Inicios del siglo XX en Eibar, las mujeres, la inmigración, los apopilos y las enfermedades. Del ámbito doméstico a la salud pública.
Eibar tenía 6.583 habitantes en el año 1900, y en 1910, 10.220. Tratándose de un valle estrecho, sufrió las afecciones de las zonas industriales: ruido, humo, malos olores y falta de suministro de agua y electricidad. Ese era el entorno en el que vivía la gente proveniente de la inmigración; el 41,7 % eran mujeres. De ellas, las más jóvenes trabajaban como sirvientas y la mayoría eran amas de casa. Hay que destacar la importancia de la inmigración femenina por el papel que desempeñaban dentro de la familia, por una parte, y, por otra, por la función que desempeñaban en las propias redes de inmigración.
En el proceso de industrialización de 1900-1910 la mujer no se incorporó como empleada asalariada, trabajaba sobre todo en oficios feminizados (lavandera, costurera, criada…) y el tener huéspedes era un recurso de gran ayuda para la economía familiar.
Las primeros receptoras de apopilos o mujeres-patronas combinaban las tareas domésticas y el cuidado de la descendencia con la de ofrecer una cómoda solución al inmigrante soltero: aquellos jóvenes que venían a trabajar tenían un lugar para dormir, la comida preparada y la ropa limpia.
“Casi todas albergan demasiado número de habitantes en relación con el número de departamentos y de su capacidad local, de modo que existe una verdadera superpoblación de habitantes y habitaciones, como la densidad de la población lo demuestra, alcanzando la cifra de 333 hbts. por hectárea”. Así recogía el Informe de la Junta de Salud del Ayuntamiento del año 1912 sobre las condiciones higiénicas de las casas de los obreros de Eibar. En aquellas condiciones, las enfermedades del aparato respiratorio y las epidemias se extendían con relativa facilidad.
El médico Ciriaco Aguirre Alberdi (1873-1933) advirtió en 1903 que el mayor problema de la población era la tuberculosis pulmonar, y realizó una gran labor para erradicar la enfermedad junto al médico Niceto Muguruza Larriña (1882-1920).
Muguruza analizó los hábitos de alimentación e higiene del municipio y propuso una serie de medidas para conciliar el trabajo y la salud, y solicitó que se crearan cooperativas de consumo porque “ …la alimentación del obrero de esta villa no deja nada que desear…”. En la misma línea, el médico José Madinabeitia, miembro del Jardín Galería de Convalecientes, inaugurado en 1909, solicitó la organización de las cocinas populares, una antigua costumbre de la época gremial, para periodos de crisis o escasez de recursos. Pero la iniciativa de Madinabeitia también tenía otro objetivo: “…emancipar a la mujer de la esclavitud del fogón, en un pueblo donde las comidas —el cocido tradicional— le robaba prácticamente todas las horas del día, obligada a cuidar constantemente el puchero, que no se ponía al fuego más tarde de las siete de la mañana”.
En aquellas primeras décadas se fueron adoptando medidas públicas de control de la salud local: los baños públicos, las primeras conducciones de la red de agua para sustituir a los lavaderos públicos, un nuevo edificio de la Plaza del Mercado (1909) en el que los responsables del Laboratorio Municipal tomaban muestras de leche para su análisis…
Ciriaco Aguirre propuso la construcción de un pabellón para enfermos de tuberculosis y con ese fin se creó una Junta en la que participaron varias mujeres: Antonina Ordoñana, Juana Villar, Juan Irusta y Petra Elejalde. Esto sucedió en 1920, y a pesar de que la figura de la mujer era habitual en el campo de la beneficiencia, incorporar mujeres a una Junta en la que se adoptaban diversas decisiones fue un paso de suma importancia.
Eibar supo amoldarse a los cambios sociales que le exigió el cambio de siglo y las mujeres fueron protagonistas invisibles de aquellas transformaciones.
Petra Elejalde, en el centro; detrás su marido, Crispin Azpitarte. Foto donada por Maite Eguren Mendicute.
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