Eibar
Eibar siempre ha sido una ciudad destacada en la historia, en la economía y en la cultura de la comarca y la provincia. Situada a las orillas del río Ego, está rodeada por los montes Arrate-Akondia-Urko al Norte; y Laupago-Galdaramiño-Illordo al sur. Tiene cinco barrios rurales: Otaola, Aginaga, Arrate, Mandiola y Gorosta; barrios en los que se hallan caseríos, basílicas y ermitas de gran interés en un bonito entorno natural.
Eibar, encajonado entre montes, ha crecido a lo largo del cauce del río Ego.
El valle del Ego es estrecho y de fuertes pendientes. La topografía ha sido decisiva a la hora de conformar el carácter, el desarrollo y la configuración actual de la ciudad. Eibar, desde sus inicios, empezó a desarrollarse en torno al río Ego; la iglesia y las calles originarias se situaban en un recodo del río; los molinos y las ferrerías -base de la economía local- se hallaban situadas a lo largo del mismo. Son muy antiguas las primeras noticias sobre las ferrerías de Eibar como antiguas son las primeras armas que los eibarreses fabricaban en las mismas.
La armería cobró pujanza a través de los siglos; en primer lugar bajo la sombra de Elgoibar y Soraluze; después como elemento dinamizador de toda la economía del valle. Su mayor esplendor se produjo a partir del siglo XIX: se crearon multitud de empresas, las ventas se multiplicaron (Victor Sarasqueta, Orbea, STAR, GAC, Beístegui... son el símbolo de la época), la mayoría de los eibarreses trabajaba en la armería y es entonces cuando se produce la primera oleada de inmigrantes atraídos por el empuje industrial. Eibar tenía 1500 habitantes en el año 1750; en 1890, eran 5382. Fruto de esa necesidad de nuevas viviendas y la gran cantidad de pequeños talleres, es la peculiar fisonomía de la villa, con pequeñas fábricas, casi una en cada portal.
Armeros eibarreses a principios del siglo XX.
La segunda revolución ocurrirá tras la guerra civil, a partir de los años 40. La crisis histórica de la industria armera se agudiza y la industria se diversifica. La mayoría de las empresas se dedican a la fabricación de bicicletas, piezas para la industria automovilística y máquinas de diversa índole. Como consecuencia del cambio económico, se producen también cambios, tanto a nivel social (con la llegada de miles de trabajadores), como urbanísticos (tras quemarse la práctica totalidad de la ciudad durante la contienda civil, es necesaria la reubicación de la población y la construcción de miles de casas para la gente que llega a Eibar). El aumento demográfico entre 1945 y 1975 es increible, pasando de 13.823 habitantes a casi 40.000, y la ciudad se amplía de la zona cercana al río hacia las laderas de los montes circundantes. De esta época son los barrios de Urki, Amaña e Ipurua.
Otra de las peculiaridades de Eibar es su idioma, el euskera eibarrés, un idioma al que los eibarreses siempre han demostrado un gran apego. Como decía el pensador y escritor eibarrés Toribio Etxebarria, eibartarrok autu guztiak darabiguz euskeraz, zerukuak zein lurrekuak, es decir, que los eibarreses utilizamos el euskera para todos los temas, tanto celestiales como terrenales. Se han publicado gran cantidad de libros sobre el tema, primero de mano de T. Etxebarria y Juan San Martín, más tarde gracias a la labor de Serafín Basauri e Imanol Laspiur, y, durante los últimos años, por medio de los trabajos de Antxon Narbaiza, Asier Sarasua, Juanan Argoitia, Nerea Areta y otros tantos.
Hasta 1936 casi el 100% de la población era vascoparlante, pero la llegada de la dictadura y los cambios ocurridos tras la guerra, transformaron completamente ese panorama. Los movimientos a favor del euskera se fortalecen a finales de los años 60, (por medio del Club Deportivo Eibar, Arrate Kultur Elkarte, Juan Antonio Mogel Ikastola...), y durante los últimos 30 años, gracias a la labor de las escuelas y campañas de alfabetización y euskaldunización, la situación del euskera ha tenido una notable mejoría en Eibar. Sobre la base de los datos de 1996, el 49,5 % de la ciudadanía es vascoparlante; el 16,8% casi y el 33,7% no se considera vascoparlante. Los datos de matriculación hay que destacar que en 1998-1999 en la primera enseñanza y en la ESO (2-16 años) el 51,4% estaban matriculados en el modelo D (en euskera), el 47,1% en el B (bilingüe) y el 1,5% en el A (castellano).
Calle Bidebarrieta, en los años 20.
Eibar sigue aún teniendo edificios de interés a pesar de las consecuencias de la guerra. La iglesia de San Andrés con el retablo de Araoz, la Basílica de Arrate y los cuadros de Zuloaga que se encuentran en la misma, la iglesia de Azitain y su Cristo imberbe... Hay que destacar también los palacios de Unzeta, Aldatze o Markeskua-Isasi, los dos primeros centros de educación y Markeskua sede actual de la UEU (Udako Euskal Unibertsitatea). Los artistas eibarreses merecen una mención aparte: Plácido Zuloaga, Ignacio Zuloaga, Jazinto Olabe, Lucas Alberdi, Karlos Elgezua... Los artistas actuales están siguiendo la estela de las anteriores generaciones y no se pueden obviar los nombres de Fernando Beorlegi, Iñaki Larrañaga, Asier Laspiur, Baroja Collet, Zugasti, Chopitea...
En el apartado de fiestas, Eibar destaca por sus grandes fiestas patronales, San Juan y San Andrés, pero sobre todo por las fiestas arraigadas en su propia tradición: San Blas, Arrate y Gaztaiñerre. El día 3 de febrero, día de San Blas, Eibar se viste de blanco, el blanco de la torta y el trapo que la cubre. La torta de San Blas se hace en todas las casas con su punto de anís, y después se bendicen en la iglesia para ahuyentar enfermedades. En tiempos pretéritos se bendecían en la ermita de Santa Inés -ya desaparecida- y actualmente en la iglesia de San Andrés. El día 8 de septiembre es uno de los días más celebrados por los eibarreses: el día de Arrate. Todos los eibarreses acuden a Arrate (monte situado a 525 metros de altura, a 6 km de distancia de Eibar), y son muchos los que hacen el recorrido Eibar-Arrate a pie. El día de Gaztañerre coincide con el segundo lunes después del día de Animas. La antigua costumbre de honrar a los difuntos con una cena ("hondra-jana") se ha convertido en un día que se aprovecha para que familias y cuadrillas de amigos se junten en torno a una mesa y disfruten de la tradicional cena de caracoles y castañas asadas.
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