8 de marzo: recordando a las fundadoras de la sociedad femenina eibarresa Goi Argi.

Fundada con el objeto de lograr una formación integral de la mujer, un grupo de mujeres eibarresas se juntaron,  recabaron dinero mediante participaciones, solicitaron un préstamo y compraron un local en la calle Toribio Etxebarria que, para cuando abrió sus puertas  el día 19 de marzo de 1951, contaba ya con 600 socias. La primera junta directiva, celebrada el 1 de marzo de 1951,  estaba formada por la presidenta Julia Sarasqueta, la secretaria Josefina Orbea, la tesorera Maritxu Irusta y las vocales Tere Ganchegui y Francisca San Miguel.

María Dolores Aguirre, Sabina Araquistain, Miren Arriaga, Miren Azcarraga, Conchita Basauri, Antonia Bascaran, Alicia y Amaya Bergareche, Mercedes Careaga, Mertxe Careaga Guisasola, Tere y Marichu Ganchegui, Asunción Solozabal, Vicenta Trocaola y Elena Unceta son algunos de los nombres a destacar en la fundación de la sociedad, pero también estuvieron desde sus inicios  Ana Maria Aguirre, Angelita y Carmen Apelllaniz, Maria Paz Ariznabarreta, Arrate Arriaga, Begoña Artamendi, Maria Teresa Azcoaga, Hermenegilda Barrenetxea, Adelaide Boneta, Maria Carmen Bourtthoumie, Cristina Gallastegui, Dora Guridi, Elena Guruceta, Maria Larrañaga,  Lorea Lasa, Arrate Suinaga,  Elisabet Santa Cruz, Mari Carmen Zabala y tantas otras mujeres eibarresas que han sido o son socias del Goi Argi.

En Eibar salieron adelante muchos proyectos gracias a la labor de Goi Argi, entre los que cabe destacar la guardería que se construyó en Jardiñeta gracias al dinero recaudado en la tómbola que la Asociación organizaba anualmente. También ha colaborado con otras asociaciones de la localidad en infinidad de cuestiones de carácter social (Operación Ladrillo, DYA, Donantes de Sangre, Club Deportivo…)

Actualmente está presidida por Lourdes Izagirre, que, junto a Maria Esther Alonso, Miriam Palacios y Maria Teresa Azcoaga ocupan la actual junta directiva de la primera sociedad femenina eibarresa creada en los años 50. 

Desde la perspectiva actual nos es difícil imaginar el esfuerzo que tuvieron que realizar  y la valentía que demostraron en los oscuros años del franquismo para crear “una habitación propia”, cuando, para la mayor nimiedad, era necesaria la firma del padre o consorte.