la casa torre del Portal con su correspondiente huerta, situada junto a la misma casa, la parte proporcional de este molino, una huerta que poseía en Ardantza, el manzanal y un terreno en “Argacha”, así como el tributo de la casa “Salagona”. Propiedades todas ellas situadas dentro de la jurisdicción de Eibar. El interesado en hacerse cargo de todo lo descrito, durante 4 años, fue el sacerdote Pedro Abad de Larreategui, con la particularidad de que el tiempo comenzaría a contar desde el día de Todos los Santos de ese mismo año. Sin embargo el pago, que suponían 28 ducados, se efectuaría a la finalización de año 1588. De llevarse correctamente los pagos, no se le podría obligar a abandonar esas propiedades. Estando de acuerdo con el contenido de la propuesta, presentó como avalista a Juanes de Iraurgui, quien se mostró conforme en hacer propia la deuda ajena.22 [22 AHPG-GPAH, 1-1012, folio 16/08/1587.]

Este Molino Portal, en el siglo XVII, tenía repartida su propiedad en tres partes y cada una cobraba la renta durante las semanas que les correspondían, pero también tenían que pagar su parte proporcional, de los daños que pudiesen surgir. En octubre de 1615, se produjeron grandes avenidas de agua que destrozaron su presa y la compuerta. Hubo que tomar decisiones y Cristóbal Sugadi, como administrador de los bienes de Juan Ibáñez de Mallea y de Francisco López Ibarra, se puso en contacto con dos maestros carpinteros, Pedro Arizmendi y Juan Iturrao, para que realizasen las reparaciones que fuesen necesarias. La presa se encontraba partida en dos trozos, por lo que fue necesario emplear tabla de castaño y de roble, así como algún otro maderamen, los clavos necesarios para fijar los materiales y una cadena nueva que se puso en la compuerta de la presa. En su recuperación se ocuparon 13 oficiales carpinteros y cada uno de ellos cobró 3,5 reales. Arizmendi se dedicó durante dos días a controlar el trabajo y eso supuso tener que abonarle 5 reales por día. También hubo que contratar a un peón cuya labor consistió en limpiar la llave de la presa y la acequia y su tarifa fue de 3,5 reales. El valor de toda la obra ascendió a 244 reales, efectuándose el siguiente reparto distributivo para que los dueños abonasen esa cantidad: AJuan Ibáñez de Mallea y Francisco López de Ibarra por sus 18 semanas anuales, de uso del molino le correspondía abonar 2.872 maravedís.

Vista general de Eibar. CC.BY-SA. Indalecio Ojanguren - Guregipuzkoa.net 

Domingo Martínez de Isasi, por las 12 semanas, pagaría 1.915 maravedís.

María Mallea por sus 22 semanas tendría que aportar 3.510 maravedís.23 [23 BUA-AMB,signatura 05 C/019-69.]

De esta manera el inquilino molinero pudo seguir utilizando el molino para molturar el grano, sin que a él le supusiese coste alguno, solo el de la parada que tuvo que realizar mientras se realizaron las reparaciones.

Hubo una revisión por parte del Ayuntamiento en octubre de 1619, en los molinos de su jurisdicción, por la que deseaban comprobar que peso y pesas se encontraban al nivel de las que el propio concejo tenía como muestra. En esa fecha trabajaba como molinera María López de Insausti, quien les mostró su peso de cruz, que se hallaba en perfectas condiciones, pero sus tablas no, ya que una de ellas era algo mayor que la otra y por ese motivo tuvieron que ajustarlas. Sin embargo las pesas de 5, 4, 3, 2, 1 y la de media, cumplían con el peso adecuado, pero no era así la de 4 onzas que la hallaron con un menor peso del que debiere. Le daban como plazo hasta las 2 de la tarde para ponerla en orden y llevarla con el resto de pesas grandes para su verificación en el Ayuntamiento, siendo avisada que si no cumplía con la norma, sería multada con 400 maravedís.

A la hora concertada María se personaba con sus pesas grandes de 40, 25, 15 y la de 10 libras en el Ayuntamiento, donde pudieron comprobar que eran iguales a las muestras que ellos tenían. Lo mismo sucedió con la rechazada en un primer momento.24 [24 BUA-AMB, signatura 05 C/026-02.]

En el año 1633, María Mallea y su hijo Francisco Mallea, de Ermua, instauraron un censo de 200 ducados, con una renta anual de 10 ducados. Como garantía de que ese dinero pudiera ser adjudicado a cualquier persona, bien fuera eclesiástica o seglar, comprometieron varias de sus propiedades. Empezando por las de Ermua, la casa Zubiaur, con su correspondiente huerta y manzanal, y una heredad en el término de San Pelayo, en Durango un monte del término de Olaechea, y en Eibar, la parte proporcional que les pertenecía en el molino del Portal. Al mismo tiempo emitieron un poder para que en nombre de ambos, el sacerdote Francisco Zarate cediese ese dinero a la persona que considerase más oportuno.25 [25 AHPG-GPAH, 1-1016, folio 97.]

Una nueva referencia de este molino la encontramos en un escrito de cesión. Tras el fallecimiento de Juan Ibáñez de Mallea, varias de sus posesiones se arrendaron por medio de subastas y en la que nos ocupa, tuvieron que encenderse hasta seis candelas para lograr un mejor postor que resultó ser Sebastián Gorriarán. Revisando esos dominios nos encontramos con la casa torre del Portal y su huerta correspondiente que se encontraba junto a la casa, donde también se hallaba el molino del Portal y que así mismo entraba en la subasta la parte proporcional que a la familia del difunto le tocaba, del mismo modo que la casa de Ultsaga, su huerta y las heredades de “Argacha” y Ondarra. El tiempo concedido para disfrutar de esos bienes fue de 2 años por el importe anual de 32 ducados. El administrador Miguel Orbea, se encargó de adjudicarle esos bienes el día de Todos los Santos, a Domingo Pagoaga, al que traspasaba todos los derechos y responsabilidades.26 [26 AHPG-GPAH, 1-1016, folio 423.]

Unos de los propietarios Pedro Arichuloeta Mallea, en septiembre de 1652, extendía el correspondiente poder para que Rafael Abad Hondarbide le representase en las negociaciones que estaban a punto de realizarse para el arrendamiento de este molino. Los interesados en hacerse cargo del mismo, eran Domingo Olaburu y su mujer Juliana Arispe. Ella era quien deseaba llevar las negociaciones con los propietarios o con sus representantes, pero antes de hacerlo necesitaba la licencia de su marido para poder actuar y así lo hizo. Una vez reunidos, les comunicó que el matrimonio estaba dispuesto a adquirirlo durante 2 años y como renta semanal pagarían 40 libras de harina de trigo bien molida. Pero al mismo tiempo les advertía, que aunque ellos se hiciesen cargo de las averías menores que pudiesen surgir en el transcurso del arrendamiento, los propietarios pagarían las consideradas como mayores, las de la presa, el edificio, ruedas y demás. Estos aceptaron la oferta, no sin antes avisarles que, con la firma del contrato, les obligaba a tener que pagar la renta durante el tiempo estipulado, aunque abandonasen el molino. Los propietarios, a cambio, no les harían desalojarlo aunque recibiesen una mejor oferta de otra persona. Con la firma se establecieron las normas para el arrendamiento de este molino.27 [27 AHPG-GPAH, 1-1033, folio 166.]

Santiago Arana estaba empeñado en hacerse cargo de este molino para ejercer como molinero. Ese fue el motivo apuntado para ponerse en contacto con el representante de los propietarios Miguel Zumaran en 1656. Se ofrecía a pagar de renta, semanalmente, 40 libras de harina de trigo bien molida durante 2 años. La primera condición para que se pudiera llevar a cabo, fue la de exigir que se le entregase el molino en perfectas condiciones de funcionamiento. De ese modo él mismo se haría cargo de las reparaciones que pudiesen surgir durante el tiempo concertado. Sin embargo, los propietarios correrían con los gastos de las obras que surgiesen y que fuesen consideradas como mayores y que se especificaban como “troncales”. Otro de los compromisos que estaba dispuesto a asumir, era el de no abandonar el molino bajo ninguna circunstancia y de hacerlo, pagaría la renta como si lo estuviese utilizando. Pero él, a su vez, exigía que no se le obligase a abandonar el molino durante ese tiempo aunque se recibiese una mejor oferta. El delegado consideró que era una buena propuesta y antes de firmar el acta, le anunció que comenzaría a trabajar en ese molino a partir del día de Todos los Santos de ese mismo, hasta otro día igual, 2 años más tarde.28 [28 AHPG-GPAH, 1-1036, folio 295.]

En 1658 el cabildo parroquial de Eibar, heredaba los bienes de Juan Ibáñez de Mallea, entre ellos se encontraba la casa solar de Ultsaga, su horno y su habitación contigua, la parte proporcional del molino Portal, que suponían 18 semanas anuales, y unos terrenos. Decidieron arrendar esas propiedades, por lo que el cabildo, representado por Domingo Abad Morquecho y Diego López de Ibarra, preparó una subasta para adjudicarlos al mejor postor, bajo una serie de condiciones que regían en este tipo de actos: Se contemplaba que las obras que pudiesen surgir y las que se necesitasen, tanto en la casa como en los calces del molino, serían costeadas por el cabildo. Pero antes tenían que ser informado de las mismas y obtener el pertinente permiso, ya que de lo contrario, no las tomaría en cuenta. Sin embargo el retejo de la casa y del molino, tendría que abonarlos quien optase a quedarse con las propiedades. Cuando se necesitasen realizar reparaciones que un solo oficial las pudiese hacer y que las acabase en el día, serían los inquilinos los que se hiciesen cargo de ellas.

Habiéndose realizado la subasta, no hubo quien quisiese participar y por lo tanto quedó desierta la adjudicación, por lo que tuvieron que establecer contacto con presuntos interesados. Fue entonces cuando llegaron a un acuerdo con Juan Bustinduy, quien estaba dispuesto a ofrecerles 30 ducados anuales por las propiedades y el terreno, por un tiempo de 4 años. Dadas las circunstancias, los representantes del cabildo aceptaron la oferta pero le obligaron a presentar sus avalistas y le advirtieron que la renta la pagaría a la finalización de cada año y que lo haría aunque abandonase las propiedades. El contrato comenzaba el día de Todos los Santo y finalizaba en 1662.29 [29 AHPG-GPAH, 1-1037, folio 240.]

En 1671, a Pedro Aguinaga, maestro carpintero, se le había adjudicado la reparación de este molino denominado del Portal. Lo consiguió gracias a la oferta de 1570 reales que hizo en la subasta celebrada cuando estaba encendida la cuarta candela, importe que sería abonado en tres plazos. Posteriormente, presentaba los avales suficientes, para que en caso de que no pudiese cumplir lo pactado, los socios del molino, cobrarían una indemnización, teniendo en cuenta que la obra debería ser realizada bajo el visto bueno de los expertos que se nombrarían por ambas partes.30 [30 AHPG-GPAH, 1-1041, folio 47.]

Por su parte el vecino de Ermua Francisco Zabalo, anunciaba que se había hecho con la reparación de cantería del mismo molino, al ser el que mejor oferta hizo en esa subasta. Se trataba de hacer muros de 2 pies (0,56 m.) de grueso cada estado (0,837m.) se le pagaría a 13 reales. Sin embargo por problemas personales, cedía la realización de ese trabajo al maestro cantero Francisco Egurrola, vecino de Eibar.

Este se comprometió a trabajar en las obras previstas, bajo las mismas condiciones y por el mismo sueldo.31 [31 AHPG-GPAH, 1-1041, folio 56.]

Una vez puesto en funcionamiento el molino, ese mismo año de 1671, los cinco socios decidieron arrendarlo y se lo dejaron a la persona que más había ofrecido. Se trataba de Andrés Arana, quien semanalmente entregaría 46 libras de harina de buena calidad, a los socios. Lo cedieron por 2 años y solo quedaba concretar el orden en el que se repartirían la renta. Fue necesario que el escribano hiciese cinco papeletas, en cada una fue poniendo el nombre de cada uno de ellos, luego las doblo y se depositaron en el interior de un sombrero, las revolvió y las echó al suelo, de donde, de una en una, los fueron recogiendo. De ese modo consiguieron marcar el orden.

Todos dieron el visto bueno al método utilizado y aceptaron el orden establecido: 

1º.- Arzubiaga de Gramosa.

2º.- Josefa Mallea.

3º.- La villa de Eibar.

4º.- El convento redención de cautivos de Pamplona.

5º.- El cabildo parroquial de Eibar.32 [32 AHPG-GPAH, 1-1041, folio 131v.]

Durante esos 2 años de renta, Arana no podría alterar ni modificar el molino. Los socios se harían cargo de las obras consideradas como mayores. Sin embargo, las obras civiles eran por cuenta del molinero. Una vez concluido el arrendamiento, el molino tenía que funcionar correctamente. Durante ese periodo, siempre que el molinero cumpliese con el compromiso adquirido, no le podían obligar a abandonarlo, aunque los socios recibiesen otra oferta.33 [33 AHPG-GPAH, 1-1041, folio 123.]

Finalizaba un contrato pero comenzaba otro nuevo, al acordar entre los socios que ese año de 1673, iban a arrendarlo por 4 años y que la cantidad de harina que debería entregar el arrendatario, ascendería hasta las 50 libras, estando bien molidas y de buena calidad. En esta ocasión desconocemos como hicieron para designar el orden de cobro, pero comenzó con el pago al convento de Pamplona, luego sería Josefa Mallea, la siguiente entidad en recibir, sería el cabildo parroquial, más tarde le, tocaría al marques, y las últimas semanas del año cobraría la villa.

En esta ocasión era Santiago Arana quien estaba dispuesto a arrendar este molino y de esa manera desarrollar su labor y cumplir con todos los requisitos que le estaban planteando los socios. Como era costumbre, los asociados pagarían las obras mayores que se necesitasen, Santiago las consideradas como pequeñas. Una vez al año él mismo debería contratar y pagar a un oficial que afilase las piedras. En este acto también se comprometió a que, a la finalización del contrato, lo entregaría del mismo modo que lo recibía y con todos los cauces bien limpios. Cumpliendo con estos requisitos, podía estar tranquilo, pues no le podían apartar del molino y él tampoco podía abandonarlo, pues aunque no lo trabajase pagaría igualmente la renta.34 [34 AHPG-GPAH, 1-1042, folio 103v.]

Sin embargo, antes de finalizar el contrato con Arana, la adversidad paralizo el funcionamiento del molino, debido al derrumbe de una casa que se encontraba en las cercanías del mismo. Todo sucedía entre las tres y las cuatro de la madrugada del 25 de junio de 1676, cuando la casa que perteneció a la difunta Catalina Elejalde, que se encontraba muy deteriorada, acabó por hundirse. Al ser soltera no tenía descendencia y era su hermano Domingo, que vivía en Cartagena, el propietario. El accidente desparramo los cascotes y materiales que invadieron la antepara, los calces y el camino vecinal que pasaba junto a la puerta del molino.

Esta situación había que solucionarla con la mayor celeridad posible, porque el acceso al molino se hacía muy dificultoso y encima no podía trabajar porque el escombro impedía el paso del agua. Apenas habían pasado tres días, cuando el alcalde Damián Mancisidor, decidió sacar a subasta la recogida de todos esos materiales y la limpieza de las instalaciones y pidió al cura Ambrosio Iturrao que lo anunciase desde el púlpito de la parroquia San Andrés comunicándose que quien menos cobrase por hacerlo, sería el adjudicatario. Con posterioridad se realizaría una subasta con los materiales que se apilasen y parte de ese dinero serviría para pagar lo saneado.

La primera sesión dio como resultado que Francisco Azaldegui quisiese cobrar por realizar esa labor, 700 reales, siendo admitida su oferta. Pero en una segunda tanda del 29 de junio, se la disputarían entre más personas, ya que Pedro Aguinaga la rebajó hasta los 600, Santiago Ibarzabal quiso hacerlo por 500 y Juan Guibelalde por 450, pero Pedro Aguinaga, tomó de nuevo la palabra y propuso hacerlo en 440.

De la limpieza de la antepara, los calces y el camino, se encargó Juan Egurza, maestro carpintero, finalizando su labor el 4 de julio. También se ordenó que los materiales apilados debido a la limpieza que se había realizado, se tenían que subastar.35 [35 BUA-AMB, C/057-22.] Fueron los días que por fuerza mayor, este molino no pudo moler.

Vista de la parroquia y el río en las inmediaciones del molino Portalekoa. Dibujo: Yulen Zabaleta.

Los propietarios que en el año 1679 lo eran de este molino del Portal, decidieron que en septiembre de ese mismo año, se lo arrendaban a José Liborna y a su esposa Ana Echevarria. Los años de contratación fueron 2 a partir de ese mes. La cuantía ascendía a 46 libras de harina limpia cada semana. Al ser varios los socios, se repartían la propiedad por semanas y de ese modo cada propietario percibiría la harina de las semanas que le correspondiese. También aceptaron que de las obras consideradas como mayores ellos se harían cargo y de las menores el matrimonio: si los pagos se realizaban puntualmente, no podrían ser apartados del molino. Del mismo modo que si ellos abandonasen el molino antes de finalizar el plazo establecido, tendrían que abonar esa harina, como si lo estuviesen utilizando.36 [36 AHPG-GPAH, 1-1043, folio 95.]

En esta ocasión fue Antonio Bustinduy presbítero beneficiado y mayordomo de la parroquia de San Andrés, como representante de los propietarios de este molino, quien en 1708 preparaba un nuevo arrendamiento. Por ese motivo se puso en contacto con el matrimonio compuesto por Lucas Iturrioz y Agustina Ascargorta, quienes estaban dispuestos a ejercer como molineros en este molino del Portal.

Admitieron que fuesen 9 los años de contrato y que como renta semanal tuviesen que aportar 45 libras de harina de trigo de buena calidad. El molino que recibían se encontraba en buenas condiciones de funcionamiento y se comprometieron a cuidarlo convenientemente y si por cualquier circunstancia surgiese una avería considerada como mayor, serían los propietarios los encargados de solucionarla y de las menores (como podía ser la limpieza de canales, afilar las piedras para sacar una buena harina y demás contratiempos de este tipo), serían los molineros los que las llevasen a cabo.

Desde el momento que firmaban este compromiso, ni unos ni otros podían eludir su responsabilidad y aunque los dueños pudiesen recibir una mejor oferta por el arrendamiento, si los pagos se iban realizando correctamente, no podían admitirla. Incluso en caso de querer echarlos, no podían dejar el molino a otras personas por menos renta. Por su parte los molineros iban a pagar durante los 9 años esa renta, ocupasen o no el molino. El contrato se firmó por ambas partes y el compromiso comenzó el día de Todos los Santos de ese mismo año.37 [37 AHPG-GPAH, 1-1048, folio 35v.]

En tan pésimas condiciones se hallaba este molino en 1754 y hasta tanto llegaba su deterioro, que el administrador de la Orden de Descalzos de la Santísima Trinidad de Pamplona, que compartía la propiedad con otros socios, reconocía que se encontraba desde hacía unos 5 años destrozado y sin funcionar. Ello suponía un serio contratiempo y una notable pérdida para sus arcas. Por lo tanto era preciso remediarlo y por ello se pusieron de acuerdo con el socio mayoritario, José Arauna Mallea, para proponerle que se hiciese cargo de toda la obra, que la hiciese a su gusto, renovando el cubo y los arcos de sillería, pero que pagase a los oficiales, carreteros, peones, materiales y todo lo demás que fuese necesario para que se hiciese en el menor tiempo posible, pero con la solidez necesaria. A cambio, el convento y los otros socios, no recibirían renta alguna, hasta que se pagase la totalidad del costo de la obra, en razón de cada parte correspondiente. Mientras tanto Arauna percibiría la totalidad de la renta.

Para que no se diese un fraude en esta cuestión, cada una de las partes, nombraría a un experto y en conjunto valorarían todo el trabajo que era necesario realizar.38 [38 AHPG-GPAH, 1-1081, folio 31v.]

Canal “kanala” por donde discurre el agua desviada de la presa que llega hasta el depósito del molino. Foto: Koldo Lizarralde.

Aunque parecía que todo estaba hecho, los socios no lograban ponerse de acuerdo en su renovación y en 1756, siendo ya seis los años que llevaba estropeado, comienza una nueva conformidad. Durante ese tiempo una investigación vino a demostrar que a las monjas de Pamplona no les pertenecía el cupo de doce semanas y que una parte del molino le correspondía al Marqués de Velamazan. Aunque las obras habían comenzado, según la traza diseñada por el ermuarra maestro de obras, José Zuaznabar, se tuvieron que parar hasta aclarar el tema de la propiedad.

El Marqués extendió un poder para que Domingo Bernardo Ateca administrase todos sus bienes y entre ellos el molino del Portal. Por fin llega el acuerdo para que las obras pudiesen continuar, no sin antes firmar un contrato con el Ayuntamiento eibarrés. Se trataba de que el Ayuntamiento pagase la parte correspondiente del marques para ir cobrando ese dinero de la parte de su renta hasta completar la deuda. Para determinar el importe de la construcción de un cubo nuevo de piedra sillar y las cuatro ruedas, se nombrarían dos expertos, uno por cada parte, y de no ponerse de acuerdo, se designaría a un tercero.39 [39 AHPG-GPAH, 1-1083, folio 235.]

La propiedad de este molino quedó establecida de la siguiente manera; 22 semanas para José Arauna y Mallea; 12 al Marqués de Velamazán; 6 al Concejo de Eibar, otras 6 al cabildo de Eibar y las 6 restantes al convento de Redención de Cautivos de Pamplona. El molino se encontraba en tan malas condiciones que no quedó otro remedio que tirarlo y reedificarlo de nuevo, desde los cimientos hasta los techos, con el cubo construido a base de cal y canto y piedras sillares. No obstante fue preciso realizar una reforma en el edificio, se trataba de la abertura para una puerta realizada con piedra sillar. Esta puerta quedaba enfrente a la casa Elexalde pertenecía a Francisco Lapaza, se había abierto para facilitar el paso al molino de los vecinos del barrio de Ardantza. Pero ese camino que quedaba entre los dos edificios, pertenecía a la casa Elexalde, por lo que se necesitó en 1757 el permiso del propietario para que fuera de uso común. Este accedió con una condición que le fue aceptada: que el día que sus herederos considerasen necesario cerrar el acceso libre, lo pudiesen hacer.40 [40 AHPG-GPAH, 1-1084, folio 90.]

Para el 18 de octubre de 1757 el edificio del molino Portal había sido renovado, construido un nuevo cubo y sus cuatro ruedas funcionaban correctamente. Para los propietarios había llegado la hora de sacarle un rendimiento y decidieron preparar un subasta para que durante 9 años lo trabajase un molinero. Entonces era necesario hacerlo público en la parroquia, en el momento del ofertorio y desde el púlpito. Además el representante de los socios, pidió al alguacil, Carlos Olañeta, que esta pública subasta se celebrase los días 21, 22 y 23 de octubre, después de las vísperas de la tarde y bajo una serie de condiciones: sería el mejor postor el que se quedase con el arrendamiento por los anunciados 9 años. Los propietarios pagarían el costo de la almoneda y las obras más importantes que surgiesen durante los 9 años siempre y cuando superasen la cantidad de 30 reales. Por otra parte, el que se quedase con el arrendamiento tendría que ocuparse de limpiar las acequias y los calces, desde la presa hasta el cubo. También pagaría el costo de hacer el inventario de lo que se le entregase.

A la hora y en el lugar acostumbrado, los soportales de la casa consistorial, el alguacil procedió a abrir la primera sesión y para ello encendió el trozo de vela correspondiente, al que llamaban “cavito” y lo dejó en el sitio habitual, en la reja que allí había, pero nadie fue capaz de realizar una oferta. En la segunda sesión ocurrió otro tanto de lo mismo. Para la tercera encendieron una tras otra, hasta cuatro velillas y cuando estaba encendida la cuarta, Adrián Arispe ofreció 130 ducados anuales bajo las condiciones propuestas. Al no haber otra oferta, con el beneplácito de los asistentes, se apagó la vela y se adjudicó el arrendamiento.41 [41 AHPG-GPAH, 1-1084, folio 299.]

Aunque ya estaba dada la palabra de coger el arrendamiento de este molino, era necesario plasmarlo en un contrato ante el escribano, que obligaba a su total cumplimiento, en base a las reglas establecidas. También era necesario que Adrián presentase a sus avalistas para asegurar el pago que anualmente se tendría que producir el día de Todos los Santos. Luego ese dinero tendría su propia distribución ya que a José Arauna le corresponderían 55 ducados; para la villa serían 45. Contando su parte y la del Marqués de Velamazán; otros 15 se los quedaría el cabildo de la villa y los 15 restantes se los asignaron al convento de Pamplona.42 [42 AHPG-GPAH, 1-1084, folio 304.]

Al día siguiente, el alcalde acompañado del escribano, procedió a realizar la entrega del molino a Adrián Arispe, y al mismo tiempo inventariaron todos los instrumentos que allí había.43 [43 AHPG-GPAH, 1-1084, folio 317. 1 balanza baja de hierro con ocho cadenas de donde pendían dos tablas, también una serie de pesas, una de cada valor en libras, 40, 25, 15, 12, 10, 5, 2 y ½; 3 hachas de hierro con dos bocas que se utilizaban para picar las piedras, 1 formón de hierro, 1 martillo de hierro con su garfio para sacar los clavos, 1 barra de hierro considerada de mediana largura, 4 cadenas de hierro para las cuatro trompetas que se utilizaban en las “museras” (tubo inclinado por donde sale el agua que dará movimiento a las turbinas) para dar y quitar el agua, 3 compuertas con sus cadenas fijadas en ellas mismas, 4 picaportes para las compuertas, un enrejado de madera a la entrada del cubo, para impedir el paso a ramas y desperdicios que pudiesen atascar los chorros, por donde salía el agua para dar movimiento a las ruedas, 4 hierros anchos en las cuatro bocas de las piedras, embutidos en los maderos para que no se dañasen al sacar y poner las piedras del molino, 8 piedras de moler “cuatro quietas y cuatro andantes (fijas y volanderas) con 9 cellos de hierro colocados en las ocho piedras, 1 piedra nueva de repuesto, con dos cellos de hierro, 4 azenias (rodetes) nuevos con cellos de hierro, 4 “toretones” de hierro y 4 “punteros” de hierro que llaman pájaros (punta y hembra) incrustados el punto en el eje y la hembra en el tablón que soportaba el eje, con cuatro cellos para sujetar la punta y en el centro de la parte superior del eje, la espada de hierro, a la que se uniría la piedra volandera, 4 pesebres donde caía la harina. Los cuatro pares de piedras estaban cubiertas por cierres de madera a su alrededor y por la parte superior, aunque en esta parte contaba con unas aberturas y en el frente una especie de ventanilla por donde caía la harina que se tapaba con una tela, 4 tolvas con sus respectivos instrumentos para la regulación de la salida del grano, para caer en el centro de las piedras, palancas y rodillos para levantar las piedras cuando se necesitaba picarlas o cambiarlas. El edifico del molino contaba con cocina, con su mesa y un cuarto cerrados con tablas, 10 puertas con sus bisagras, clavos y cierre, cinco de ellas con cerraduras y sus respectivas llaves. Un segundo piso con suelo de madera. Un tercero con la mitad de tablas y la otra mitad sin nada. 11 ventanas con sus respectivas bisagras y cierres.] Utensilios que le fueron entregados a Adrián, quien se comprometió a entregarlos en perfecto estado al finalizar el arrendamiento.

Antigua balanza instalada en el interior de un molino. Foto: Koldo Lizarralde.

Ya todo estaba en marcha, sin embargo no todos los socios estaban conformes con las obras que se realizaron en 1757, puesto que en abril del año siguiente, el que contaba con mayor participación, José Arauna, no estaba de acuerdo con los jornales que se pagaron en las obras del molino y en consecuencia envió un escrito al Ayuntamiento, expresando su opinión sobre el caso. Indicaba que esos sueldos podían ser válidos para otros tiempos, pero no para las fechas en las que se realizaron las obras y daba una serie de razonamientos para estos casos. Comenzaba argumentando la equivocación que había supuesto la elección de oficiales, puesto que en la obra que se realizó en la parroquia de Elgoibar, trabajaron por 5 reales diarios, comiendo y durmiendo en sus respectivas casas. Lo contrario que en el molino, que, al ser forasteros se tuvieron que hospedar en casas ajenas. En otro caso, los oficiales que estaban empleados en la construcción de un palacio para el barón de Oña en la villa de Motrico, se les pagaba a 6 reales y al finalizar la obra recibirían una gratificación.

Además contaba que él mismo era el encargado de contratar a 180 oficiales canteros con un jornal de 6 reales diarios, por un tiempo estipulado de entre cuatro a seis años para distribuirlos en varias obras; 60 de ellos en San Sebastián; otros 60 construyendo la casa consistorial de Irún y los 60 restantes en la parroquia de Andoain.

En consecuencia pedía que se tratara de propiciar un descuento para el pago de la obra, al ajustar los precios a los que proponía.

A su vez, el Ayuntamiento, por medio de su alcalde, contestaba a esa petición recordándole que tanto Pedro Olabe, como Agustín Bustindui y Andrés Acha Orbea, fueron los contratados para vigilar que las obras se hiciesen de manera sólida y precisa para el buen funcionamiento del molino y que habían merecido la confianza de los demás socios. Que también estuvieron de acuerdo con la presentación de las cuentas y por eso las habían aprobado. Por lo tanto no estaba de acuerdo con su exposición y le recordaba que tendría que haber tenido en cuenta la decisión adoptada por los demás socios.44 [44 AHPG-GPAH, 1-1085, folio 97.]

Al fallecimiento de Nicolás Castejón, Marqués de Velamazán y Gramosa, la participación en la propiedad del molino Portal, pasó a manos de su hijo Martín Nicolás. Entonces nombró a su propio representante, un vecino de Bilbao de nombre Nicolás Josué, para que de ese modo pudiese tomar decisiones con el resto de socios y al mismo tiempo cobrar las 12 semanas que le correspondía de este molino, que se le entregase judicialmente esa parte del molino, se le aceptó la petición y el día 4 de julio de 1765 se personaron los interesados, el alguacil Carlos Olañeta, el escribano para tomar nota del acto y el propio Josué. En un momento dado el alguacil cogió de la mano a Josué para introducirlo en el interior, donde comenzó a cerrar y abrir las puertas y ventanas. Luego hizo salir al inquilino Manuel Egocheaga y después realizó otras demostraciones de verdadera posesión, por el periodo que le correspondía y el alguacil anunció que lo amparaba para no ser despojado de esa propiedad.45 [45 AHPG-GPAH, 1- 1092, folio 239.]

El molinero e inquilino Manuel Egocheaga en 1768 hizo una petición a los propietarios, indicando que para renovar el contrato se deberían realizar una serie de obras a cuenta de la renta y consideraba que el plazo para el nuevo arrendamiento tendría que llegar hasta los 9 años. Los propietarios enviaron a su perito para que supervisase lo que se debía arreglar y llegar a un acuerdo con el molinero. Este perito entabló conversaciones y verificó las obras a realizar, con las que estaba completamente de acuerdo el citado Egocheaga, pero el plazo del contrato que le ofrecían era por cuatro años. En consecuencia, Egocheaga tomó la decisión de no aceptar por ese tiempo y dejar el molino del Portal.

Los propietarios consideraban excesivo el tiempo de arrendamiento que se les pedía, puesto que ese plazo se solía conceder a molinos y caseríos que contaban con terrenos para poder cultivarse. Sin embargo el molino del Portal no tenía tierras para poder plantar algo, razón por la que normalmente el plazo que se solía dar en estos casos solía ser de entre 3 y 4 años.

Tras no llegar a un acuerdo y estar a punto de finalizar el arrendamiento con Egocheaga, el siguiente paso que dieron los propietarios fue el de sacar a pública subasta un arrendamiento que transcurriera en 4 años, tiempo en el que era obligatorio realizar las obras que el molino necesitaba. Para ello se pusieron carteles en Placencia, Elgoibar y Bergara, “donde abundaban los Molineros.”

Rodetes “azen-naizia” de un molino en pleno funcionamiento. Foto: Koldo Lizarralde.

Finalizada la subasta, hubo un mejor postor que resultó ser Manuel Gastiasi. Lo que ofreció fue un arrendamiento de 4 años por 91 ducados anuales. De las reparaciones se haría cargo Gastiasi, siempre y cuando estas no excediesen de los 30 reales y en ese caso correspondería a los propietarios el hacerse cargo de las obras, si el inquilino pagase religiosamente, año a año, la renta el día de Todos los Santos, no podrían apartarle del molino y, de hacerlo, le tendrían que ofrecer otro molino de las mismas características y en tan buen sitio como en el que estaba ubicado el molino del Portal, por el mismo tiempo y por igual precio.46 [46 AHPG-GPAH, 1-1094, folio 334.]

Las leyes emanadas del Consejo Real en 1798, fueron claves para restar propietarios a este molino. Se trataba de la desamortización, ley relativa a la enajenación de los bienes pertenecientes a hospitales, casas de misericordia y de órdenes religiosas.

En aquellas fechas, el Corregidor de esta provincia envió al alcalde de Eibar, la documentación suficiente para que hiciera un listado de los bienes sujetos a ser desamortizados. Como se ha podido observar, en la vida de este molino eran 18 las semanas repartidas entre el Cabildo de Eibar y los religiosos Trinitarios de Pamplona, las que se hallaban implicadas en aquella decisión. Al alcalde no le quedó más remedio que incluir este molino, entre los bienes enajenables. Dadas sus circunstancias tan especiales, con varios propietarios, la decisión del Corregidor fue la de ordenar que se inventariase el edificio y todas sus instalaciones, incluso las propiedades que le pudiesen pertenecer.

La orden estaba dada y solo quedaba llevarla a cabo, nombrando expertos que la pudiesen ejecutar. Se designaron como experimentados en el tema a Ignacio Vicente Errasti, natural de Azpeitia y a Miguel Antonio Sarasola de Zarauz. Desarrollaron su labor un 23 de octubre de 1799 y lo hicieron comenzando por contar las 3.500 tejas que en el tejado había y también la ripia. Posteriormente determinaron el material de carpintería, los cabrios, las goiaras, zapatas, machones o caballos del armazón del tejado, los postes, frontales y solivos. La tabla de todo el edificio, la de la cocina, la de la separación de los habitáculos, marcos, puertas y ventanas, así como la de las escaleras. También anotaron el armazón de la campana de la chimenea.

El siguiente paso fue el de ocuparse de la maquinaria que en el propio molino se encontraba y lo iniciaron valorando las cuatro cubiertas de otros tantos pares de piedras, con sus correspondientes pesebres donde se depositaba la harina, una vez molido el grano, “llamadas en idioma bascongado guezurascas”, que eran de madera. Los cuatro niveles de madera, con los que conseguían subir o bajar las piedras volanderas y los rodetes. Los cuatro rodeznos con sus análogos ejes de hierro. Otros tantos caños o zurrones de las máquinas con sus cerraduras y armazones, que daban paso al agua y ponían en movimiento cada uno de los rodeznos. Por lo tanto este molino contaba con cuatro pares de piedra para moler, que fueron contabilizadas y otras tres piedras más de repuesto. Para finalizar con este apartado, evaluaron las tres compuertas instaladas en la presa y la acequia, con sus correspondientes ruedas y cadenas.

Para dar por concluida su labor, les quedaba revisar todo lo relativo a la cantería, donde calcularon que en el edificio y en su presa habría unas 944 varas superficiales de piedra caliza de sillería. Luego se fijaron en el cañón de la chimenea y en las 497 varas superficiales de losadura que en todo el edificio había, extraída de la cantera de Otaola, siendo la parte alta del molino de cal y canto; así como en la mampostería donde se alojaban los instrumentos hidráulicos, además de los 9 estados de embovedados y los empujes existentes en los dos arcos y el justiprecio de las paredes que contenían la presa y el albeo de la compuerta. Acabaron con la superficie del solar donde se encontraba el molino, sus acequias y la “estolda” (depósito donde se almacenaba el agua), hasta dar con el río en el mismo ancho, determinando que suponían en total 210 estados cuadrados de cantería.

Entre ambos llegaron a la conclusión de que este molino y sus terrenos estaban valorados en 28.842 reales y que a esas 18 semanas, les correspondían 9.983 reales y 25 maravedís.

Realizada la tasación, llegaba el momento de realizar una subasta al mejor postor y depositar ese dinero en la caja de amortización, que se hallaba en San Sebastián y de la que era responsable José Ventura Aranalde. Se anunciaron los correspondientes avisos durante la Misa Mayor de la parroquia, por la que se les convocaba a reunirse en los soportales de la casa consistorial eibarresa para el 25 de noviembre de 1799. La Subasta estuvo presidida por el alcalde IgnacioIbarzabal, le acompañaron, el cura Francisco Ibarra, que actuó como representante del Obispado de Calahorra y el síndico Pedro Bustunduy. El precio de salida, estuvo estipulado por el que los expertos habían considerado lo perteneciente a esas 18 semanas.

Para dar la posibilidad de que varias personas pudiesen participar, se encendieron varias cerillas de vela, como era costumbre en aquellas fechas. La mejor oferta resultó ser la de Andrés de Retenaga, que ofrecía 17.000 reales, cuando se dio por finalizada la sesión. Pero aquí no acababa todo, ya que tendrían que transcurrir 90 días a la espera de que pudiese presentarse un mejor postor, cuestión que estaba prevista en la misma ley. Una vez que fuera aprobada esa subasta, pasarían a ser 30 los días de espera. Transcurrido ese periodo no hubo quien se preocupase de aumentar esa cantidad, por lo que el mismo Andrés fue al que se le adjudicó esa parte del molino y la parte proporcional de unas huertas que también le pertenecían. En ese momento el nuevo propietario solicitó una posesión judicial, cuestión que era muy común en aquellos tiempos, ya que deseaba que nadie le pudiese inquietar por esa propiedad.

El acto se llevaría a cabo un 15 de enero de 1800, cuando el alguacil, Diego Barrutia, cogiéndole la mano lo introdujo en el interior del. En su interior, lo primero que hizo Retenaga, fue hacer salir a los inquilinos que lo habitaban, hasta que se quedasen en el atrio. Luego, comenzó a abrir y cerrar puertas y ventanas, cuestión que significaba alcanzar la posesión de lo que le correspondía. Una vez realizado el dominio judicial, ya nadie le podría inquietar y el que lo hiciese pagaría la correspondiente multa, tipificada en las ordenanzas municipales.47 [47 AHPG-GPAH, 1-1120, folio 110.]

Sin embargo poco tiempo le duró a Retenaga, esa propiedad adquirida en la subasta, ya que por el mismo desembolso realizado en la almoneda para la caja de amortización se la vendió a Ignacio María Ibarzabal el 24 de mayo de 1800.48 [48 AHPG-GPAH, H-581, folio 283.]

La condesa De la Coruña, viuda de Velamazan y Gramosa, era condueña de este molino del Portal, ya que a su parte le correspondían 12 semanas de renta. Esa parte le venía de muchos años atrás, puesto que provenía de un mayorazgo fundado en 1595 por Martín López de Isasi y su esposa Domenja de Orbea. Pero la condesa deseaba deshacerse de esa parte y cambiarla por unos terrenos. Fue por esa rezón en 1805 ordenaba a su administrador Francisco Sainz para que preparase todos los documentos y permisos necesarios para realizar un trueque con unos terrenos que se hallaban en la anteiglesia de San Esteban de Echevarri y que se pusiera en contacto con su propietario Ignacio Ibarzabal para llevar a cabo la operación y conseguir su beneplácito. Se contrataron a expertos para que valorasen las propiedades y la realizada en el molino resultó ser de 6.528 reales y 28 maravedís.

Ibarzabal se mostró dispuesto a realizar el trueque y a quedarse con la parte proporcional del molino a cambio de sus terrenos. La valoración realizada por los expertos por un terreno conocido “regato de San Esteban”, que estaba amojonado junto a la iglesia de San Esteban de Echevarri, con otro al que llamaban “Larregui” y también amojonado, más un tercero denominado “Espalda de jugo” y el último trozo de nombre ”Amestui Barrena”, resultó ser de 6655 reales y 28 maravedís.

Con los propietarios de acuerdo y con todos los permisos en regla, el trueque se realizaba un 20 de febrero de 1806. Desde entonces comenzaba la familia Ibarzabal a tomar parte del quehacer diario de este molino.49 [49 AHPG-GPAH, 1-1124, folio 297.]

Hemos podido observar como, poco a poco, iban reduciéndose los propietarios de este molino y que al final, una sola familia sería la que lo poseyera, pero eso lo podremos comprobar más adelante. Ahora nos haremos eco de lo acontecido en 1813, cuando una parte deseaba que los inquilinos lo dejasen libre. Por una parte estaba el vizconde de Boita, al que ya le pertenecían 22 semanas y las 30 restantes a Ignacio Ibarzabal, que para esa fecha había fallecido, y su hijo Gabriel que era el heredero pero al ser menor de edad, su madre Agustina Pagaegui, hacía las veces de administradora.

Esa misma apoderada enviaba un escrito al alcalde de la villa en el que relataba su versión de unos hechos, por los que deseaba que los inquilinos que habitaban el molino lo abandonasen. Le pedía que actuase en consecuencia y que emitiera su veredicto lo antes posible. Los sucesos comenzaron con el fallecimiento de Pedro Lascurain, persona que desde hacía “muchos años” era el molinero encargado de manejar el molino del Portal en la que también vivía su hija casada con Pedro Eguren, la nueva pareja también habitaban en él. Agustina, en el transcurso de su exposición, le comunicaba que cuando su hijo Gabriel fue a cobrar la renta de 1813 le pidió a Eguren que abandonasen el molino y que lo dejasen libre para el día 1 de noviembre de ese mismo año, decisión tomada por la propia Agustina. La contestación de Pedro fue que le dejasen un año más de plazo, pues de ese modo podría lograr que unos inquilinos desocupasen su caserío.

Más adelante le indicaba que se había enterado que nada más fallecer el molinero, su yerno había acudido a los vizcondes de Biota para pedirles que le prorrogasen el arriendo del molino. La contestación del vizconde fue que estaba negociando la venta de su parte con Gabriel Ibarzabal y con su madre Agustina, motivo por el cual, no podía renovarles el contrato.

Aunque Eguren se había mostrado conforme en desalojar el molino para el 1 de noviembre de 1814 no lo había hecho con la excusa de tener que tratar con la propia Agustina y no con su hijo. De este modo pedía al alcalde que emitiera una orden de desalojo, como juez que era y que le a la vez, tomase declaración al citado Eguren.

El alcalde enviaba un 4 de noviembre de 1814 una citación para que Eguren se personase en dependencias municipales para tomarle declaración sobre lo acontecido. Al día siguiente se personaba éste y daba su propia versión de lo sucedido; declaraba que ciertamente más de la mitad del molino pertenecía a Agustina y a sus hijos, siendo el resto de la propiedad del vizconde de Biota; que durante muchos años estuvo arrendado a sus suegro, con quien había vivido, después de casarse con su hija, hasta su fallecimiento; que también era cierto que a mediados del mes de septiembre del año anterior se le avisó por medio de Pedro Pagaegui y de Manuel Martínez, que desocupase el molino para el 1 de noviembre de 1813. En vista de lo que se le venía encima, pidió la mediación de Sebastián Anguiano, para que se pusiese en contacto con Agustina y procurase negociar un nuevo arriendo; desconocía lo que había sucedido, puesto que no se le había notificado nada al respecto. Que nunca había recibido la noticia de abandonar el molino de boca de Gabriel. Sin embargo, su madre, cuando Pedro fue a entregarle la renta ya vencida, le notificó que era indispensable que saliesen del molino porque iban a realizar algunas obras de consideración y que cuando finalizasen, dispondría del arriendo como mejor le pareciese.

Nada más recibir esa información, se dirigió a la otra parte propietaria para pedirle ayuda, donde le comunicaron, que estaban en negociaciones con Agustina y con su hijo Gabriel para venderles su parte. En caso de no llegar a un acuerdo, le dieron esperanzas de poder continuar con el arrendamiento; del mismo modo que le indicaron que la mejor opción sería ponerse de acuerdo con Agustina.

Por ese motivo y para no quedarse sin habitación donde cobijar a su familia, no le quedó más remedio que pedir a los inquilinos del caserío Kapagingoa que lo desocupasen tal como lo hicieron.

No contenta con las declaraciones efectuadas, Agustina Pagaegui enviaba un cuestionario, con cuatro apartados al alcalde, para que lo contestasen Eguren y su suegra María Andrés Arana. El día 9 de noviembre, se produce la declaración de yerno y suegra, ante el alcalde. El primero en hacerlo fue Pedro, quien admitía que tanto él como su suegra estaban interesados en hacerse con el arrendamiento y, aunque ella era la principal arrendataria, dada su avanzada edad, le permitía que fuera él quien manejase el molino. Dijo que era cierto que habló con el hermano de Agustina para pedirle una prórroga de un año y de ese modo despedir a los inquilinos del caserío kapagingoa. También había entablado conversaciones con los otros propietarios por si Agustina convencía a la otra parte del despido. Desconocía si su suegra María Arana, había realizado algunas gestiones al respecto. También manifestó que era verdad, al no saber el empeño que pondría Pedro Pagaegui para convencer a su hermana, que optó por pedírselo a Sebastián Anguiano, por si pudiese persuadir a su suegra Agustina. Para responder a la última pregunta, indicó que jamás había estado conforme en abandonar el molino, que era una decisión suya y que jamás habían intervenido los vizcondes de Biota para darle alguna indicación.

Luego declaraba María Arana, quien para contestar a la primera pregunta, corroboraba lo dicho por su yerno y admitía que nunca había tenido interés en abandonar ese molino. Sin embargo en la segunda se explayaba y contaba lo que hizo nada más fallecer su marido: se fue a la casa de “su ama” Agustina, para que en adelante le nombrase como la arrendataria de la casa y molino del Portal, su contestación no pudo ser más directa y sorpresiva: tendría que abandonar el molino con toda su familia para el día de Todos los Santos de 1813. Ante la inesperada respuesta, le pidió más tiempo para poder arreglar los asuntos y poder conseguir que los inquilinos del caserío “Capaguingoa” lo dejasen y de ese modo realizar el traslado, además dijo que nunca había tenido interés en dejar el molino y tampoco recibió indicaciones para no hacerlo. Con la tercera, que ya la había contestado en la anterior pregunta, y a la cuarta, que en su interés por continuar con el arriendo, no habían participado los vizcondes de Biota.

Obtenidas las declaraciones, el alcalde ponía en conocimiento de Agustina las respuestas obtenidas y ella a su vez le remitía su parecer para que actuase en consecuencia. Naturalmente estaba de acuerdo con aquellas contestaciones que le eran favorables y discrepaba con el resto. Hacía un repaso de todo lo registrado y entre otras consideraciones indicaba que estaba claro por la declaración de Eguren que había sido despedido del molino y que el caserío a donde pensaban ir a vivir estaba sin inquilinos. Al mismo tiempo presentaba una carta, que le fue enviada a su hijo por los vizcondes, en la que le pedían que no renovase el contrato con esa familia y la presentaba como prueba. Por las razones esgrimidas, suplicaba al alcalde que, en un plazo breve de tiempo, les obligase a abandonar el molino del Portal para dejarlo libre y a su entera disposición y, de no hacerlo, en el plazo que se determinase, fuesen expulsados “a mano armada de justicia”.

El alcalde entonces decretaba que se informase, tanto a Eguren como a María Arana, de la necesidad de desalojarlo pasados tres días de haber recibido la notificación o, por el contrario, informasen de las razones que les respaldaban para no hacerlo. Ambas fueron notificadas de lo contenido en el auto.

Pero Pedro Eguren no estaba dispuesto a abandonar a las primeras de cambio y con esa resolución podría esgrimir sus argumentos por los que había estado luchando para no dejar esas instalaciones y tener que vivir en otro entorno. Su primera actuación consistió en pedir una declaración jurada del propio Gabriel Ibarzabal para responder a tres preguntas muy concretas:

“1ª.- Como es cierto, que el molino harinero llamado de Portalecoa es propio del declarante y de Fausto María de Landaburu vizconde de Boita, residente en la ciudad de Cádiz a medias o cerca de iguales partes.

2ª.- Como es cierto, que mi suegro difunto, y mi suegra María Andrés de Arana, que vive en mi compañía en dicho molino han sido arrendatarios de el en estos cuarenta y cuatro años, y corre en el día el arriendo a mi cargo, y cuenta y he pagado y pago puntualmente las rentas, y aun hay ejecutadas obras de mejoras.

3ª.- Como es cierto, que el referido Landaburu interesado en dicho molino no me ha dado despedida de su arriendo de palabra, ni por escrito y si el declarante tuviese alguna razón o carta en este particular la exhiba en estos autos.” Como consecuencia de lo presentado por Pedro, el alcalde dispuso que Gabriel Ibarzabal, contestase a esas preguntas bajo juramento previa citación. De nuevo fue su madre quien respondía al emplazamiento, ya que, por ser menor de edad no, podía comparecer en juicio y por consiguiente no tenía facultad para declarar. Ese era el motivo por el que su madre era su tutora y ella misma pedía que se suspendiese esa declaración.

De nuevo Pedro no estaba de acuerdo y comunicaba que tras el desahucio, se le había indicado que expusiera sus razones para no hacerlo y eso era precisamente lo que había hecho: pedir la declaración jurada de uno de los propietarios. La parte interesada aludía que era menor de 25 años, por lo tanto hasta que no se realizasen esas manifestaciones, no abandonaría el molino.

Una vez más el alcalde emitía una orden el día 1 de diciembre de ese mismo año, por la que anunciaba que dada la importancia de que Gabriel respondiera a las cuestiones que se le presentaban, debía presentarse acompañado de un responsable y si no lo tenía que lo nombrase, pero tendría que asistir a las dependencias municipales y efectuar la declaración jurada que Pedro solicitaba.50 [50 BUA-AMB, C/12-10.] Por el momento desconocemos lo que sucedió con los hechos expuestos, ya que el documento no lo aclara, lo que si hemos averiguado es que el cambio entre propietarios se llevó a cabo.

El aprovechamiento de este molino harinero, que como declaraban sus propietarios en 1821, se encontraba en la parte trasera de la iglesia parroquial de Eibar era el siguiente: por una parte estaba el vizconde de Biota, Fausto Landaburu, que se ocupaba de cobrar la renta de las 22 primeras semanas de cada año. La otra parte la detentaban Agustina Pagaegui y su hijo Gabriel Ibarzabal, a quienes les correspondía cobrar la renta de las 30 semanas restantes. Pero ese mismo año, tanto madre como hijo, estaban dispuestos a apropiarse de todo el molino y le proponen al vizconde hacer un trueque con el caserío San Román, situado en el mismo Eibar, que ellos mismos habían comprado a Vicente Aguirre el día 6 de febrero de ese mismo año.51 [51 AHPG-GPAH, 1-1144, folio 224.]

Ante la propuesta recibida por Landaburu, nombraba como su representante el día 12 de febrero de 1821, a Miguel Ansotegui, beneficiado de la parroquia de Markina.

Antes de proceder a realizar la permuta, deseaba saber la situación de ambas propiedades, dado que la proindivisión del molino les creaba problemas. Entonces su portavoz pedía al alcalde de Eibar que creara una comisión para recabar información sobre la situación del molino.

El alcalde actuó en consecuencia y en presencia del delegado del Vizconde, un 9 de mayo y a las 9 de la mañana, comenzaba a llamar a los testigos, que a su vez eran vecinos de Eibar. El primero en comparecer fue Manuel Antonio Murua, que después de prestar el preceptivo juramento de decir la verdad y santiguarse, contestaba que era conocido por el público en general que el molino del Portal era uno de los vínculos que gozaba el vizconde por 22 semanas y que el resto, hasta completar el año, le correspondía a María Agustina Pagaegui y a su hijo Gabriel Ibarzabal. Que era cierto que de seguir con los bienes comunes sin ser divididos entre sus propietarios, podían cre-arse problemas a la hora de ejecutar obras en el molino, al admitir a colonos o en la fijación de alquileres. Estaba convencido de que el trueque sería beneficiosa para ambas partes. Los siguientes en declarar, relataron prácticamente lo mismo; Julián Corte-sena, Luís Bascaran y José Joaquín Areitio. Esa información fue entregada por el alcalde a los interesados, para que de ese modo actuasen en consecuencia.52 [52 AHPG-GPAH, 1-1144, folio 214.]

Como experto para reconocer ambas propiedades y valorarlas, se propuso al perito Juan Ángel, que fue aceptado por las dos partes para realizar su cometido. En su informe indicaba que resultaba un saldo a favor de madre e hijo. El mismo estudio realizó en el caserío, y aunque la diferencia de valoración entre las dos propiedades era importante, cedieron al vizconde el caserío y sus terrenos, a cambio de su parte del molino.53 [53 AHPG-GPAH, 1-1144, folio 206. El molino constaba de un tejado de 43,5 estados de ripia y donde aproximadamente había unas 5.200 tejas; 127,5 estados de madera del tablazón del tejado; 37,5 estados de maderas que había entre el gallur, sopardas, postes y frontales; 161 estados lineales de solivos; 7 estados cuadrados de tabla que cerraba las divisiones del edificio; 33 estados cuadrados de suelo entablado; 36 estados lineales y 4 pies de marcos de puertas y ventanas; 252 pies cuadrados de puertas y ventanas; la escalera para el acceso al camarote con 13 gradas de madera con sus banzos; 60 pies cuadrados de dos puertas de armazón y la chimenea de la cocina. En cuanto a la cantería y maquinaria del molino constaba de 637 varas de tres pies cuadrados de en-losado, de losa de Otaola, que se hallaba dentro del molino y en la presa. El armazón de madera en el que se hallaba clavada la losa de la presa; 990 varas de piedra que contenían todas las obras de la casa molino y la antepara; 298 estados de a 98 pies de pared de cal y canto del molino, antepara, presa, albeo y calces; Las 4 piedras de moler harina que se hallaban en uso y 5 piedras de la misma especie que estaban retiradas, con sus rodeznos, pesebres, toberas, balanza, pesas y demás adherentes de toda la maquinaria; 205 estados cuadrados del piso solar del molino hasta dar con el río de la antepara y calces. Para finalizar su peritación, valoró el derecho de las aguas.] Desde entonces este molino perteneció a una sola familia.

Junto a este molino denominado del Portal, había una huerta, conocida como de Barrenechea, cuyo terreno fue utilizado para la construcción de una nueva casa. Pero esta circunstancia producía un gran inconveniente al normal funcionamiento del molino, puesto que entre la entrada a esa casa y la de Pasealeku, se vertían constantemente fango, lodo, etc. a la acequia, motivo por el que continuamente había que estar limpiándola. En 1845 le propusieron a su propietario, Gabriel Ibarzabal, le propusieron cubrir esa parte de la acequia y de ese modo crear un paso firme entre ambas casas que evitaría ese contratiempo, a lo que Gabriel accedió y dio su consentimiento para ese montaje.54 [54 AHPG-GPAH, 1-1161, folio 160.]

Cuando el 25 de junio de 1857, se preparaban las bases para el ensanche de la plaza y la reparación de las calles Ardantza, Elgeta y Txirio, esas obras repercutieron en la canalización de las aguas de este molino para el ensanche de la plaza, entre otras labores, había que construir un muro de contención, que comenzaba a la par de la calle Txirio y se iba a reformar el camino subterráneo en dirección a la calle Ardantza y hacia el molino de Ignacio Ibarzabal. Por ese motivo se demolería el puente que comenzaba en el edificio llamado “Almacén” se instalaría un candado de 4,5 pies de ancho, cubierto de losas fuertes para que a la vez sirviese de acequia molinar. Eso permitiría cubrir tres funciones, conducir el agua al depósito del molino, tener una compuerta para las aguas sobrantes y suministrar al lavadero de ropa.55 [55 AHPG-GPAH, 1-4457, folio 104.] Esta acequia molinar sale a relucir cuando en febrero de 1858, se produce la venta de una parte del taller de cerrajería regentada por varios socios, puesto que ese taller se hallaba en terrenos situados entre el río Ego y las casas bañadas por el contorno de la acequia molinar de Ignacio Ibarzabal.56 [56 AHPG-GPAH, 1-4458, folio 82.]

Tomás Alberdi adquirió este molino el 26 de marzo de 1900, con su antepara (de-pósito para almacenar el agua) construida a base de piedra sillar y de una forma tra-pezoidal, que abarcaba una superficie de 70 m2. Su cauce constaba de 873 metros desde la antepara hasta la presa denominada de Iraegi. Esta presa, que pertenecía al mismo molino, tenía una longitud de 29 metros y su mayor altura era de 2,38 metros. Todos estos datos se los ofrecieron al Ayuntamiento, porque necesitaron poner de nuevo en marcha la instalación de la energía eléctrica para surtirla al taller y al molino, ya que los desperfectos eran cuantiosos, originados por la guerra.57 [57 Archivo Municipal Eibar, 5133, 39.]

Siendo el propietario de este molino el citado Tomás Alberdi, cedió la explotación del mismo al armero Gabino Urionabarrenechea y al molinero Francisco Ciorraga que, de palabra, habían creado una especie de sociedad. Pero el 24 de diciembre de 1902, el molinero comunicaba a su socio que deseaba continuar sólo explotando el molino, por lo que le solicitaba la cesión de la maquinaria y los accesorios que existían en ese local. Gabino se mostraba de acuerdo y gustosamente le cedería ese material, pero había un problema: al constituir la sociedad de palabra, carecía de personalidad jurídica y de un documento donde estuvieran descritas las condiciones de su constitución, de liquidación de la maquinaria, accesorios y de la existencias de géneros en caso de traspaso. Esta cuestión quedó resuelta ese mismo año, con la formación de un documento privado bajo una serie de condiciones.

En este escrito se anunciaba que Gabino le cedía el negocio y le traspasaba toda la maquinaria y accesorios existentes en el molino a él pertenecientes. Como modo de determinar el precio de todo ese material, contrataron los servicios del tasador José Aguirregomezcorta, quien los valoró en 10.000 pesetas y los dos aceptaron ese precio. En ese caso Francisco se comprometió a pagar esa suma de una manera concreta: la cuarta parte, más 623 pesetas por los granos y harinas, en el plazo de un mes, otra cuarta parte en plazos mensuales de 250 pesetas y el resto del dinero, para el mes de enero de 1905. Ese cobro estaba garantizado por la misma maquinaría objeto de la cesión, no pudiendo venderla, traspasarla o empeñarla hasta que se completase el pago. Finalmente estuvieron de acuerdo en resolver las dudas o diferencias que pudiesen surgir del cumplimiento de estos compromisos por medio de amiga-bles mediadores y en caso de no llegar a un acuerdo, se nombraría a un tercero cuyo fallo sería inapelable.

Vista de un rincón de Barrenkale con la iglesia al fondo, en las cercanias del molino de Ibarra, año 1930. Kutxateka. Fondo Indalecio Ojanguren. Autor: Indalecio Ojanguren.

Gabino, después de ratificarse en la cesión, para el 24 de diciembre de 1903 ya había recibido la mitad del importe y el dinero correspondiente a los granos y harinas. Francisco se comprometía a pagar el resto del dinero dentro del mes de enero de 1905. Para garantizar el pago ponía a disposición de Gabino toda la maquinaria que consistía en:

Un cilindro compresor; un centrífugo; un sasor; un torno cernedor; una pareja de piedras francesas; una máquina limpia de trigo; un amasador de panadería; una ce-pilladora de salvados; tres transmisiones completas; dos pesas de básculas; varias poleas, correas y demás accesorios para el funcionamiento de la maquinaria y herramienta correspondiente al molino y un carro con sus mecanismos.

El acreedor consentía que todos esos objetos los continuase utilizando Francisco Ciarraga, como lo había venido haciendo hasta entonces, reservándose el derecho de la inspección de su uso, para que no sufriesen un detrimento de su valor, quien debería mantenerlos en buen estado y reparar los posibles desperfectos en el menor tiempo posible.58 [58 AHPG-GPAH, 1-1805, folio 1808.]

Este molino situado junto a la bajada a Ardantza se enfrentaba a nuevos retos y para 1904, además de continuar con su función de molino, habían adaptado sus instalaciones para que ejerciese como panadería. Esto se nos asegura en la venta del negocio, donde se reconoce como propietario a Tomás Alberdi, pero de su explotación se encargaba Francisco Ciarraga, que era además la persona que un año antes había comprado diversos instrumentos y maquinaria suficiente para poder desarrollar el oficio de panadero.

El 11 de agosto de 1904 era la fecha señalada para que se produjera la cesión y venta del despacho, pidiendo por el traspaso 11.500 pesetas. Era José Larreategui quien aceptaba la propuesta, con las condiciones de obligado cumplimiento. Tendría que hacerse cargo de varias deudas que para ese montaje había contraído Ciarraga, como la de las 5.000 pesetas que todavía le debía a Gabino Uriona-barrenetxea, deuda que para el 31 de diciembre tenía que estar cancelada, así como de los demás créditos surgidos por ese motivo. A Larreategui le estaba prohibida la venta o el gravamen de los enunciados efectos, sin el preciso consentimiento de Uriona-barrenechea y de los otros acreedores. Por su parte Ciarraga precisaba que dos días antes de haberse realizado el traspaso, recibía de Larreategui, la diferencia entre el precio de venta y el importe de los asensos.59 [59 AHPG-GPAH, 1-5145, folio 807.] Estos son los datos obtenidos sobre este molino que tanta influencia tuvo en la vida de los eibarreses.

Ibarra

Este molino se encontraba a la izquierda del Ego y a unos 5 metros por encima del puente de entrada a la villa por Barrenkale, contaba con tres pares de piedras molares. Mediado el siglo XIX, uno de esos pares de piedras, fue transformado en ingenio de barrenar cañones.

Entre las posesiones del vínculo de mayorazgo fundado por Martín López de Ibarra un 23 de marzo de 1535, se encontraba este Molino de Ibarra y dueño de la casa solar de Ibarra de suso o Ibargain.60 [60 AHPG-GPAH, 1-1844, folio 551.] Ingenio hidráulico que por aquellas fechas contaba con su aceña y su mazo para trabajar el lino y que por el contrato de arrendamiento, así se desprende.

Sin embargo antes nos detendremos en el año 1557 dar cuenta del testamento de Gracia López de Ibarra en el que relataba todo lo conseguido junto a su marido Juan Ibáñez de Mallea, aunque nosotros solo haremos hincapié en lo relacionado con los ingenios hidráulicos. La casa de Ibarra de Abajo, conocida como Ibarbea, que era su do-micilio particular, era propietaria de la mitad del molino y mazos que estaban junto a la propia casa, ya que la otra mitad la compartían con la casa Ibarra de Arriba o Ibargain-goikoa, así como la presa, calces y acequias. También le correspondía la mitad del molino de Urkizu. Entre los bienes enumerados aparecen casas en Sevilla. Este memorial se realizaba para dejárselo a su nieto Francisco López de Ibarra. Advertía que si éste fallecía sin dejar descendencia, pasaría a manos del pariente más cercano, que tuviese la posibilidad de contar con 300 ducados de oro, y que ese dinero se utilizase, entre otros aspectos, para misas y para la limosna de los familiares pobres más cercanos.61 [61 AHPG-GPAH, H-582, folio 4v.]

Fueron Domingo Azaldegui y Domingo Pagoaga quienes en 1587 contactaron con María Uribe y María Uribarri, para proponerles que trabajasen el lino y como molineras. Todos los compromisos de cada parte se plasmarían en un contrato de arrendamiento. Se trataba de este molino de Ibarra de yuso con su aceña, que se encontraba junto a la casa solar de Ibarra. Esta proposición se basaba sobre un tiempo estipulado de 1 año, que se iniciaría el día 10 de agosto de ese mismo año. Las mujeres deberían abonar anualmente 30 fanegas de trigo, de manera que Azaldegui recibiese 15 de ellas pasados los 15 primeros días y los 15 restantes fuesen para Pagoaga cumplidos otros 15 días del anterior pago. Además aportarían 22 manojos de lino, que se lo repartirían a medias entre ellos. Si por cualquier motivo se produjese una avería, tanto en la presa como en la acequia, aceña o mazo, las mujeres darían el aviso para proceder a su reparación y mientras durasen las reparaciones, se les facilitaría el lino que ellos tuviesen de su cosecha en sus casas para trabajarlo. Por realizar esta labor no podían pedir compensación alguna. También figuraba el compromiso que, de cumplirse lo establecido, ellos no podrían rescindir el contrato y ellas, aunque lo abandonasen, pagarían lo estipulado. Los cuatro estuvieron de acuerdo en las obligaciones que a cada parte tocaba y firmaron el contrato.62 [62 AHPG-GPAH, 1-1012, folio 1001.]

Al mismo tiempo, se estaba preparando otra nueva transacción para este molino que daría comienzo el día de Todos los Santos del siguiente año. Era el momento en el que se aclaraba que la mitad de este molino pertenecía a Francisco López de Ibarra, que por aquellas fechas se hallaba residiendo en América, “en las Indias de la Nueva España”, aunque en Eibar mantenía su representante que era el acaudalado mercader, Martín López de Isasi, que, siendo el encargado de atender sus negocios, preparaba el arrendamiento de una serie de propiedades, en un mismo paquete y para una sola persona. Se trataba de la mitad del molino de Ibarra y la mitad del molino de Urkizu, así como unos terrenos donde se cosechaba el trigo, uno de ellos enfrente de la propia “casa torre de Ibarra” y el otro detrás de la herrería de Arragoeta. También se señalaban una huerta enfrente de la casa de Domingo Mallea y el castañal de Arana y Loidi. La persona interesada en disfrutar de este patrimonio fue Matías Celaya, que se comprometió en un principio por espacio de 4 años y por un precio que alcanzaba los 46 ducados y 8 reales, lo que suponían 17.476 maravedis al año. Quedaba plasmado que si el pago se realizaba regularmente a la finalización de cada año, a partir de 1588, no se le podría rescindir el contrato aunque se recibiese una mejor oferta. Tampoco podría su propietario ceder, vender o hipotecar nada de lo que ya estaba señalado. Si por cualquier circunstancia se rompiese la presa, parcial o totalmente, de manera que impidiese el funcionamiento normal de cualquiera de los molinos, se le descontaría de la renta anual 20 ducados. Celaya, en vista de las garantías que se le ofrecían, estuvo de acuerdo en firmar el documento, pero antes no le quedó otro remedio que presentar a su avalista, Miguel Iturrao, quien se comprometió a pagar esa renta en caso de que Celaya no lo hiciese.63 [63 AHPG-GPAH, 1-1012, folio 16/08/1587.] En 1602 existía una fragua junto a la casa de Ibarra que pertenecía a la casa solar de Ibarra de Yuso (abajo) y que un vecino de Placencia y a la vez Eibar, se la arrendó a Matías Celaya, vecino de Eibar por espacio de 4 años. El plazo comenzaría el día de Todos los Santos de aquel mismo año y para entonces el primer pago ya estaba abonado.64 [64 AHPG-GPAH, 1-1011, folio 64.]

Siendo Mariana Arana la molinera de este molino, se querelló criminalmente contra el criado de Juan Alzua, de nombre Andrés Azaldegui, quien, en compañía de Andrés Morquecho y de Juan Zuri Azaldegui, según la versión de la molinera, el domingo 2 de agosto de 1626, sobre las 10 horas de la mañana, estando ella en el molino, comenzaron a lanzarle piedras con intención de hacerle daño, vaciarle el agua del depósito, cerrar la compuerta para que no entrase y hacerle otros agravios, incu-rriendo en penas establecidas por la justicia ordinaria, por lo que pedía que se im-partiese justicia. El alcalde, admitió la querella y condenó al infractor, Juan Azaldegui, a pagar 200 maravedís a la molinera y los gastos ocasionados por el juicio. Además le advertía que otra vez no fuese tan osado, dado que las penas aumentarían considerablemente y pudía ingresar en prisión por ese motivo.65 [65 BUA-AMB, signatura 05 C/005-25.]

Al igual que en otros molinos de Eibar, en 1619 acudieron a este molino los procuradores del concejo, al objeto de revisar el estado en el que se hallaban tanto el peso, como las pesas que se utilizaban. En ese momento eran sus molineros Pedro Zubiaurre y su esposa Catalina Bizcalara, que se ocuparon de enseñarles el peso de cruz y sus tablas que se hallaron correctas. También las pesas de 5, 3, 2 y 1 libra se pudieron comparar con las que llevaban de muestra y se demostró que coincidían, pero no apareció la de cuarterón. Les pidieron que procurasen encontrarla, puesto que luego no la podrían utilizar y que la llevasen al concejo, junto con las pesas grandes, para poder verificar sus respectivos pesos sobre las 2 de la tarde de ese mismo día. De no hacerlo se exponían a una multa de 400 maravedís. Acudieron a su cita con sus pesas de 45, 27, 18 y 10 libras, donde se pudo comprobar que estaban ajustadas con las del concejo.66 [66 BUA-AMB, signatura 05 C/026-02.]

Para el año 1630 Martín López de Ibarra, descendiente de otro de su mismo nombre, ya había fallecido y su esposa Marina Cutuneguieta tomaba las riendas en los arrendamientos del molino de Ibarra, que se encontraba junto a la casa solar de Ibarra de abajo. Ese mismo año, comenzarían las negociaciones con las hermanas Catalina y María Antonia Isasi, para que ellas mismas o a quien por derecho se lo cediesen, pudiesen desarrollar la labor de molineras. El plan propuesto por la propietaria era por 4 años, teniendo en cuenta que una vez llegado el acuerdo y por lo tanto la firma del contrato, comenzaría a correr el tiempo. Les pedía que semanalmente le pagasen 48 libras de buena harina y las entregas se realizarían los sábados.

Advertía que aunque la presa se la llevase el agua por efecto de una riada o sucediese otra cuestión que dejase paralizado el molino, la harina había que entregarla del mismo modo. A cambio ella se comprometía a realizar las oportunas reparaciones, se encargaría de que se repasasen las piedras cada 6 meses y de la limpieza de las acequias una vez al año. De este modo les aseguraba que no podría dejar sin efecto el compromiso y se vería obligada a desechar otras ofertas que pudiese recibir durante ese periodo. Las hermanas, después de valorar la proposición, la aceptaron.67 [67 AHPG-GPAH, 1-1014, folio 40.]

Durante el arrendamiento que pertenecía a las dos hermanas Isasi hubo una serie de problemas que hubo que solventar. No quedó otro remedio que reparar la presa, que se hallaba en “arrabal” de la villa, ya que una riada la deterioró impidiendo el funcionamiento del molino. Ambas mujeres aportaron el trigo con el que dar de comer a los que acarrearon la madera que se necesitaba para ese trabajo. También pagaron algunos arreglos que necesitaba el propio molino, colocando tablas y clavos que se utilizaron para sujetarlas. Eran cuestiones a las que tenía que responder la propietaria, y por ese motivo, en abril de 1634 se lo reclamaron. Marina Cutuneguieta, admitía la deuda que había contraído por ese motivo y estaba dispuesta a abonarles los 153,50 reales que le solicitaban para el día de la Magdalena de ese mismo año, al mismo tiempo les recordaba que ellas mismas se encargaron de coger el trigo a Juan Egurbide, inquilino de la casa Asoligartza, sin habérselo notificado. No obstante, como garantía de que el cobro lo iban a tener para la fecha señalada, hipotecaba la renta del molino, tanto la parte que pertenecía a la casa de Ibarra de arriba, como la parte de la casa de abajo. Tanto Catalina como María Antonia admitieron que el pago se realizase de la manera señalada.68 [68 AHPG-GPAH, 1-1017, folio 152.]

El molino llevaba tiempo sin poder ser utilizado debido a unas riadas, por lo que se consideró que había llegado el momento de ponerlo de nuevo en funcionamiento.

Eran dos los propietarios y Domingo Ibarra, en 1641, siendo alcalde de Eibar, tuvo que representar a su hermano Diego que se encontraba en las Indias de América, ya que a éste, al ser el mayorazgo, le pertenecía la casa solar de Ibarra de arriba. La otra parte, que disfrutaba de la de Ibarra de Abajo, era Juan Espilla, y entre ambos gozaban de los rendimientos que producía el molino. En abril de ese año, se decidió contratar los servicios del maestro carpintero Francisco Echevarria, para que volviera a construir una nueva presa, ya que lo que quedaba de la anterior se encontraba muy deteriorado, al mismo tiempo reconstruiría la pared que sujetaba las huertas que se habían caído por el mismo efecto. También fue preciso hacer nuevo el interior del de-pósito de agua y reparar el mazo para el lino para dejarlo todo en perfecto estado.

Quedaba claro que las obras tendrían que ser abonadas a partes iguales entre ambos propietarios y aclaraban que, si las reparaciones no se efectuaron en el momento de la rotura, había sido porque en aquellos momentos no contaban con el dinero suficiente. Pero ya no se podía esperar más y por ese motivo comenzaron las negociaciones con Francisco Echevarria, al que ofrecieron quedarse como arrendatario del molino por espacio de 20 años. El carpintero y Diego Ibarra se encargarían de pagar todo el trabajo y la mitad que correspondía a Espilla, se la cobraría Francisco, descontándole esa parte de la renta hasta que se completase la deuda. Se pusieron de acuerdo en que la renta constaría de 20 libras semanales de buena harina para cada casa, a cambio, Francisco Echevarria se quedaba con el molino y le asignaban la vivienda que se encontraba junto al mismo para que pudiese habitarla con su familia.

Todas las reparaciones tendrían que finalizar para el día de San Miguel de 1641, y al acabarse serían dos expertos los encargados de valorar lo realizado y comprobar el estado de su firmeza; uno lo nombrarían los propietarios y el otro el carpintero. De no ponerse de acuerdo se nombraría a un tercero. Durante los 2 primeros años, todas las averías que pudiesen surgir en las instalaciones, serían por cuenta de Francisco.

Transcurrido ese tiempo los propietarios acometerían las consideradas como principales y de las menores se ocuparía el maestro carpintero. Durante esos 20 años Francisco Echevarria tendría que limpiar las acequias, reparar las piedras y dedicarse al cuidado de la presa.69 [69 AHPG-GPAH, 1-1021, folio 285.]

Además, realizaba un contrato de arrendamiento con el que conseguir quedarse con los frutos del manzanal grande de Loidi y de unos castañales que pertenecían al mayorazgo de Eguiguren. El contrato se estableció por un plazo de 4 años y comenzaría en mayo de 1642.70 [70 AHPG-GPAH, 1-1022, folio 320.]

El 31 de agosto de 1652 el sargento mayor Diego López de Ibarra, estaba dispuesto a entregar la mitad del molino de Ibarra que le correspondía, a través de un contrato de arrendamiento. Ese fue el motivo por el que se puso de acuerdo con el matrimonio compuesto por Francisco Echevarria y María Ramirez, a quienes indicaba que el molino contaba con tres piedras de moler y que se encontraba en perfectas condiciones para ser utilizado. Les ofrecía 10 años de contrato que comenzarían a contarse cuando estuviesen limpias las acequias, por esa labor, no les cobraría la renta de las dos primeras semanas. Las condiciones impuestas fueron que los molineros se encargarían de los reparos denominados como civiles y considerados menores y que hacían referencia al arreglo de las piedras molares y de su picado; preparar los hierros instalados en la “errotapea” y de la limpieza de las acequias. Por su parte Diego se encargaría de aquellas obras principales que el molino y su presa necesitasen. El importe que les pedía eran 40 libras semanales de harina de trigo, de la que se moliese en el propio molino y la entregarían cada sábado. Aceptaron la oferta y desde ese momento ya no podían abandonarlo, puesto que la renta la continuarían pagando como si lo estuviesen utilizando.71 [71 AHPG-GPAH, 1-1033, folio 146.]

Al mismo tiempo Francisco Echevarria, reclamaba a Diego López de Ibarra una cantidad de dinero que desde hacía unos 12 años le estaba debiendo. Le recordaba que se había ocupado de reparar la abertura que se produjo en la presa por el lado en el que estaban las huertas, los materiales que tuvo que poner, así como las reparaciones que debió efectuar en las ruedas del molino. Pero a su vez Francisco le debía los 4 años de arrendamiento de dos heredades propias de Diego. Tanto el uno como el otro se pusieron de acuerdo para liquidar esas deudas y aprovecharon para zanjarlas el acto que ese mismo día celebraron con motivo del arrendamiento del molino. Sin embargo quedaba pendiente el ensanchamiento de la presa hasta la pared que pertenecía a Juan Argarate y que Diego tendría que pagar por su ejecución.72 [72 AHPG-GPAH, 1-1033, folio 147.]

Corría el año 1652 cuando el cauce del río Ego necesitaba ser reparado en el punto donde se encontraba la presa del molino y para ello era necesario construir una nueva pared. Esa necesidad hizo que sus propietarios, Diego Ibarra y la viuda Magdalena Altuna, como tutora de su hijo Andrés Espilla Ibarra, tuviesen que precisar de los servicios de un maestro cantero para que les hiciese la obra. El elegido para resolver el problema fue Juan Garagarza, a quien le indicaron el modo de resolverlo: fue dar al muro la altura suficiente para que no se saliese el agua y hacerlo nuevo desde sus cimientos, comenzaría a construir la pared desde donde se encontraba el viejo muro, junto a las huertas de Hondarra y concluirla a unos 16 estados aguas abajo, contando con una anchura de 2,5 píes (unos 70 cms). La obra comenzaría el 28 de julio de 1653, día en el que se abriría la presa para desalojar todo el agua y desviarla y, de ese modo poder trabajar durante 24 días, plazo que se le daba para arrancar con el nuevo muro desde sus cimientos. Pasado ese tiempo de nuevo había que cerrar la presa para que el molino pudiese funcionar. De no finalizar en el tiempo establecido se le aplicaría una multa en concepto de perdida de agua para moler, que ellos denominaban, “de aguas pasadas”. La obra no estaría finalizada hasta que no contase con el visto bueno del propietario. No les estaba permitido a los oficiales abandonar el tajo hasta que estuviese finalizado, dado que al maestro se le penalizaría por esta cuestión. Además Juan se encargaría de contratar y pagar a los oficiales y aportar los materiales que fuesen necesarios y como pago a su labor, recibiría 4 ducados por cada estado de muro construido. En el acto de firma del contrato se le abonaron 200 reales como adelanto para comenzar las obras y el resto lo recibiría a los 15 días de haberla concluido, Teniendo en cuenta que para determinar su finalización, debería contar con el beneplácito de los propietarios y que tendría que reutilizar la piedra del viejo muro.73 [73 AHPG-GPAH, 1-1034, folio 47.]

Esa obra que se le había encargado a Juan Garagarza como oficial cantero en noviembre de ese mismo año iba a ser examinada por dos arquitectos, que fueron nombrados por cada una de las partes interesadas. El cantero contrataba los servicios de Juan Ansola y los propietarios de la presa Diego López de Ibarra y Magdalena Altuna, (en aquellos momentos viuda de Juan Espilla) a Juan Zaldua. Para que esa pared tuviese la consistencia necesaria, se había construido un estribo en la esquina de la casa de Juan Argarate y alcanzaba hasta la huerta de arriba del citado. Cuando esos dos expertos visitaron la obra, la estuvieron midiendo y contemplando su construcción para dar su valoración, que la estipularon en 2159 reales. Ambos estuvieron de acuerdo en que se necesitaba realizar una serie mejoras, incluidas en ese precio.

Garagarza debería igualar todo el muro y dejarlo a la misma altura, tomando como referencia el comienzo de la parte de arriba.74 [74 AHPG-GPAH, 1-1031, folio 393.]

Cuando apenas había pasado un mes desde que los versados en cantería habían emitido sus consideraciones, las mejoras en la nueva pared para la presa de este molino, ya estaban realizadas y así lo hacía constar Diego Ibarra, cuando le vendía unos manzanos que le pertenecían y que estaban ubicados junto a esa nueva pared a su vecino Juan Argarate.75 [75 AHPG-GPAH, 1-1033, folio 185.]

Por los documentos presentados ha quedado demostrado, que la propiedad de este molino en el siglo XVII era de las casas solares de Ibarra de abajo y de arriba.

En 1676 la primera correspondía a Martín López de Ibarra y la segunda a Andrés Martínez de Espilla Ibarra. Esta circunstancia dio lugar a un arreglo llevado a cabo entre ambos propietarios, Espilla pidió a Ibarra que le arrendase su mitad durante un año ya que de ese modo podría disponer del molino a su antojo. A cambio estaba dispuesto a abonarle 14 ducados, la mitad transcurridos seis meses y el resto al cumplirse el plazo establecido. Ibarra como condición propuso que aunque el molino no pudiese funcionar por falta de agua o necesitase cualquier reparación, no podría pedir una rebaja del precio presentado. Al estar de acuerdo ambas partes firmaron el documento.76 [76 AHPG-GPAH, 1-3848, folio 65.]

El año 1692 Martín López de Ibarra, alcalde y propietario de la casa solar de Ibarra, “cuyos límites y linderos son notorios y sabidos” opta por arrendarla por un tiempo estipulado en 5 años. De este contrato excluía el jaro principal, la barrena (de Matxaria) y el molino.77 [77 AHPG-GPAH, 1-1056, folio 193.] En relación al punto donde estaba situado este molino, Domingo Aguirre nos aclara que en el año 1698 deseaba vender una casa que se encontraba en el arrabal de abajo, donde tenía una cuba para “envasar sidra” y también una huerta que llegaba hasta el calce de los molinos de Ibarra, que pertenecía a ambas casas de Ibarra, la de arriba y la de abajo.78 [78 AHPG-GPAH, 1-1047, folio 108.]

Con respecto a este molino, nos encontramos en febrero de 1704 con que su propietario seguía siendo Martín López de Ibarra, que deseaba arrendarlo, lo que supuso tener que ponerse en contacto con Andrés Arguiriano y su esposa Magdalena Echevarria y ofrecerles un contrato por 9 años, dando comienzo al pasar un mes. Para ello era necesario que, semanalmente, cada sábado, le entregasen 42 libras de harina de trigo. Se les dispensaba de este pago el primer sábado. También deberían retribuirle por Navidad, con dos capones.

El propietario se tendría que hacerse cargo de las obras más importantes que impidiesen el funcionamiento del molino, su presa o calces, además de respetar este contrato mientras los pagos se efectuasen puntualmente. El matrimonio aceptó la oferta y se comprometieron a cumplirlo, sabiendo que se exponían al pago de costas y daños de no hacerlo así. También se les emplazaba a hacerse cargo de las reparaciones de las pequeñas averías que se produjesen en este molino.79 [79 AHPG-GPAH, 1-1057, folio 12.]

Pasados unos meses, el alcalde de Eibar, Martín López de Ibarra y su único hijo Salvador, deciden ponerse de acuerdo con José Ibarzabal para arrendarle la casa solar de Ibarra de Suso y todos sus pertenecidos. De nuevo se exceptúan el jaro mayor, la barrena y el molino.80 [80 AHPG-GPAH, 1-1057, folio 136.]

A principios del siglo XVIII, Salvador López de Ibarra era el dueño de la casa solar de Ibarra de arriba, mientras Francisca Antonia Espilla Ibarra, era la propietaria de la casa solar de Ibarra de abajo y entre ambos tenían el molino de Ibarra, ya que pertenecía a las dos casas. En el año 1710 se pusieron de acuerdo para ofrecérselo al matrimonio compuesto por Marcos Olazábal y María Guisasola. Consideraban que lo mejor sería hacerlo por 9 años y por una renta semanal de 46 libras de harina de trigo de buena calidad y de ese modo entregarían 23 libras a cada propietario. El matrimonio estuvo de acuerdo y como era habitual en este tipo de arrendamientos, de las reparaciones consideradas grandes o principales, se encargarían los propietarios y de las menores, además de hacer las cuatro compuertas del molino, lo haría el matrimonio. Anualmente, por Navidad, entregarían 1 capón a Salvador y 1 gallina a Antonia. Una vez concluido el contrato, deberían entregarlo en perfectas condiciones de funcionamiento.81 [81 AHPG-GPAH, 1-1013, folio 55.]

Otro nuevo arrendamiento aparece en la vida de este molino en 1726, cuando todavía eran propietarios Salvador Ibarra y Francisca Antonia Espilla. En esta ocasión fue el matrimonio compuesto por Juan Larreategui y Antonia Aldazabal, los que se pusieron de acuerdo para trabajarlo durante 9 años. El contrato comenzaba el 26 de julio de ese mismo año y la renta les suponía repartir a partes iguales entre los propietarios las 52 libras de harina que semanalmente les tendrían que entregar. El resto de condiciones fueron las mismas que en la anterior transacción. No obstante, el matrimonio aseguró a los propietarios que, nada más cumplirse el plazo abandonarían el molino y si se dilatase por cualquier circunstancia, pagarían un interés por esos días.82 [82 AHPG-GPAH, 1-1049, folio 109.]

Al fallecimiento de Salvador Ibarra, fue su esposa María Butrón Múgica y su hijo Joaquín quienes pasaron a ser los propietarios de la mitad del molino de Ibarra, ya que la otra mitad seguía perteneciendo a Antonia Espilla. Las dos partes se pusieron de acuerdo para que desde el día 1 de noviembre de 1730 y durante 9 años, fuese el matrimonio compuesto por Francisco Loroño y Antonia Aldazabal los que estuviesen utilizando este molino. La renta semanal que les impusieron fue de 52 libras de harina, la mitad para María y su hijo y la otra mitad para Espilla, que lo debían recibir en sus correspondientes hogares. En esta ocasión vario la modalidad en el concepto de obras, puesto que cualquier reparación que surgiese sería por cuenta de los inquilinos, pero los propietarios tendrían que proporcionarles los materiales que se precisara, bien fuera piedra, madera o cualquier otro material. El matrimonio también se encargaría de pagar los 3 reales que el Ayuntamiento cobraba por registrar y verificar las pesas y medidas. El molino habría que desalojarlo una vez cumplido el plazo y ante cualquier dilación, pagarían los intereses correspondientes.83 [83 AHPG-GPAH, 1-1049, folio 119.]

En febrero de 1736, Catalina Espilla Ibarra, propietaria de la casa solar de Ibarra de abajo y de sus propiedades, cedió todo ese patrimonio a quien iba a ser el heredero y sucesor del mayorazgo, su sobrino Juan Andrés Larrañaga y a su esposa María Feliciana Azaldegui. Pero esta cesión iba acompañada de una serie de requisitos, que el matrimonio aceptó. Uno de ellos era que del producto del molino de Ibarbea, se sacara la harina con el que hacer el pan, que se debía entregar para la sepultura principal que la casa solar de Ibarra poseía en la parroquia de San Andrés de Eibar.

Cuando llegase la hora de su fallecimiento tendrían que hacerse cargo del entierro y de los funerales, que a una mujer de su categoría le correspondía. Por otra parte había que alimentarle, cuidarle y tratarle de buenas maneras y prepararle todo su vestuario con ropa blanca, calzado y otras prendas para vestir decentemente. Ese mismo año le entregarían 2 fanegas de castaña y le dejarían recoger en los manzanales de la misma casa, una o dos cestas de manzanas.84 [84 AHPG-GPAH, 1-1076, folio 56.]

Aunque Catalina Espilla ya había realizado el traspaso de su parte en este molino a su sobrino, fue ella en compañía del otro propietario Joaquín Ibarra, quienes presentaron un nuevo contrato de arrendamiento a Pedro Echevarria, un vecino de Mallabia. Este deseaba utilizar este molino durante 6 años, dando comienzo el 6 de mayo de 1736. Como en anteriores contratos de arrendamiento, la renta se la repartirían entre ambos a medias, siendo 46 las libras de buena harina que semanalmente debería entregar Pedro a cada uno de ellos. En cuanto a las averías correrían a cargo del inquilino. Sin embargo las precisas para el funcionamiento, por cuenta de los propietarios. El nuevo molinero estaba dispuesto a aceptar las condiciones y concretó que todas las tardes de los viernes entregaría la renta que se le pedía. A la conclusión del contrato, estaba dispuesto a entregarlo en la fecha señalada y de no hacerlo así, pagaría un interés por cada día de retraso.85 [85 AHPG-GPAH, 1-1050, folio 116.]

Las cosas no le fueron a Catalina como ella esperaba y a última hora cambiaba sus deseos. Contaba que después de haber convivido con sus sobrinos Juan Andrés Larrañaga y María Feliciana Azaldegui, durante mes y medio, estaba arrepentida de su donación y en enero de 1737, decidía quitar esas propiedades al matrimonio y entregárselas al escribano Martín López de Ibarra. Insistía en que no era un capricho, ya que durante ese tiempo había pasado un verdadero calvario por los ultrajes que había recibido, incluso le habían pegado e inflingido otras miserias que no quería citar pero que eran conocidas por la vecindad. Por lo tanto, no estaba dispuesta a pasar un infierno en los años de vida que le quedaban y estaba convencida que Martín le iba a tratar de una manera más adecuada. En ese momento estaba dispuesta a que se quedara con la casa de Ibarra y la propiedad de la mitad del molino de Ibarra, con el compromiso de cuidarle y alimentarle convenientemente. Al mismo tiempo le extendió un poder para que todo lo que ella deseaba se llevase a cabo, por lo cual se debía revocar la donación anterior.86 [86 AHPG-GPAH, 1-1051, folio 46.]

Pero los contratos que se realizaban no llegaban a cumplirse en su totalidad puesto que 2 años más tarde se produjo otro nuevo. El molino con sus tres ruedas de moler, cuyos propietarios seguían siendo Joaquín Ibarra y Juan Antonio Larrañaga, se lo ofrecieron en esta ocasión al matrimonio compuesto por José Eguren y Ursula Barrenechea. El plazo establecido en este caso fue de 4 años por las mismas 46 libras de harina que cada semana había que entregar a los propietarios y con la misma repartición. Pero en esta ocasión, pedían que gratuitamente moliesen a cada propietario, una cuarta de trigo. Las obras civiles, correrían a cargo de los inquilinos y las troncales a los propietarios.87 [87 AHPG-GPAH, 1-1051, folio 108.]

Los propietarios del molino de Ibarra en el año 1755 eran José Juachin Ibarra y Juan Andrés Larrañaga, quienes llegaron a un acuerdo con Juan Iriondo para arrendárselo durante 3 años. A cambio les entregaría semanalmente 27 libras de harina limpia y pesada antes de meterla al saco a cada uno de los propietarios.

De las reparaciones que surgiesen, se encargaría Juan y los propietarios solamente le facilitarían el material de madera que en sus montes hubiera. De no tener ese material, lo podría comprar a particulares o adquirirlo de los montes comunales. Sin embargo, el despojo que resultase del corte de los árboles para convertirlos en tablas, sería para los dueños. También tendría que ocuparse de tener limpias las acequias y tapar los agujeros por donde se escapase el agua. El contrato que en aquellos momentos firmaba Juan era efectivo aunque no utilizase el molino.88 [88 AHPG-GPAH, 1-1082, folio 25.]

Actuando como fiador de un crédito obtenido del convento de las Agustinas de Eibar, el 7 de junio de 1764, Juan Andrés Larrañaga, dejaba como garantía de que el pago se realizaría, (como así sucedió) su casa de Ibarra de abajo y la parte que le correspondía del molino de Ibarra.89 [89 AHPG-GPAH, H-581, folio 196.]

Este molino necesitaba ser renovado en la zona de los arcos, “errotapeak”, para que funcionase correctamente ya que se hallaba bastante deteriorada esa parte. Fue en mayo de 1786 cuando sus propietarios Antonio Goicolea Ibarra y Juan Antonio Larrañaga delegaron la contratación del personal necesario para realizar esas obras en José Francisco Ibarra. El primer paso llevado a cabo, fue el de ponerse de acuerdo con un experto para que realizase un estudio y valorase el coste. Luego, el representante de los propietarios contrató los servicios de cuatro vecinos de Eibar como oficiales canteros que eran: Lorenzo Alberdi, Andrés Guisasola Ezcaraegui, Xavier Uranga y Pedro Aguirrebeña. Aceptaron terminar esa obra para finales del mes de junio de ese mismo año y cobrar por ello 940 reales, como lo había presupuestado el experto, pero antes de comenzar, el delegado nombrado les abonaría 600 reales y el resto el día de Todos los Santos. Al mismo tiempo les advirtieron que todo aquel material que saliese de desmontar la zona, tanto madera como piedra y que estuviese en buenas condiciones, se tenía que aprovechar.

Para su ejecución deberían atender al diseño realizado por el experto José Echeverría, por ser una cuestión que así estaba dictaminada y que ya se les había entregado. Comenzarían por hacer dos buenas paredes a ambos lados de los arcos, a base de piedras grandes, comenzando a pie y medio de interior. Las piedras de los arcos deberían contar con pie y medio de alto, de buenos tochos y asentarlos a base de buena mezcla de cal y arena y bien revocada por la cara vista, dejando los huecos necesarios en los lugares que estaban previstos.90 [90 AHPG-GPAH, 1-1110, folio 154. El machón del medio, lo tenían que levantar hasta los arranques de los arcos, con buena piedra de mampostería, de buenos lechos y con buena mezcla de cal. Un arco de dos pies y medio de diámetro para el lugar donde se alojaban las dos ruedas del medio y sobre este arco, los arranques para los arcos mayores. La losadura del piso sobre los arcos que entonces existía y lo que faltase, lo tenía que poner el que ejecutase la obra, pagar el material para toda la extensión y escuadrarla para luego asentarla con buen mortero. El que hiciese la reparación no cobraría por desmontar todo el piso y bajar la fachada para la ejecución de la obra, estando obligado a poner todo el armazón del molino, como eran los pesebres, piedras y demás, y que la poca piedra que saliese sería para el ejecutante. Esta fueron las condiciones que aceptaron los cuatro oficiales canteros y que estuvieron de acuerdo en seguir las indicaciones firmadas por Echeverría.]

Estos mismos propietarios mandaban elevar su presa con el fin de conseguir más agua para su depósito. Según ellos, desde tiempo inmemorial gozaban del uso y disfrute de las aguas del río para que su molino pudiese funcionar. A pesar de ello, Sebastián Zumaran había alterado el albeo de su estado anterior y además había presentado una queja en el Ayuntamiento, aludiendo que esa presa perjudicaba a su edificio y pedía que se enviase a un perito para que reconociese su estado. Ellos sin embargo, declaraban que al no ser de interés publico y que tampoco concernía al propio Ayuntamiento, podía haberse dirigido a cualquiera de los propietarios, lo que denotaba su mala fe y, en consecuencia, solicitaban que se anulase ese reconocimiento.

Pero los ediles, en vez de hacerles caso, invitaron a Zumaran a que expusiese lo que considerase más oportuno y le dieron 3 días de plazo para hacerlo.

Por su parte Zumaran les comunicaba que su interés en este asunto no era otro, que el de evitar el abuso que los interesados en el molino habían promovido, al mandar elevar la altura de la presa colocando unos maderos y requería su inmediato desmantelamiento.

Los ediles consideraban que habían realizado esa obra en grave perjuicio para el molino Portal, “por hallarse a repompa” del agua de esa presa, además de perjudicar con ello, a varios particulares que tenían sus tierras y huertas a orillas de esa barrera.

Como consecuencia de los daños que suponían para la comunidad, el 11 de agosto de 1793, el Ayuntamiento mandaba derribar los maderos acoplados para ese cometido y citaba a los interesados en su propio molino.

Estos a su vez denunciaban el hecho, ya que ellos consideraban que al estar en posesión de la presa y su calce, con la altura que le correspondía, no habían considerado su petición. En cambio, aceptaron lo declarado por Zumaran sin tener en cuenta el testigo de altura de esa presa y al no haberles escuchado les despojaron violentamente de sus derechos, ocasionándoles graves perjuicios al haberles parado el molino. No consideraban justa su decisión y por ese motivo estaban dispuestos a apelar el fallo ante otro tribunal.

Entre las justificaciones adoptadas por los ediles para acudir a otras instancias, estaba lo manifestado por el escribano, que, habiendo pasado por la casa de Ibarra de Yuso, propiedad de Larrañaga, para darle a conocer la decisión adoptada, había tenido la osadía de quitarle de las manos el auto, rajando un trozo de papel en su margen, además de no querer devolverlo, por lo que tuvo que salir de la casa sin ese documento.91 [91 BUA-AMB, C/097-02.]

Fue por ese motivo que Goicolea y Larrañaga, se dirigieran al corregimiento de la Provincia, apelando la decisión, y el 6 de octubre se revocaban los procedimientos adoptados por la justicia ordinaria y se ordenaba el restablecimiento de esa presa del modo concebido por los dueños. Entonces, los ediles eibarreses optaron por revisar el fallo ante la Chancillería de Valladolid, a quien pedía que emitiese un edicto mientras se estudiase la apelación, para que no se elevase de nuevo la presa por los graves daños que ocasionaban a los moradores de esta villa, hasta que se formulase la sentencia definitiva.92 [92 BUA-AMB, C/127-46.]

Pero este molino a causa de la primera Guerra Carlista, iba a sufrir una transformación en 1835, que iba a durar varios años. Se trataba de una petición de los maestros cañonistas a los propietarios del mismo molino, al carecer de ingenios en parajes seguros. Aunque estaba en pleno rendimiento, se pusieron de acuerdo para que el molinero les cediese una piedra bajera, dos rodetes, dos palancas y el armazón de tabla. Una vez finalizado el contrato, se podría volver a poner a punto el molino y dejarlo en su estado original.93 [93 AHPG-GPAH, 1-1157, folio 249.]

En mayo de 1840, Juan Antonio Goicolea, nombraba por sus herederas a sus nietas Cenona y Mariana Azcona Goicolea, y debido a esa cesión a Cenona, le correspondió la mitad del molino de Ibarra, que a su vez provenía del vinculo fundado por Martín López de Ibarra en el siglo XVI.94 [94 AHPG-GPAH, H-582, folio 62.] Deseaba vendérsela a Valerio Abarrategui, pero Cenona necesitaba el consentimiento de su marido, Agustín Garamendi, para que esta venta se pudiese realizar, como así lo disponían las leyes del Fuero Real y la 55 de Toro. Obtenido el documento con esa aquiescencia el 14 de julio de ese mismo año, la venta se pudo llevar a cabo.95 [95 AHPG-GPAH, 1-1844, folio 381.]

Antes de proceder a la venta, se verificó que todo estuviese en regla, para que de esa manera no hubiese impedimentos que la pudiesen invalidar. La escritura de transacción se realizó el 31 de octubre de ese mismo año. Para entonces el matrimonio había recibido un anticipo como garantía y en aquel acto se completó el pago de los 12.000 reales en los que había sido valorada esa mitad por expertos en la materia. Desde ese momento esa parte dejaba de pertenecer al vínculo de Ibarra, fundado por Martín López de Ibarra en 1535 ya que, una mitad quedaba en manos de Valerio Abarrategui, su nuevo propietario, y la otra seguía perteneciendo a la familia Larrañaga.96 [96 AHPG-GPAH, 1-1844, folio 551.]

Al producirse el fallecimiento de José Joaquín Larrañaga, su hijo Antonio que había recibido en herencia los bienes de su padre y los compromisos adquiridos, tenía que cumplir con la deuda adquirida con Valerio. La carga ascendía a 5.000 reales, que estaba obligado a solventar entregándole anualmente 8 fanegas de trigo y 5 fanegas más de intereses, compromiso adquirido en 1844 por su padre; ese caudal disminuiría según se fuese abonando la deuda, en la proporción de 1 fanega por cada 1.000 reales. Aunque los intereses los había estado pagando religiosamente, no había sucedido lo mismo con el capital. En tal circunstancia en 1846 acordaron, que durante 9 años Abarrategui se quedase con toda la renta que produjese el molino. Durante ese periodo tendría que hacerse cargo de las obras y reparaciones que pudiesen surgir. En esos gastos estaban incluidos el costo de piedras nuevas, de rodeznos y demás instrumentos propios del molino. Sin embargo todas aquellas obras importantes, surgidas por riadas, incendio u otra catástrofe inesperada, las pagarían a medias.97 [97 AHPG-GPAH, 1-1848, folio 408.]

En el Juzgado de primera instancia de Bergara, Antonio Larrañaga presentaba el 28 de noviembre de 1848, una petición para que se le tasara un terreno que pertenecía a su casa de Ibarbea, por haber sido vínculo y mayorazgo donde se había construido un edificio para destinarlo a fábrica de limas. Se le concedía su deseo y contrataban al arquitecto Mariano José Lascurain para que realizase la valoración del edificio, de los elementos allí instalados y del agua que consumiría su rueda hidráulica. Como le habían ordenado, hace un minucioso trabajo, y el 19 de diciembre se lo presenta al juez de Bergara. En él se aprecia que, además de anotar todo lo relacionado con la nueva empresa, indicaba en un añadido la parte proporcional de la presa, de la acequia molinar y el derecho de las aguas para la rueda hidráulica y la valoración del consumo de las respectivas aguas. Considerando las medidas del chimbo construido para desviar las aguas a la nueva firma, durante los meses de abril, mayo y junio, contando con la actividad de la rueda hidráulica, durante el día únicamente quedaría agua para un solo rodete del molino, quedando la noche y los festivos para el rodete del barreno. Pero normalmente sería peor en los meses de julio, agosto y septiembre ya que, teniendo en cuenta las dimensiones de esa rueda, consumiría todo el agua que llegaba por la acequia y el molino y el barreno se tendrían que conformar con trabajar los festivos.98 [98 AHPG-GPAH, 1-4478, folio 117.] Esta nueva instalación perjudicaría ostensiblemente durante 6 meses al año el normal funcionamiento de los otros dos ingenios hidráulicos. Los datos referentes a la valoración de la acequia molinar, la presa y el derecho de las aguas, se detallan en el apartado destinado a la nueva factoría.

Niños jugando en el río Ego cerca del lugar donde se hallaba el molino de Loidi. Kutxateka. Fondo Indalecio Ojanguren. Autor: Indalecio Ojanguren.

Como se ha podido apreciar, Antonio Larrañaga había recibido la mitad de este molino, por herencia trasmitida, -al ser el primogénito,- de su padre José Joaquín Larrañaga. La otra mitad pertenecía a Valerio Abarrategui, al haber comprado esa parte a Cenona Azcona, utilizando la facultad concedida por la legislación vigente en aquellos momentos. Compartiendo sociedad, Larrañaga necesitó el dinero que le prestó su socio, con intención de devolverlo en el menor tiempo posible. Sin embargo al haber transcurrido 11 años, sin haberlo podido restituir, decidieron reunirse para llegar a un acuerdo y establecieron que la mitad del valor del molino suponían 8.160 reales. Pero como la deuda ascendía a los 10.000, y además Larrañaga estaba dispuesto a quedarse como único propietario, le propuso a Valerio Abarrategui el traspaso del molino de Loidi que era de su propiedad, el cual tenía un precio estipulado de 8.000 reales, más otros 160 por las tres piedras de moler allí existentes. La cantidad de 1.840 reales que completaban la deuda, le serían entregados en el acto a celebrar. Desde el momento que Abarrategui estuvo de acuerdo con realizar esta permuta y ambos la firmaron ante testigos, la totalidad de este molino de Ibarbea pasó a manos de Antonio Larrañaga, mientras Valerio Abarrategui, quedó como dueño único del de Loidi.99 [99 AHPG-GPAH, 1-1849, folio 187.]

Loidi

En una cesión de bienes para contraer matrimonio de 1692, se apunta que había un manzanal en el camino de Loidi, (camino que fue suplantado por el actual Bidebarrieta, que viene desde la antigua villa hasta Azitain) construido en la margen derecha del río un poco más arriba del puente de Urkizu.100 [100 AHPG-GPAH, 1-1046, folio 47.]

En octubre de 1861 al realizarse la venta de la casa Larreñakoa, se cita a este molino como que se encontraba en Bidebarrieta a la altura del parque de Urkizu, que lindaba por el Este con el arroyo que de Azurtza descendía al puente de Urkizu (el arroyo Azurtza es el actual Txonta que está desviado en su parte más baja), por el Sur, con el antiguo camino que de Iraegui se dirigía a la tejería de Eibar, por el Oeste con un monte de la casa Ibarbea y por el Norte con el camino real. 101 [101 AHPG-GPAH, 1-4461, folio 500.]

En el contrato matrimonial celebrado en 1762102 [102 AHPG-GPAH, 1-1089, folio 23/08/1762.] para el casamiento de Juan Bautista Orbea Urquizu con María Agustina Alberdi Orbea, que a su vez era la sucesora de vínculo de Urquizu y su padre Juan Bautista Alberdi, como administrador de sus bienes, se decretaron una serie de compromisos para ser cumplidos por parte del padre y por los futuros contrayentes. De entre ellos mostramos los que suscitan nuestra atención.

Desde el momento en el que se consumiese el matrimonio pasarían dos años con Juan Bautista Alberdi, gozando del usufructo de todo el vínculo. Pasado ese tiempo y para el resto de su vida, sin que el nuevo matrimonio pudiese entrometerse en sus decisiones, contaría con el producto de 6 días que las rentas del nuevo caserío de Arrietarras produjese (caserío que se había construido con su dinero). Del mismo modo de la renta del nuevo molino de Loidi (reconstruido a sus expensas). Constataba haber recuperado la mitad del dinero invertido en estas obras a costa de las rentas. También disfrutaría, durante esos mismos días, de lo que produjesen el manzanal de Matxaria, ubicado entre la acequia molinar por donde llegaba el agua y el arroyo de Matxaria, y el manzanal que se hallaba a espaldas del molino viejo de Urkizu.

Estas posesiones no las podía dividir dado que también pertenecían a partes iguales, a las casas solares de Ibarra de Arriba y Urkizu.

Andrés Sarasqueta reclamó a los nuevos dueños de este molino 5.000 reales por haber suministrado alimentos, hasta el día de su muerte, a Juan Bautista Alberdi y que poseía documentos que así lo demostraban por estar firmados por el fallecido.

Abierto el testamento en 1768, se comprobó que su voluntad era la de sufragar los gastos que se dieran por su alma y que con sus bienes se pagasen sus deudas. Al observar que se había comenzado a vender esos bienes, pedía a sus herederos que se afrontase lo que se le debía con la venta del nuevo molino de Loidi que se hallaba frente al barrio de Arragoeta; la herramienta de un barreno de abrir cañones para el real servicio que se hallaba en la parte trasera de la casa torre de Urkizu y el lagar para producir sidra que se hallaba en el interior de esa misma casa torre. También reclamaba la presencia de los propietarios para que la operación se realizase con la debida claridad.

En definitiva lo que deseaba Andrés, era conseguir hacerse con las herramientas del barreno a cambio de la deuda.103 [103 AHPG-GPAH, 1-1095, folio 88.]

En el Ayuntamiento de Eibar el año 1768 se recibió la petición para la realización de un acto de posesión. El interesado fue Juan Andrés Larrañaga, quien en compañía de su esposa habían comprado el molino que se hallaba en el término de Loidi a Juan Bautista Orbea Urquizu y a su esposa María Agustina Alberdi Orbea, por 4.024 reales. Deseaba verificar esa posesión para tener legalizada su situación respecto a ese edificio.

El alcalde dio el visto bueno y ordenó que se llevase a cabo el acto en el molino, con los calces, cubo y todo aquello que perteneciese a la casa y molino en el término de Loidi.

Llegó el día señalado y hasta el edificio, además de la gente allí congregada, se personaron los nuevos propietarios, el alcalde y el escribano para dar fe del acto. Este molino había pertenecido a Juan Bautista Alberdi y tras su fallecimiento, pasó a manos de su yerno Juan Bautista Orbea y de su hija María Agustina Alberdi. Situados frente a la puerta de entrada, se toparon con la desagradable situación de tener que escuchar la protesta por el acto que se iba a celebrar, que realizaba Andrés Acha-orbea. Se mostraba enojado puesto que al fallecer el propietario, le había dejado una deuda de 1.200 reales, de la que sus herederos, no habían querido hacerse cargo. Este dinero se le debía por las mejoras que había realizado en el propio molino. Sin Embargo el alcalde Domingo Olave continúo con el acto, para lo cual cogió de la mano al nuevo propietario y lo introdujo al interior, echó fuera a los inquilinos y después salió él. Es cuando Larrañaga se paseo por el interior y comenzó a abrir y cerrar puertas y ventanas, lo que suponía un verdadero acto de posesión. Finalizada la ceremonia, Domingo Olave pidió que se le entregase un testimonio de lo que allí había sucedido.104 [104 AHPG-GPAH, 1-1095, folio 100.]

El día 3 de septiembre de 1769, Andrés de Aguirre y el menor Domingo Loyola, conseguían el dinero que necesitaban para efectuar una serie de pagos de la capellanía que en su día fundara en el santuario de Arrate Domingo Iraegui. Debido a esta circunstancia tuvieron que poner como garantía sus bienes y el de los que actuaron como sus fiadores, como era el caso de Juan Andrés Larrañaga, que lo hacía por Andrés Aguirre, hipotecando el recién adquirido molino de Loidi.105 [105 AHPG-GPAH, H-269, folio 125.]

Ignacio Ibarzabal fue la persona que en 1798 denunciaba al propietario de este molino, Juan Antonio Larrañaga, al que acusaba de realizar unas obras en la presa, sin consentimiento alguno. Lo que suponía un grave perjuicio para aquellos vecinos que utilizaban el camino transitable hasta la barriada de Arragoeta, que quedaría completamente anegado por esas obras. Al elevar su presa, superando los vestigios y marcas anteriores, significaría que la barriada no podría beneficiarse del agua de la madre del río. Era lo único que le quedaba por hacer, denunciarle, ya que se lo había advertido verbalmente, y haciendo caso omiso a sus advertencias, continuaba adelante con la obra. Lo que deseaba conseguir con ello, era la intervención de los responsables municipales para solucionar este caso.

En consecuencia, el escribano municipal pedía al perito José Echeverría que reconociese las obras y su testimonio se utilizase en los autos que deberían llevarse a cabo. A Juan Antonio se le notificaba que hasta nueva orden no podía continuar con esa reforma y que de hacerlo se llevaría a cabo su demolición. Esta orden se le entregaba el día 1 de agosto de ese mismo año, contestó que se daba por enterado. La misma se le pasó a Ibarzabal, otra más al perito y la última al operario Miguel Uberuaga, que era quien llevaba a cabo las transformaciones y que una vez avisado del asunto, dijo que no continuaría.

El perito declaraba que en cumplimiento del escrito enviado por el Ayuntamiento de Eibar había visitado la obra y comprobado las piedras antiguas, y que no tenía duda en que eran las mismas que en principio se colocaron. Pero sobre ellas, se acoplaron unas nuevas losas, que ocupaban toda la extensión de la presa, sin cubrir todavía las aberturas de las juntas; consideraba que al recibirlas, subiría el nivel del agua en la presa para introducirse con mayor violencia en la acequia, eso supondría que el camino servidumbre de Loidi, quedaría anegado y por lo tanto intransitable al público. Al mismo tiempo estimaba que en verano la disminución del caudal del río principal hacía el barrio de Arragoeta sería muy importante, lo que impediría el uso y servidumbre que las casas habían tenido hasta entonces para su limpieza, al ir la mayoría conducidas a través de la acequia al molino.

Reunido el Ayuntamiento en junta general adoptó una serie de acuerdos para atajar el problema. En principio se comprobó que la piedra labrada era la antigua y la legitima de la presa y que había losas puestas de canto para elevar en 5 pulgadas la misma, con el objeto de obtener una mayor carga de agua. También se localizaron unas vigas puestas unos 26 años antes, con lo que se consigue una mayor altura que alcanzaba las 10 pulgadas y que además de esas tres elevaciones, se habían hallado unas losas puestas en aquellas fechas, con 14 pulgadas de altitud. En consecuencia no estaban dispuestos a permitir todas estas reformas y solo le autorizaban a colocar una hilera de losas en toda su extensión, para que tan solo pudiese aumentar desde las marcas originales 7 pulgadas de altura, por lo tanto era preciso quitar todo lo que superase a esa medida. La Junta consideró que los vecinos de ese barrio tenían preferencia con ese agua y en el caso que la acequia molinar se llevase la mayor parte de las mismas, se debería soltar la necesaria para que fuese utilizada por los vecinos, abriendo la compuerta de la acequia.106 [106 BUA-AMB, C/287-08.]

En 1857 Valerio Abarrategui, se constituye en dueño de este molino tras realizar una permuta con su socio Juan Andrés Larrañaga, para saldar una deuda. Aunque antes de firmar, Valerio le solicitó la cesión del derecho de uso y paso del camino que desde el molino pasaba a Urkizu, lugar propicio por donde sacar el ganado caballar.

Una vez que la respuesta fue afirmativa, ambas partes firmaron el contrato y acto seguido se puso en conocimiento de las autoridades; desde ese mismo instante el canje era efectivo.107 [107 AHPG-GPAH, 1-1849, folio 187.]

Este molino que desde 1857 pertenecía a Valerio Abarrategui, al fallecer éste pasó a manos de su esposa María Galdiano, quien, tras su óbito dejó todo el patrimonio para sus dos hijas, María Antonia y María Dolores. En 1862 se procedió a inventariar todas esas propiedades entre las que se encontraba el molino de Loidi, que contaba con una habitación, cuadra, los rodeznos, las piedras de moler y con los accesorios propios del molino; constaba de 43,5 estados cuadrados de planta (unos 165,474 m2), y lindaba por el este y por el sur con el camino que por allí pasaba; por el oeste, con la acequia molinar, y por el norte con el camino principal de Eibar y “estaba señalado con el nº4 moderno”. También contaba con un trozo de terreno ubicado entre el camino real y su acequia.108 [108 AHPG-GPAH, 1-4462, folio 231.]

En el testamento elaborado por María Galdiano, viuda de Valerio, el día de San Antón de 1862, aparecen sus dos hijas, pero al ser menores de edad, se necesitaba nombrar a dos personas que velaran por sus intereses cuando su madre falleciese. Los designados fueron José Lucas Berraondo y Manuel Arizaga. María Galdiano estaba convencida que eran las personas adecuadas para cuidar convenientemente de su educación, además de poder conservar y aumentar, en todo lo posible, los bienes que les dejaba.109 [109 AHPG-GPAH, 1-4462, folio 49.]

Como consecuencia del nombramiento, los curadores de las menores presentaron ante el juzgado de paz de Eibar los documentos acreditativos dispuestos por María quien fallecía un día después de haber testado. En el expediente quedaba demostrado que las menores eran las herederas de los caudales dejados por su madre, por lo que pedían que se celebrase un juicio de testamentaría y se practicase todo lo que prescribía la ley, indicando que las dos hermanas, aunque menores, tenían derecho a nombrar a sus propios tutores que les representasen en los posibles pleitos. Esta circunstancia podría acarrear controversias de no ser las mismas personas y era conveniente aclararlo cuanto antes, por lo que era necesario que el propio juzgado fuese el que se lo comunicase a las menores. Ellas estimarían si deseaban que fueran los mismos representantes dispuestos por su madre o les apetecía nombrar a otros nuevos que les representasen en esos hipotéticos juicios.

El juzgado dispuso que se pusiese en conocimiento de las menores de lo que podía suceder y de sus derechos. Respondieron que respetaban la decisión adoptada por su madre y que fueran los mismos que se ocupasen de todos los casos que pudiesen acontecer, pidiéndoles que desempeñasen fielmente su cometido. De ese modo José Lucas Berraondo se encargaría de defender todos las propiedades y derechos pertenecientes a María Dolores y Manuel Arizaga los de María Antonia. Ellos a su vez, se comprometieron a desempeñar escrupulosamente sus deberes, como apoderados que habían sido nombrados. Estaban de acuerdo que, al no actuar correctamente, se les impusiesen las penas previstas por la ley y se les exigiese responsabilidades. Hasta que cumpliesen la mayoría de edad estos representantes actuarían en su nombre en los arrendamientos que fuesen necesarios, estando obligados a tomar nota de todas sus actuaciones; de ese modo ellas podrían aprobarlas o exponer los agravios que considerasen haberse cometido.110 [110 AHPG-GPAH, 1-4462, folio 240.]

Hallándose el inventario en fase de preparación, aparecieron documentos que señalaban la permuta que se produjo entre Valerio Abarrategui y Antonio Larrañaga por los molinos de Ibarra y Loidi. También entre los papeles había uno que demostraba que José Guisasola y su molino de Zubiaga le debían cierta cantidad de dinero por el suministro de harinas. Pero llegó el momento del reparto y a María Dolores le correspondió el molino y el terreno.

Esta propiedad de María Dolores Abarrategui, casada con Antonio Inchausti Miangolarra, se preparó para su venta a la viuda María Engracia Miangolarra, después de haber efectuado diversos arreglos, por la cantidad de 50.000 reales y en el acto de transacción les entregaba 2.000 reales, aunque anteriormente habían cobrado otros 8.000 reales; el resto del dinero lo recibirían en el transcurso de 2 años, sin cobrarle por ello interés alguno, pero como garantía se dejaban hipotecados tanto el molino como el terreno.111 [111 AHPG-GPAH, 1-4466, folio 139.]

Sin embargo el matrimonio de molineros Antonio Inchausti y María Dolores Abarrategui necesitó realizar ese mismo día un documento para limar las diferencias surgidas entre ambos por la venta del molino. El marido se había comprometido a proporcionarle un comprador a su esposa y de ese modo beneficiarse de parte de ese dinero. Una vez localizada la persona interesada en la compra, tendría que entregarle a su esposa 2.000 reales y otra suma igual pasados 3 meses, y durante 8 años 14.000

reales. No obstante existía una cláusula que le obligaba al marido a tener que abonar esa cantidad si la mujer necesitase ese dinero, pero ésta le tenía que avisar de antemano y darle un año de plazo para realizarlo. Por otra parte también le podría pedir cantidades más pequeñas, de 1.000 o de 2.000 reales, siempre que se lo solicitase dándole un mes de plazo. El matrimonio se mostró de acuerdo con la manera de proceder, se solventaron los derechos de la mujer y firmaron el acuerdo.112 [112 AHPG-GPAH, 1-4466, folio 143.]

La propietaria de este molino en el año 1867, era la viuda María Engracia Miangolarra Zabala, molinera de 61 años, quien para esa fecha había construido un edificio donde se alojaba un taller con su rueda hidráulica junto al molino; ambas instalaciones compartían el agua de la acequia molinar. El local utilizaría esa agua desde las 6 de la mañana hasta las 8 de la tarde y el resto del tiempo sería aprovechada por el molino harinero. Cuando el agua llegase en abundancia, podrían ambas instalaciones simultanear sus respectivas funciones.

El arrendatario del taller destinado a la fabricación de armas era Francisco Barrenechea de 51 años, casado, que tenía la obligación de costear el jornal de 8 peones que en un día se ocuparían limpiando la acequia. Pero si estas personas necesitasen más tiempo para dejarla totalmente limpia, sería la propietaria la que se haría cargo de pagar el exceso.113 [113 AHPG-GPAH, 1-4467, folio 630.]

Urkizu

Este molino se hallaba unos 200 metros aguas abajo del molino de Loidi, cerca de donde hoy se encuentra la iglesia de los Carmelitas.

Cuando Gracia López de Ibarra en 1557 relataba su testamento para dejarle todas las posesiones logradas junto a su marido Juan Ibáñez de Mallea, a su nieto Francisco López de Ibarra, aparece que la mitad de este molino le pertenecía, junto a la mitad del molino de Ibarra.114 [114 AHPG-GPAH, H-582, folio 4v.]

La mitad de este molino de Urkizu ya pertenecía en el año 1587 a Francisco López de Ibarra, quien por aquellas fechas se hallaba residiendo en América y su representante en Eibar era Martín López de Isasi. Esta cuestión se hallaba desarrollada en el contrato de arrendamiento que se llevó a cabo con Matías Celaya, quien se iba encargar de hacerlo funcionar durante 4 años a la vez con el de Ibarra. Los pormenores del mismo quedan reflejados en el molino de Ibarra.115 [115 AHPG-GPAH, 1-1012, folio 16/08/1587.]

Puente de Urkizu (Urcusua) en 1914. El molino del mismo nombre se encontraba a unos 200 metros aguas abajo del molino de Loidi, cerca del edificio actual de los Carmelita. Kutxateka. Fondo Indalecio Ojanguren. Autor: Indalecio Ojanguren.

Cuando en octubre de 1619 este molino estaba siendo utilizado por Juan Arana y su mujer María Alzubarren, se personaron los procuradores, les enseñaron el peso de cruz y le dieron el visto bueno, sin embargo sus tablas no estaban correctas, ya que una se encontraba con mucha tierra, lo que supuso tener que limpiarla y dejar las dos iguales. Cuando les mostraron sus pesas se observaron anomalías en alguna de ellas, a la de 5 libras le faltaba una onza de peso, por lo que le ordenaron ponerla a nivel de la del concejo, en cuanto a la de 2 libras le faltaba media onza y se le mandó que procediese de igual manera que la anterior, la de 1 libra y la de media libra estaban correctas, pero la de cuarterón también estaba incorrecta, por lo que le mandaron actuar de la misma manera que las anteriores que carecían de peso. Todas las que no se hallaron bien y las de mayor peso, las tenían que presentar para las 2 de la tarde de ese mismo día, de no hacerlo pagarían la correspondiente multa de 400 maravedís.

María se personaba con esas pesas, que en un principio fueron rechazadas, a la hora convenida; de ese modo se pudo comprobar que habían sido modificadas y que entonces estaban a nivel de las muestras que el concejo tenía. Aprovechó la ocasión para llevar las mayores que contaban con un peso de 41, 32 y 10 libras, con estas no tuvo problemas para mantenerlas, ya que al compararlas con las del concejo, se pudo comprobar que estaban correctas.116 [116 BUA-AMB, signatura 05 C/026-02.]

En el año 1630 se preparaba una demanda contra Matías Celaya por el cobro que había recibido de las rentas de este molino, -que era propiedad de Juan Bautista Orbea- en las 42 y 43 semanas de 1624, siendo el arrendatario Pedro Zubiaurre. El nuevo representante nombrado por el dueño, beneficiado de la parroquia de San Andrés, Mateo Maturana, pedía explicaciones de lo cobrado por la renta y por el esquilmo de un monte cercano al molino. Celaya declaraba que durante esos días el molino había recibido 60 libras de buena harina que correspondían a 30 fanegas de trigo, de 80 libras cada una y ¼ más. Que por orden del propio Orbea había entregado a su criado el valor de 1,5 ducados por fanega. También le daba lo percibido por el precio de 2 capones que eran 6 reales entregados por el molinero, que esto era lo único que había recibido por la renta del molino y que luego se lo había dado a quien se lo ordenaron. Así mismo que Orbea le ordenó esquilmar el jaral que se hallaba junto a la casa torre de Urkizu y que su importe ya lo había depositado de la misma manera.

Sin embargo Maturana no estaba de acuerdo con lo presentado y él consideraba que en el plazo cumplido en 1625, tendrían que aparecer 39 fanegas de trigo, mijo, 2 capones y 2 gallinas, siendo su importe 734 reales. El trigo a 18 reales, las 2 del mijo a 8 cada una, los 2 capones 8 reales y las gallinas 6, que sumaban el total. Además de haber cortado en el jaral de donde se sacaron unas 1200 cargas de leña.117 [117 BUA-AMB, signatura 05 C/032-43.] No se estuvo de acuerdo con lo dictaminado y al haber sido apelada la decisión pasaba al tribunal del corregidor.

Otro nuevo pleito se planteaba en este molino, al no estar de acuerdo Maturana con que Catalina Celaya hubiese cobrado la renta desde el 25 de mayo de 1630 hasta finales de febrero de 1631 para cobrarse la deuda que con ella había contraído el propietario. El mismo Maturana pedía cuentas de lo abonado durante ese periodo a la viuda María Pérez Itumeta al estar obligada a informarle, ella le pedía que le diese un recibo de lo entregado, para que estuviese libre de cualquier sospecha cuestión que el representante de Catalina, Andrés Albizuri, tenía anotado en su libro de cuentas. En esas 33 semanas había entregado 22 fanegas de trigo, menos 2 celemines.

Catalina planteaba que debía ser absuelta de las acusaciones y que al demandante se le condenase a pagar las costas. Según ella, había quedado demostrado que Juan Bautista Orbea le debía 200 ducados y que su representante había estado cobrándoselo a cuenta, lo que le entregaba María y que estaba anotado. Que nunca había estado a su cargo el molino de Urkizu, siendo el propietario el encargado de contratar los servicios de María. Únicamente lo había ido cobrando lo que se le debía por medio de la renta.

El juez de paz, condenaba a las partes a pagar los gastos del juicio y entregaba toda la documentación al corregidor para que revisase el caso y emitiese su veredicto.118 [118 BUA-AMB, signatura 05 C/032-47.]

A este molino se le acoplaba un batán en el año 1637, para machacar el lino. Los encargados de realizar esta operación fueron; el maestro carpintero Domingo Olaburu y los oficiales carpinteros y hermanos Francisco y Domingo Larraguibel. Este molino entonces pertenecía al que era el secretario del Rey, Juan Bautista Orbea; su administradora en Eibar era la viuda María Ibarguen. A Domingo Olaburu le correspondían 76 reales por los 19 días, en los que se dedicó a cortar y aserrar los maderos y las tablas necesarias para construir la nueva rueda para el mazo del lino.

Piedra volandera “goiko arria” de un molino, en la que se aprecia el hueco para instalar la “musaera”. Foto: Koldo Lizarralde.

Aunque como maestro le correspondían 5 reales por día, optó por rebajar un real por día al ser inquilino del mismo molino. Con respecto a los otros dos oficiales carpinteros durante 5 días estuvieron ocupados en reparar la casa torre de Urkizu, luego en el corte de madera para la misma rueda en compañía de Olaburu que necesitaron dejarla en perfecto estado de funcionamiento, cuestión que les llevó 12 días, en total se les abono los 136 reales que pedían. Sin embargo uno de los hermanos, Francisco, presentaba otros gastos, pues habiendo necesitado 44 codos de tabla de roble, para esa rueda y para una nueva puerta que fabricó en el manzanal de la casa de Urquizu, material necesario para esa labor, se la tuvo que comprar a Martín Areitio. Luego en compañía del maestro cubero Miguel Aguinaga y de su cuñado Domingo Mendigoitia, estuvieron arreglando y renovando 4 cubas y los lagares de la casa torre. Una vez recibido el dinero, los tres firmaron el recibo.119 [119 AHPG-GPAH, 1-1018, folio 22.]

Otra cuenta se le presentaba en la misma fecha a la administradora, en esta ocasión era Francisco Echevarria, molinero en el molino de Azitain y experto en arreglo de piedras de molino, ruedas y demás aparejos en definitiva: un maestro en la reparación de molinos. La cantidad que le pedía ascendía a 170 reales por las diversas reparaciones que había efectuado en este molino desde 1633, siendo inquilinos Miguel Asola Urkizu, María Pérez y su hija María Andrés Insausti, hasta que entraron como molineros Domingo Olaburu y su esposa. Después de reconocer sus trabajos, se le abono lo que pedía, y él reconoció que era correcto lo que se le entregaba y de ese modo se cancelaba la deuda.120 [120 AHPG-GPAH, 1-1018, folio 23.]

Durante otros cuatro años Francisco Echevarria estuvo realizando diversas reparaciones y según iban surgiendo, el entonces administrador de los bienes de Urkizu, Damián Azaldegui, le fue abonando las cantidades que le pedía por realizar su trabajo. En consecuencia el pagador necesitaba un listado de lo consumido para poder presentarle las cuentas al propietario y de esa información nos aprovecharemos para conocer los problemas surgidos durante esos años en este molino.

En enero del año 1647 días estuvo reparando el usillo y la rueda del mazo que se utilizaba para majar el lino durante cuatro días para lo que utilizó 38 clavos grandes.

En julio trabajó cuatro días con los maestros carpinteros Domingo Mendigoitia y Juan Aguirre, reparando el molino que se encontraba muy deteriorado. Les suministró 10 clavos grandes y luego se encargaron también de reparar la bajera de las “azenias” (rodetes), pero Francisco se encargó de fabricar un nuevo rodete para cambiar por otro que estaba muy deteriorado.

En septiembre sacó las tres piedras volanderas del molino, reparó los canales de las seis y volvió a colocar las tres en su sitio, para lo que necesitó diez días de trabajo.

En octubre el molino precisaba cambiar una de sus piedras por lo que Francisco se desplazó hasta Alzola para escoger una y comprarla. Esa nueva piedra costaba 27 ducados y 4 reales. Al mismo tiempo contrató los servicios de la persona que se la transportase desde Alzola hasta el molino, le cobraron 2 ducados. Toda esta operación de compra y transporte le supuso un desembolso de 213 reales. Una vez que la piedra se encontraba en el lugar, Francisco necesitó nueve días en colocarle el cello de seguridad del contorno exterior de la piedra, ajustarla en el lugar y asentarla. Para este trabajo contrató los servicios de un peón que durante cuatro días le estuvo ayudando.

En los primeros días del mes de junio del año 1648 se dedicó a afinar las piedras del molino y que le ocuparon seis días de trabajo. Finalizando el mes, se ocupó durante cuatro días, reparando la rueda y el mazo de los linos.

En octubre el molino y la casa del molinero, estaban con el tejado deteriorado y necesitaban un retejo para dejarlo en buenas condiciones, asentó 250 tejas nuevas y necesitó pagar el porte de llevarlas desde el horno hasta el lugar.

En mayo del año 1649 trabajo durante cinco días reparando las piedras del molino. Luego recibió la ayuda de un peón que durante tres días estuvo limpiando los calces y la bajera donde se hallaban instalados los rodetes. Otro de los trabajos que realizó, fue el de reparar dos de las espadas del eje y uno de los aros de sujeción de las piedras.

En noviembre en una de las piedras el cello (aro) estaba suelto, por lo que tuvo que sacarlo, repararlo y volverlo a colocar, además aprovechó la ocasión para afinar una piedra vieja, para realizar estos trabajos necesitó cuatro días y la ayuda de un peón durante dos.

En mayo del año 1650 se requirió afinar de nuevo las piedras para lo que necesito la ayuda de un peón durante dos días y Francisco invirtió cuatro días, aunque durante ese tiempo también se ocupó en arreglar uno de los cellos y cambiar una de las “musaeras” (pieza de hierro que sujeta la piedra volandera al asentarla en el eje para pueda girar).

En julio se fabricó un rodete nuevo que costó 60 reales, luego se ocupó en la labor de afinar las piedras, también estuvo arreglando y acoplando un nuevo canal durante siete días, para desarrollar esta labor necesitó contratar los servicios de un peón que durante tres días le ayudó en ambas tareas.

En septiembre contrató los servicios de tres peones que trabajaron limpiando las acequias, pero no sirvió de nada puesto que una gran tromba de aguas durante los días 8, 9 y 10 de este mismo mes, llenaron la parte baja del molino donde se encontraban los rodetes y la compuerta de la acequia se colmaron de arena y hubo que contratar a cuatro peones que se ocuparon de la limpieza. Esta avalancha de agua supuso el deterioro de la presa que francisco necesitó un día de trabajo para coser las tablas con 18 clavos grandes.121 [121 AHPG-GPAH, 1-1030, folio 316.] Estas son las obras que vienen reflejadas en el escrito que Francisco entregó al administrador, donde se evidenciaba todo lo percibido, también se constata que al menos una vez al año había que picar las piedras para que al moler el trigo saliese una harina de buena calidad.

Siendo Francisco Orbea Urkizu capellán del Rey y mayor de su real capilla de Granada, era el señor de la casa torre de Urkizu y propietario de su molino. Como su representante fue nombrado Pedro López Azaldegui, quien en 1650 preparaba un contrato de arrendamiento para el molino maquilero de Urkizu que, también contaba con un mazo para majar el lino, al que bien podríamos denominarle como batán.

En el compromiso se contemplaba la casa situada enfrente, donde se alojaría el molinero. La persona dispuesta a ejercer su labor moliendo y majando, fue Juan Ugarte Arguinzano, que se comprometió a desarrollar esa labor durante 1 año. El precio impuesto fueron 40 libras del trigo, que lo entregaría cada fin de semana, teniendo que ser pesado en el propio molino. Al llegar al fin de año suministraría 1 fanega de mijo.

En cuanto a lo que se ganase majando el lino con el batán, se repartirían las ganancias a medias y se le advertía que no se podría machacar corteza. En el caso de que surgiese alguna causa fortuita que dejase inutilizadas las instalaciones, no se le cobraría la renta hasta que se reparase. Las averías principales y el retejo serían por cuenta del dueño. De cumplir con los requisitos expuestos, no se le podría obligar a dejar el molino y el inquilino aunque lo dejase voluntariamente, continuaría pagando la renta como si lo estuviese utilizando.122 [122 AHPG-GPAH, 1-1029, folio 580.]

En su testamento del 11 de marzo de 1656, Francisco Orbea, siendo capellán del Rey en la Corte de Madrid, notificaba que era hijo legítimo Francisco Orbea y de Catalina Ibarra, aseguraba que su padre había fundado e instituido a perpetuidad, el vínculo de mayorazgo de todos los bienes pertenecientes a la casa torre de Urkizu, con sus patronatos, capillas, entierros, heredades, molinos y ferrerías, para que siempre permaneciesen unidos y para una persona de su descendencia directa. En cuyo caso no se podían vender, enajenar, partir, dividir, ni hipotecar las propiedades, fue una decisión tomada antes de que su único hijo tomase los hábitos y cuando iba a casarse con Clara Hinojales, natural de Málaga. Prefiriendo al varón antes que la hembra y al mayor antes que al menor, quien fuese la persona que heredase el vínculo, además de ser noble tendría que cuidar del lustre y la antigüedad de la casa. Al no tener descendencia su hijo, nombraba como su sucesor al sobrino de su padre, Francisco Orbea, capitán de infantería que estaba sirviendo al Rey en Badajoz, hijo de su primo Manuel Orbea.123 [123 AHPG-GPAH, H-582, folio 74.]

El propietario de la casa torre de Urkizu, Francisco Orbea, en el año 1667 se la arrendaba a un matrimonio y también un manzanal, sin embargo se guardaba para él, la huerta y el molino.124 [124 AHPG-GPAH, 1-1039, folio 191.]

Los acreedores de las propiedades de Urkizu, en 1675, obligaron a que se subastase el arrendamiento de este molino, con sus tres pares de piedras molares, por espacio de 4 años. Habiendo sido el mejor postor Francisco Arguiano que ofreció 62 ducados anuales. Sin embargo el molino no se encontraba en las mejores condiciones, por lo que necesitó de diversas reparaciones que el propio Francisco pagó y que fue apuntando para que le aprobasen las cuentas. Al mismo tiempo, advertía que la tercera piedra del molino estaba muy estropeada y que no se podía aprovechar y era imposible moler con ella. La presa que recogía el agua para dirigirla a los tres sifones y de ese modo puedan girar los rodetes, estaba abierta, por lo que no almacenaba la suficiente agua para hacer funcionar correctamente al molino, lo que iba a significar un considerable gasto. Por todo ello pedía al Ayuntamiento que levantase acta de todo lo que se había gastado, para que en su momento pudiese presentar esas cuentas a los acreedores cuando finalizase su contrato.

Esquema de un molino de río. “Dibujo del libro: Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas, título que corresponde a un manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid. No conociéndose el autor, se atribuye a un Pseudo-Juanelo Turriano. Edición: Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos (Col. Ciencias, Humanidades e Ingeniería), Ediciones Turner, 3.ª ed., 1984. (página 325).