El fin de dos inmuebles decanos
Foto: Iñigo Artamendi
Proyectados en 1913 por el arquitecto donostiarra Augusto Aguirre como un único edificio con una sola escalera, en algún punto del proceso se convirtieron en una suerte de siameses, cada uno con su escalera y acceso separados, pero unidos por una estructura y composición de fachadas común. Sus muros de carga y estructura se levantaron en madera, por la sencilla razón de que ese era el material económico a principios del siglo pasado, y su destino era servir como alojamiento alquilado a familias obreras.
Aunque 96 años no son mala marca para una construcción de propósito tan humilde, finalmente la vulnerabilidad de la madera, especialmente cuando no está debidamente atendida, ante los estragos del tiempo, el tráfico pesado y el clima han conseguido atraer como huésped un visible deterioro que se ha cebado con especial intensidad en el número 6, apuntalado desde 2002, hasta llegar a un punto que aconseja su derribo. Lamentablemente eso también ha sellado, por su dependencia estructural, la suerte de su gemelo a pesar de su, relativamente, mejor envejecer.
Ignorando las huellas del tiempo y el abandono que lo han marcado con grietas y hollín, no se trata de un edificio feo, la fachada anterior cuenta con una amplia galería de estructura de madera, con luminosas cristaleras y motivos geométricos formados con listones. Con él desaparecen dos de los últimos ejemplos supervivientes de la clásica casa de alquiler, de característica distribución en alforja, que dominó el paisaje urbano eibarrés hasta la Guerra Civil y ahora es una especie en peligro de extinción. Se llevan consigo, también, dos de los locales más caracterizados de la noche eibarresa.
Debido a lo delicado de la situación de la estructura el derribo tendrá que hacerse manualmente, con lo que los trabajos se prolongarán durante algunas semanas.
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